2005-08-06 00:00:00

Pocos escucharon el mensaje por fiestas patrias del Presidente Toledo. Muchos ni prendieron la radio o la TV dada la incredulidad y el desgaste que sufre su gobierno, y el irritante contraste entre la palabra oficial y la realidad que la gente vive en carne propia. Otra vez escuchamos que la economía crece, que “chorrea”, cuando la desigualdad es cada vez más escandalosa y las mayorías viven marginadas de derechos básicos. Más allá de recapitular logros y avances del gobierno –algunos reales, pero muchos otros muy discutibles- y de algunos anuncios menores sobre reparaciones a victimas de la violencia y de proponer que el nuevo Congreso asuma el cambio constitucional que él actual mezquinó y evadió, el mensaje no aportó nada nuevo.

Al iniciar su último año de Gobierno, el mensaje de Toledo mantuvo omisiones y carencias de años anteriores. Festeja la disminución del déficit fiscal, pero nada dice sobre la paralización de la reforma tributaria, el incremento del endeudamiento y el severo estancamiento de la inversión pública, que lleva a un Estado cada vez más débil y descapitalizado, incapaz de atender adecuadamente las demandas de la población. Sigue sin concretarse la Emergencia Educativa, anunciada desde el 2003 sin que hasta ahora existan acciones efectivas. Y del déficit de S/. 76 millones del Seguro Integral de Salud, ni la tos.

En la lucha contra la pobreza se persiste en el asistencialismo manipulatorio –centrado en el Programa “Juntos”- descartándose políticas sociales integrales que apunten al desarrollo sostenible e inclusivo. Se destaca a la gran inversión, especialmente foránea, pero nada se dice sobre impulsar la micro, pequeña y mediana empresa, que aportan el grueso del PBI y dan empleo a la mayoría de la PEA. Se celebra el avance agroexportador –lo que es positivo- pero nada se ofrece al agro que produce para el mercado interno y al tradicional, que representan a más de 2 millones y medio de productores y campesinos, carentes de asistencia, capacitación y financiamiento.

Pero lo más criticable del mensaje es la atmósfera de injustificado triunfalismo y total conformismo con el actual régimen económico. Para Toledo –haciendo eco de la derecha- estamos en el rumbo “correcto” y nada hay que cambiar, pues los beneficios van a venir solos, tarde o temprano. Más allá de las críticas puntuales, el discurso de Toledo refleja las limitaciones de un modelo económico y político sustentado en una visión de la realidad nacional alejada de los intereses y demandas de la población. Se necesitan reformas de fondo, pero lo que se ofrecen son cambios cosméticos, paliativos insuficientes. Se piden cambios estructurales e integrales, pero sólo se dan retoques allí y allá. Se reclama urgencia y decisión, pero persistimos con la ambigüedad del “vamos mejorando” y “los beneficios ya se van a ver”.

El modelo neoliberal -establecido por el fujimontecinismo y mantenido por Toledo- tocó fondo hace tiempo, por más que la derecha, los grandes grupos de poder y los partidos tradicionales se nieguen a admitirlo. Las políticas aplicadas en estos 15 años, no han dado respuesta a los graves problemas nacionales. En vez de encarar y resolver las desigualdades y discriminaciones que padecen enormes sectores de la población, el neoliberalismo las incrementó y perpetuó, generando -tras una fachada de prosperidad macroeconómica- una creciente inestabilidad social y política. Apostar nuestro porvenir a privilegiar a los grandes inversionistas y grupos empresariales, a enriquecer aún más a los ricos y profundizar la brecha entre quienes tienen y quienes no tienen, esperando que algo de la riqueza acumulada “chorree” a los pobres, no solo es profundamente injusto e inmoral, sino además, ilusorio.

Para engancharnos en un auténtico proceso de desarrollo económico y social, el Perú necesita mucho más que medidas a cuentagotas o esperar el “chorreo”. El 2006 será un año crucial. No podemos seguir posponiendo los cambios y reformas a las obsoletas y decadentes estructuras actuales. De cara a las próximas elecciones, los sectores sociales y políticos progresistas tenemos la obligación de ofrecer al país un autentico cambio de rumbo, una alternativa viable y coherente que haga frente a las insalvables limitaciones y deficiencias del neoliberalismo ramplón. En ello se juega la sostenibilidad de la democracia y de la vida social. No permitamos que el 2006, último año del Toledismo, se convierta en el primer año de más de lo mismo.