Alan García es hábil, inteligente y un extraordinario comunicador. Es además un verdadero animal político, con gran instinto y apetito de poder. Pero es además un hombre con extraordinaria suerte. Heredó un partido marcado por la lucha social y por ser un canal de representación política de sectores marginados -en sus etapas aurorales- sin haber sufrido un solo día de cárcel, en un país en el que la lucha social ha costado a muchos años y décadas de prisión. Ha tenido también la peculiar fortuna de iniciar sus dos gobiernos, sin tener al frente una auténtica oposición. ¿Cómo olvidar que en su primer gobierno no hubo segunda vuelta porque la Izquierda Unida se retiró y manejó con extraordinaria tibieza su responsabilidad de ser oposición y alternativa al gobierno aprista?. Hoy, bajo otras condiciones, la suerte nuevamente le sonríe.
García inicia su segundo gobierno "adoptando" a los tecnócratas de la candidata de los ricos y al fujimorismo: un bloque amplio conservador, y sin oposición. La fractura de las fuerzas articuladas alrededor de Humala comenzó al día siguiente a las elecciones. El movimiento aluvional que se alineó tras su candidatura, demandando cambios, carecía de coherencia, de organización suficiente y de liderazgos probados. Junto a legítimos dirigentes sociales y populares, se colaron toda clase de oportunistas y mercenarios. Humala fue advertido, pero fue inútil. La traición de Torres Caro y sus socios estaba cantada. ¿Qué podía esperarse del ex fiscal ad hoc de la fujimorista Blanca Nélida Colan y aspirante a portapliegos operativo de Genaro Delgado Parker? ¿Qué esperar del exteniente alcalde aprista que lo acompaña y de la congresista vinculada a uno de los tradicionales grupos de poder de Puno y Arequipa? Y luego, como si no bastaran los escándalos que la prensa de derecha multiplica, vino la escisión de UPP del PNP. Aldo Estrada acaba de anunciar, terminado el calamitoso reparto de Comisiones del Congreso, que la bancada de UPP se separa del PNP. Grato final, para Alan García, de una zarzuela de mal gusto. Sabe que tiene cancha libre, que un solo equipo jugará este primer tiempo, gracias a la inconsistencia, el oportunismo y la falta de cohesión de un grupo humano carente de proyecto, que aprovechó la esperanza popular para satisfacer apetitos ajenos al interés popular.
García tiene abierto el camino para intentar el control absoluto del aparato del Estado en las elecciones municipales y regionales de noviembre. Operador hábil, con calle política, García buscará consolidar su control trabajando alianzas con Unidad Nacional y el fujimorismo. A diferencia de la diáspora de la "oposición", García busca cohesionar la "superconvivencia" que ha estrenado. Ha repartido, impunemente, los principales cargos de gobierno con la participación de los tecnócratas neoliberales del fujimorismo y de la "candidata de los ricos". No sólo ha entregado el Ministerio de Economía a un ex colaborador de Fujimori y ex viceministro de Pedro Pablo Kuczynski, o el Ministerio de Comercio Exterior a una representante del equipo que mal negoció el TLC con los Estados Unidos, sino que ha colocado en puestos claves a representantes de los grandes grupos de poder. Así tenemos, en los viceministerios de Energía y Minas, al ex colaborador y brazo derecho del ministro Hokama, de Fujimori, y a la abogada que representó los intereses de una de las empresas más contaminadoras del medio ambiente: Doe Run, de la Oroya. El mismo papel juegan en el Ministerio de Transportes y Comunicaciones, la ministra y vice ministra nombradas, con largo prontuario fujimontesinista. Y, por supuesto, ha emprendido una campaña contra la CVR y el sistema interamericano de derechos humanos, promoviendo la impunidad que tanto interesan al Apra y al fujimorismo. Ahora, frente al proceso electoral regional y municipal, García difícilmente impondrá candidatos apristas en todos los campos. Probablemente jugará a apoyar candidatos aliados, articulados con la "superconvivencia" que ha construido.
A diferencia de la visión estratégica de García, las fuerzas de oposición popular se disgregan y juegan en un terreno difícil, en buena parte, por indecisión e irresponsabilidad propia. Sí las cosas siguen así, este primer tiempo se le regalará a García. Por ello, resulta fundamental revaluar los graves errores cometidos por la oposición y los sectores populares, eliminando a los oportunistas, pero reafirmando la necesidad de articular fuerzas alrededor de un proyecto común, que defienda el anhelo de cambio de la mayoría de los peruanos, que hoy se puede traicionar con impunidad por la falta de una opción opositora. Se están dando pasos iniciales de unidad popular, nacionalista y de izquierda en Puno, Piura, quizás en Huancavelica y Pasco, pero con graves errores en Arequipa, Apurímac y Cusco, bastiones populares importantes. Sin embargo, más allá de la inoperancia de la dirección política, de quienes debieran asumir el liderazgo opositor, en el país persiste una gran mayoría social que reclama cambios y que, a falta de alternativas, podría expresarse en eclosiones sociales que ya hemos vivido en el Perú y América Latina. Este primer tiempo, mal planteado por los estrategas del cambio, no debe definir el partido de fondo.