Las imágenes son impresionantes. El macabro sonido de la rampa que se abre bajo los pies de Saddam Hussein un instante antes de que cuerda le quiebre el cuello en la base militar de Kadhimiya, constituye un símbolo del año que acaba de concluir en Irak y no anuncia nada bueno para 2007.
En un tétrico video de dos minutos y 38 segundos de duración que circula por internet, transmitido el domingo pasado por la televisora satelital Al-Yazira, contrastan la arrogante calma a cara descubierta del ex dictador iraquí con las cobardes burlas de los verdugos encapuchados. Luego de intercambiar insultos con sus captores, Hussein reza la oración conocida como Shahada (“Hay un solo Dios y Mahoma es su profeta”). Antes de que pueda concluir, se precipita al vacío en medio de las risas y exclamaciones de alegría de los testigos. Se escucha la voz de uno de ellos: “¡Cayó el tirano!”. Otro grita: “¡Déjenlo mecerse ocho minutos!”.
No le permitieron ni siquiera el último gesto de dignidad, el que precede a la muerte y que no se le debe negar a quien está dispuesto a encararla con altivez como un guerrero. Lo ejecutaron, además, antes del inicio de la Fiesta del Cordero, también llamada del Sacrificio, la segunda celebración más importante de Islam, que comenzó el sábado y dura cuatro días.
Pero las burlas, risas y festejos durarán poco en un país proclive a estallar por sus cuatro costados. La prisión, la farsa legal del juicio y el martirio de Saddam Hussein incubaron el huevo de la serpiente. El hombre que ya es considerado un héroe por sus seguidores, tiene un fiero sucesor. Se trata del general Izzat Ibrahim al-Douri, quien fue su amigo, mano derecha y vicepresidente del Consejo del Mando de la Revolución. Hoy está prófugo, dirige todas las operaciones de la resistencia y por él se ofrece una recompensa de diez millones de dólares.
De 64 años, alto, delgado y conocido como “el pelirrojo”, Al-Douri era el número dos del régimen derrocado. Fue uno de los dirigentes del Partido Árabe Socialista del Renacimiento (Baas) más fieles a Hussein y, como él, nació en Tikrit. Una de sus hijas estaba casada con el hijo mayor del ex presidente ejecutado, Udai, que murió en julio de 2003 en un ataque de soldados estadunidenses contra una vivienda en Mosul.
Al-Douri participó en 1988 de la matanza con gases venenosos de cinco mil kurdos en la aldea de Halabya y en 1991 reprimió duramente a los iraquíes del sur que intentaron una insurrección. A partir de ese año representó a Hussein en todas las cumbres árabes en el exterior y en 1998 sobrevivió a un intento de asesinato en Kerbala, considerada ciudad santa chiíta. Durante la invasión conjunta de tropas de Estados Unidos y Gran Bretaña en 2003, “el pelirrojo” dirigió la defensa de la zona noroeste de Irak, a pesar de que su salud es muy precaria porque padece leucemia.
Una declaración distribuida en Amán por la filial jordana del partido Baas luego de la muerte de Hussein, sostiene: “Juramos lealtad al general Izzat Ibrahim al-Douri como el legítimo presidente de Irak y comandante en jefe de las fuerzas armadas”, líder de “la gloriosa resistencia nacional que dirigirá la batalla para liberar a Irak de las fuerzas de ocupación estadounidenses, británicas e iraníes”.
Si Estados Unidos y las nuevas autoridades-marionetas de Bagdad pretendían escarmentar a los seguidores del dictador Saddam Hussein, lo que consiguieron fue fabricar un mártir al pie del patíbulo: su fantasma sobrevolará durante muchos años en Irak y se perpetuará en la historia árabe más que la de sus pusilánimes ejecutores.