2006-04-10 00:00:00

En los últimos 25 años, el grito de los excluidos ha sacudido –por vías diversas y hasta contradictorias- un sistema político cada vez más desgastado. Por caminos y formas que muchos no entienden y hasta consideran exóticos e incomprensibles, la presión contenida por el cambio ha llevado al Perú a debatirse entre la creciente y justificada ira de los marginados; la terca oposición de los tradicionales dueños del Perú -y sus más cercanos círculos de influencia- a aceptar las inevitables transformaciones que la Nación exige; el miedo de las capas medias y amplios sectores sociales a la incertidumbre y la confrontación en la búsqueda de un cambio que le devuelva la esperanza al país. Los ensayos han sido costosos, dolorosos y, sobre todo, inoperantes: 1,100 peruanos siguen partiendo cada día del país en búsqueda de una tierra prometida que no es la suya.

La sangrienta insurgencia terrorista de los 80, el terror de Estado contrainsurgente, el desastre hiperinflacionario y la corruptela generalizada del régimen de García, reavivaron el viejo autoritarismo político, reanimaron la militarizaron de nuestro régimen político y revivieron la ilusión en los caudillos “salvadores” y mágicos. Se debilitó severamente un extendido, pero naciente, tejido social y político democrático que comenzaba a generar un protagonismo popular desde abajo. Nació la era de los ensayos de “renovación política” con toda clase de “recién llegados” a la política. El remedio no fue mejor que la enfermedad. Un cínico pragmatismo se adueñó de la escena política. Se combinaron el clientelaje populista sobre los más pobres con la sujeción de los “representantes públicos” al gran caudillo mediante un descarado régimen de prebendas y privilegios. El cargo público se usó abiertamente para el enriquecimiento personal y la intermediación con los grupos de poder y las transnacionales que asumieron un creciente control sobre el Estado y el manejo de la economía nacional. El resultado: la desnacionalización de sectores estratégicos de la economía y del propio Estado, cada vez más evidentemente ajeno a nosotros y más servil a los centros de poder y de negocios extranjeros.

La frustración se volvió a apoderar del país. Se repitió la misma historia: una economía que crece para hacer más ricos a los ricos, mientras los pobres rumian sus miserias. La soberbia de los que gobiernan, los mantuvo de espaldas al país y rodeados de insultantes privilegios. Y, otra vez, entramos a elecciones marcados por la frustración y la ira, por la terca y petulante oposición al cambio de los privilegiados de siempre, y por el miedo y el desconcierto de grandes mayorías. Otra vez la evidencia de que la política no es sino un permanente baile de máscaras, de cínicos carnavales. “Lourdes es el verdadero cambio”, con el huachimán del banquero más poderoso del país al costado. Con Alan “gana” el pueblo, “gana” el Perú, mientras ruega por una segunda oportunidad para él y los 12 apóstoles que hicieron trizas al país. ¿No es que “gallina que come huevo...aunque le quemen el pico”? Y –otra vez- un renovador sin historia conocida, sin pasado en la lucha social de nuestros pueblos, cuyas hojas de vida se pierden para difuminar su paso por las zonas de emergencia durante la época de la violencia y diluir las manchas de sangre que parece tener en las manos. Un enviado celestial que predica la buena nueva del cambio, la justicia y la moralización, pero rodeado por los operadores militares, económicos y del propio ministerio público del régimen fujimontesinista, por los broadcasters corruptos de siempre.¿Otro caballo de Troya como Fujimori o como Lucio Gutiérrez en Ecuador?

Los socialistas hemos colocado gran parte de la agenda política que hoy se debate para canalizar la ira y la frustración de muchos, para vencer el miedo y construir un Perú para Todos. ¿No encabezamos la lucha cara a cara contra la corrupción, enfrentándonos a los más poderosos voceros del poder? ¿No hicimos luz y resistimos las fraudulentas privatizaciones y gollerías tributarias para los más poderosos? ¿No levantamos la reforma tributaria y las regalías mineras para que paguen más quienes ganan más? ¿No cuestionamos solitariamente las migajas que nos deja el contrato del gas de Camisea y los abusivos precios que se nos cobran?¿No encaramos atentados y amenazas por defender los derechos humanos cuando otros callaban?

En este círculo vicioso de ira, miedo y mascaras en el que sobrevive un sistema que el Perú no resiste más, un puñado de decenas de miles de hombres y mujeres, de jóvenes y mayores hemos buscado y buscamos ser una semilla del cambio que el país necesita, una voz y una fuerza política necesaria, que abra camino y de curso –en esta América Latina que se ha vuelto a echar a andar- a una Patria nueva, justa, descentralista y libre, a un Perú para Todos.