La pregunta es hoy más que nunca necesaria: qué nos dejan las recientes elecciones regionales y municipales de este año electoral que hemos vivido intensamente?. La respuesta va mucho más del recurrente nuevo mapa político que siempre redibujan los procesos electorales en nuestro país, tanto por sus peculiaridades como por sus consecuencias.
Empecemos por las peculiaridades. Por vez primera, desde que se realizan elecciones municipales y regionales que los partidos nacionales son reducidos a su mínima expresión por fuerzas independientes. Y es también la primera vez que un gobierno, que gana la Presidencia de la República, sufre una derrota tan catastrófica a poco más de tres meses de iniciada su gestión. En efecto, el Apra, ha sido uno de los grandes derrotados pues después de haber gobernado 12 regiones, apenas cuenta ahora con tres. Y si de simbolismos se trata, el Apra ha perdido por partida doble: ya no puede más ufanarse del “sólido norte”, y Trujillo, la cuna del fundador del aprismo, la perdieron después de casi treinta años de gobiernos municipales en manos del partido de la estrella.
Y si de derrotados se trata, ni siquiera el triunfo de Castañeda Lossio en Lima, puede ocultar el fracaso de Unidad Nacional, que ha vuelto a ratificar que es una fuerza política conservadora que no traspasa las fronteras de la capital de la República. Unidad Nacional, no ha ganado un solo gobierno regional y tampoco ninguna provincia importante o capital de departamento. A ello hay que agregar, que en realidad en Lima quien ganó fue el reelecto alcalde y sus más cercanos colaboradores de su también capitalino partido Solidaridad Nacional, pues Castañeda impuso candidatos y condiciones a la alianza derechista. La gran mayoría de la veintena de alcaldes de los distritos capitalinos, así como los principales regidores de Lima Metropolitana pertenecen al partido del reelecto alcalde.
De otro lado, quien estaba llamado a consolidarse como primera fuerza opositora del régimen aprista, tampoco se ha librado de la catana electoral. En efecto, Ollanta Humala, no solo no pudo evitar la división de su partido, sino que no alcanzó victoria alguna en ninguna de las regiones del sur y de la sierra que le expresaron su apoyo electoral tanto en la primera como en la segunda vuelta de las elecciones generales. Solo alcanzó el simbólico triunfo en la alcaldía provincial de Arequipa. Esta vez, hasta Ayacucho le fue esquivo.
Si en algo le sirve de consuelo, hay que indicar que –más allá de sus propios errores- tanto Humala como su Partido Nacionalista, ha seguido siendo víctima de la brutal campaña de la mayoría de la prensa capitalina, sobre todo de aquellos medios de la derecha neoliberal y de los principales canales de televisión. Al parecer, la consigna de la derecha económica y política ha sido desaparecer del escenario el peligro “humanista” que llegó a ponerles los pelos de punta –y en riesgo sus enormes privilegios y ganancias- y de paso allanarle el camino a Lourdes Flores que de vez en cuando sale a decir que es la jefa de la oposición.
A las fuerzas de izquierda tampoco les fue mejor, al margen de haber logrado algunos dividendos que fortalecen las capillas del MNI en Pasco, o de otras tiendas que como en el caso de Puno o Huanuco, están muy lejos de constituirse en los puntos de partidas para una recomposición de un proyecto de unidad de la izquierda peruana. El caso de Puno es expresivo: las dos listas que han estado peleando voto a voto la presidencia regional, son de izquierda. Así las cosas, no está demás remarcar el desparpajo tanto del Apra como de Unidad Nacional de pretender ocultar sus fracasos electorales, y pretendiendo vender la figura que el gran derrotado ha sido solo Ollanta Humala.
¿Y entonces, quién ganó?
Decir que los grandes ganadores de las elecciones regionales fueron los movimientos independientes es una verdad a medias, más allá del hecho concreto que a partir del 1 de enero del 2007, más de 20 gobiernos regionales estarán en manos de estos movimientos. Y es así porque difícilmente se puede meter en un mismo saco a todos estos nuevos gobernantes, tanto por los antecedentes de algunos de ellos, como por la incógnita que ellos representan.
En regiones como Arequipa y Apurímac han triunfado liderazgos que ya han venido gestándose por lo menos desde las anteriores elecciones del 2002. Es el caso de Manuel Guillén y David Salazar, éste último liderando el movimiento LLapanchiq que tiene una presencia de casi 10 años en la región de Apurímac. En Ayacucho, Ica y Huancavelica, han ganado personajes con pasados políticos de derecha o vinculados al fujimorismo. Es el caso de Ernesto Molina en Ayacucho y de Federico Salas, el último premier de Fujimori y saltó la valla de la justicia a pesar de haber recibido ilegalmente su sueldo de ministro de manos de Vladimiro Montesinos y en dinero constante y sonante. En Ica, Triveño, del Partido Regional de Integración, PRI, fue anteriormente candidato de Unidad Nacional.
De otro lado, hay presidentes regionales que más allá de sus antecedentes de izquierda, tampoco significa que su gestión estará signada por esta orientación, como son los casos de Pasco, Puno y Huánuco. Hay también un gran grupo de mandamases de las nuevas regiones que son una verdadera incógnita, como Ordóñez, de Tacna que viene del humanismo; o Jesús Coronel de Cajamarca que en Abril fue candidato al Congreso por Unidad Nacional; César Alvarez de Ancash, militante del FIM; o los nuevos gobernantes de Loreto, Ucayali o Amazonas. Para completar el panorama, está del caso del Cusco, con Hugo Gonzales, enemigo jurado de la Federación Departamental de Campesinos del Cusco, FDCC, el único gobierno de UPP; y en Lambayeque, el ex izquierdista Yehude Simons, no solo ganó la reelección sino que ya se ofreció como candidato del Apra para el 2011.
Así las cosas, un hecho que no se puede dejar de destacar es que a pesar de que en muchas zonas del país como el sur, el norte o el centro se viene hablando de crear “macroregiones”, en ninguno de estos lugares se lograron conformar alianzas macroregionales de movimientos o partidos que se presenten como alternativas viables. Mientras tanto, ya muchos de los nuevos gobernantes regionales han sido encandilados por la verborrea de García y por las alfombras del Palacio de Gobierno. Y no sería extraño ver a muchos de ellos, peleándose en adelante por ganarse el favor presidencial con el cuento de que se “sacrifican para lograr presupuestos y obras” para sus regiones. ¿Se puede hablar entonces de un triunfo de los “independientes”?.
Los nuevos gobiernos regionales y la perspectiva de país
Los resultados de las elecciones regionales y los nuevos presidentes regionales han sido motivo de sendos análisis que aún no terminan. En primer lugar, porque estos resultados han venido a confirmar tendencias que ya se habían perfilado desde las elecciones generales y de algunos conflictos sociales que se dan al interior del país.
La primera, es la reiteración de la presencia de dos países diferentes que no solo conviven sino que confrontan permanentemente. Uno, el país oficial, el país costeño, beneficiado y conforme en parte por las políticas neoliberales, articulado y beneficiario de la inversión pública; y por otro lado, el país real, andino, y por ende excluido y marginado; abandonado de las políticas públicas, y encima, expoliado y depredados sus recursos por las transnacionales mineras. Esos dos países volvieron a expresarse en estas elecciones; el primero votando por la derecha y el Apra en su gran mayoría; y el otro, buscando alternativas esta vez en los liderazgos regionales.
Otra tendencia, es que se ha reafirmado el fracaso y la debilidad de los partidos políticos nacionales, que incapaces de dar salida a las grandes demandas del país, persisten en aplicar las políticas neoliberales que hoy son también rechazadas en América Latina. Y frente a ellos, la insurgencia o persistencia de movimientos o partidos regionales, con caudillos o liderazgos que, al centrarse en solo en sus respectivas regiones, ponen en segundo plano o ignoran la perspectiva nacional.
Y este es un riesgo que no puede desdeñarse, pues como bien lo afirmó el sociólogo y analista político, Sinesio López, los resultados de las elecciones regionales, no son motivo de ufanarse o de alegrarse, pues expresan la profundidad de la crisis de la institucionalidad del país, y ratifican que seguimos careciendo de un norte o un derrotero claro que nos permita recuperar la noción de país, que integre región y nación, soberanía y gobierno, pueblo y gobernantes.
Y este riesgo se vuelve mucho más preocupante, en la gran mayoría de los programas y propuestas de estos movimientos regionales, están ausentes cuestiones cruciales para el desarrollo del país, como el TLC y la política neoliberal, la ofensiva de las transnacionales mineras que no pagan impuestos y destruyen los recursos naturales –en su mayoría ubicados en los territorios regionales de la sierra- y ante la débil exigencia para que los nuevos gobiernos regionales ejerzan una autonomía económica y fiscal.
Incluso, las propuestas de los movimientos de izquierda que han llegado al gobierno regional, tampoco incluyen estos temas cruciales; y mucho menos dicen algo sobre el tema de la Asamblea Constituyente, y parecieran estar cómodos con la carta ilegítima del 93, herencia de Fujimori y Montesinos, que tanto defiende la doctora Lourdes Flores, para no “asustar a los inversionistas”.
Un hecho que es relevante, tiene que ver con el agro. La gran mayoría de las regiones del interior del país tienen en la actividad agropecuaria su principal actividad productiva. En todas estas regiones, el agro está prácticamente en la ruina –salvo los pequeños nichos que se dedican a la exportación- y carecen de todo apoyo del Estado. En las propuestas de los nuevos gobiernos regionales que asumirán su mandato en enero del 2007, parecen haberse olvidado de la necesidad de convertir el agro en el motor de sus economías regionales, para lo cual se requiere inversión pública. Los nuevos presidentes regionales han acogido el discurso de que el desarrollo es responsabilidad de “la inversión privada”.
Vinculado con el agro está el tema de la minería. Muchos de los nuevos presidentes no solo se entusiasman con la inversión privada sino con la agro exportación, actividad que para ser exitosa requiere de producción sana, incluso con estándares agroecológicos, lo que implica contar con recursos libres de contaminación. La pregunta, es si se podrá producir alimentos sanos, por ejemplo, con el agua contaminada del río Mantaro, en Junín; o con el agua contaminada del Quilish, en Cajamarca, que tanto aspira Yanacocha?. Por lo tanto, este es un tema en el que las organizaciones agrarias tienen que emplazar a las nuevas autoridades regionales: van a defender los recursos naturales frente a la agresión de la minería, o se van a someter a los poderosos grupos económicos nacionales y transnacionales que lucran de esta actividad?.
¿Fortalecen la democracia los movimientos regionales?
Una preocupación justa es hasta qué punto, los resultados de las elecciones regionales contribuirán a fortalecer no solo la institucionalidad del país, sino el propio sistema democrático, entendido éste no solo como el formal hecho de ir a depositar el voto, sino como una democracia social, política y económica, real y participativa, transparente y e intolerante con la corrupción.
En otras palabras, hasta qué punto, organizaciones políticas regionales, grupos que se forman al influjo de las elecciones, sin programa ni propuestas claras, y muchas veces bajo la batuta de nuevos caudillos o cacicazgos locales y regionales, serán capaces de sentar las bases para el proyecto de un nuevo país, diferente a lo pretende seguir imponiendo el neoliberalismo.
Una crítica válida y justa a los partidos políticos nacionales es que han sido incapaces de dar respuesta a los graves problemas del país, así como de incorporar las demandas de las regiones. Estos movimientos que en su mayoría se conforman para las elecciones, y que como ha sucedido en varios de los presidentes regionales que están de salida, muestran una total improvisación, serán la alternativa a la partidocracia nacional?.
La respuesta es compleja, sobre todo cuando toca confrontar con un modelo como el neoliberal, cuya naturaleza centralista y excluyente, ha llevado justamente a profundizar el atraso de las regiones. Difícilmente se podrá dar mayor autonomía política, económica y fiscal a las nuevas regiones, pues el neoliberalismo, requiere seguirlas sometiendo y reducir el rol de los gobiernos regionales a simples administradores de pobreza y de los escasos recursos que en su mayor parte se destinan a mantener las burocracias regionales y locales.
Por ello, la tarea de construir el referente político nacional, capaz de hacer confluir las demandas de las regiones con una visión integral de país, sigue siendo no solo un reto, sino una necesidad en un escenario que hace cada vez más complejo y cuya dispersión política no hará sino favorecer los intereses del neoliberalismo y el poder de las grandes transnacionales que saquean el país.