En su afán de convertirse en el nuevo “cachorro” de Bush en esta parte del continente, Alan García se ha dedicado a criticar o provocar no solo a Chávez sino también al gobierno boliviano de Evo Morales. Recientemente, se refirió al “nuevo fundamentalismo andino”, en alusión evidente a la política del nuevo gobierno boliviano de hacer respetar su soberanía nacional en el tema de la nacionalización de los hidrocarburos.
Lo que García busca ocultar con este tipo de declaraciones es su actitud sumisa frente a las transnacionales, totalmente diferente a la que al respecto tiene Evo Morales. Mientras aquí se ha decidido mantener intocables los privilegios y las exorbitantes sobreganancias e las empresas mineras y petroleras y contentarse con el óbolo voluntaria de las mineras, en Bolivia, la nacionalización traerá grandes beneficios económicos para ese país.
Un primer dato es que este año, con la vigencia de los nuevos contratos, las exportaciones de gas natural a Brasil y Argentina generarán cerca de 1,400 millones de dólares, de los cuales al menos 700 millones de irán a parar directamente a las arcas del Estado, según cifras oficiales reveladas por el superintendente de hidrocarbros de Bolivia, víctor Hugo Sainz.
Pero hay mucho más. Contrariamente a lo que habían vaticinado los neoliberales peruanos, ninguna empresa petrolera se ha marchado de Bolivia, y todas han renegociado sus contratos de acuerdo a la nueva legislación que le otorga al Estado boliviano una renta del 82 por ciento, a diferencia del 50 por ciento que recibía antes. Estos acuerdos se firmaron se firmaron cuando expiraba el plazo de 6 meses que dio el gobierno para que las empresas se acojan a la nueva legislación.
Esta es la realidad a la García Pérez llama fundamentalismo andino. Mientras él prefiere seguir de rodillas, sumiso, implorando migajas u óbolos a las transnacionales, Bolivia eligió el camino soberano de la nacionalización y los resultados están a la vista.