La derecha peruana y sus compañeros de ruta que votaron por Alan García “tapándose la nariz” están muy contentos luego de haber oído su discurso el 28 de julio, al jurar su cargo de presidente de la República por segunda vez. El llamado “primer piso” de la era neoliberal fue montado por el gobierno de Fujimori entre 1990 y 2000 con sus decretos leyes para privatizar todo, desconocer los derechos laborales, reducir lo público a su más mínima expresión, instaurar un régimen de corrupción absoluta, controlar los medios de comunicación comprando con millones de dólares la complicidad de sus propietarios y violar todos los derechos humanos con la total participación de los jefes de las fuerzas armadas y policiales y la complicidad de la jerarquía de la iglesia católica y los más connotados empresarios.
Luego, el presidente Toledo –de biología andina y cerebro gringo de Stanford- mantuvo ese primer piso en economía y ofreció “un segundo piso” para despojar a la llamada democracia peruana de sus errores políticos. Las cifras macroeconómicas parecen muy buenas: 5.5 % de crecimiento anual al final de su mandato, los ingresos de las empresas se duplicaron y los salarios crecieron menos del 3%.
Alan García prometió un “cambio responsable”. Ni un solo de sus
decretos cambiará lo esencial de esos dos pisos neoliberales que
ya duran quince años. A las empresas mineras que tienen
extraordinarias ganancias sólo les ha pedido que entiendan la
grave situación del Perú y que ofrezcan voluntariamente en una
“mesa de donantes” algunos millones de dólares más para
“financiar la lucha contra la pobreza”. Nada comparable con la
decisión soberana del gobierno boliviano de Evo Morales, quien por
mandato de la multitud organizada en “El Alto” invirtió los términos
de distribución de la riqueza producida por sus hidrocarburos: 82
% para el Estado y 18 para las empresas. Lo esencial del modelo
económico está asegurado. La pregunta es: ¿hasta cuándo?
La clase política peruana tiene una capacidad extraordinaria para
imaginar el país que quiere y para no ver el país tal como es. En
este punto, es plenamente visible el nuevo abrazo de Alan García
con sus amigos de la derecha. En su lógica pareciera que el
principal problema del Perú es la “pobreza”. Esta es la tesis y el
lenguaje de los Bancos (Mundial e Internacional de Desarrollo) y
de miles de nuevos super especialistas internacionales y
nacionales, en financieras y ONGs. La categoría “pobres”
corresponde estadísticamente a personas que tienen bajísimos
ingresos. Nada más. Con la misma lógica de describir la realidad
eludiendo los problemas de fondo se inventaron los llamados
sectores A, B,C,D,E. Como el problema no tiene solución a la
vista es posible que se creen después nuevas categorías F y G.
Bajo el paraguas de “pobres” se esconden diferencias enormes:
pobres son los obreros estables y no estables, los millones de
migrantes andinos y limeñas y limeños expulsados de Lima que
trabajan en lo que pueden y encuentran y viven en los conos de
Lima, los campesinos, los profesores de la enseñanza pública
(primarios, secundarios y universitarios). Fue a partir del
desastroso primer gobierno de Alan García que los profesores
universitarios dejamos de recibir un salario decente y nos vimos
obligados a buscar un segundo empleo, a ser taxistas o
vendedores ambulantes. Pobres son los millones de indígenas
que en los últimos quince años están rechazando el Estado
Nación, propiedad de la clase política, y entregando sus votos a
los llamados “outsiders” desconocidos como Fujimori, Toledo y
Humala. Para el Sr. Alan García el problema étnico del país no
existe. Tampoco habría relación alguna entre cultura y poder. Por
eso no dijo una sílaba sobre el asunto. Fujimori y Toledo se
sirvieron de sus rasgos asiáticos y de los símbolos étnicos para
ganar las elecciones y para nada más. Humala recibió ese mismo
apoyo, pero no hay que olvidar que sólo fue un voto electoral y no
un compromiso político mayor. Con el Primer Congreso de la
Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas, (Cusco, 15-17
de julio) convocado por las organizaciones ECUARUNARI, de
Ecuador, CONAMAQ de Bolivia y CONACAMI, de Perú, acaba de
nacer la primera propuesta política indígena en Perú que debe ser
tomada en serio. Alan García no sabe o no quiere saber que en 16
de las 24 regiones de los andes y la costa peruana, hay una
protesta muchísimo más fuerte de lo que él imagina y que no se
trata simplemente de un reclamo de unos soles o dólares más o
menos. La Coordinadora sostiene que en Perú el Estado Nación
ha fracasado y que se requiere de otro Estado.
Para Alan García, la reforma del Estado supone sobre todo
inyectar una dosis de austeridad y moralización para corregir los
actuales errores de este Estado, ajeno a los pueblos indígenas y a
los llamados pobres. Ganar la mitad de los grandes salarios de
ayer no cambiará en nada la naturaleza excluyente del Estado.
Como el problema de la exclusión estructural no le interesa,
tampoco Alan García dice una palabra sobre ese punto. Desde la
política alternativa de los pueblos indígenas la exclusión no se
resuelve “integrando” o “incluyendo” a los llamados indios al
Estado Nacional como sostienen los funcionarios del Banco
Mundial y sus amigos en los gobiernos, sino planteando el
problema de otro modo y cambiando de Estado. El Sr. Alan
García olvidó en dos meses sus propuestas electorales de volver a
la Constitución de 1979 y rechazar el TLC con Estados Unidos. Si
hubiera sido fiel a estas promesas El Banco Mundial y el BID no le
habrían asegurado los miles de millones de dólares que ya tienen
comprometidos para apoyar su gestión.
La diversidad cultural del país entendida como riqueza, (arguediana
metáfora de “Todas las sangres”) no es tomada en cuenta por el
nuevo gobierno de Alan García. Otra vez, los técnicos del Banco
Mundial y del BID están más avanzados que él y su partido porque
esa diversidad ya la asumieron como suya, con una sola
condición: que los llamados indios no tengan cuota alguna de
poder propio. Entre 1940 y 1990, tuvo lugar una larga lucha por
reconocer el valor de los pueblos indígenas. Poco a poco, la idea
de esa riqueza cultural fue ganando espacio, comenzando por la
música, la cerámica, los tejidos y, últimamente, la culinaria.
Cuando en 1990 se produjo el primer gran “Levantamiento Indígena”
de Ecuador, la primera “Marcha por la dignidad y el territorio” en el
oriente Boliviano y cuando en 1994 apareció el Ejército Zapatista
de Liberación nacional, los estrategas de la política
norteamericana se dieron cuenta de que debían hacer algo para
detener esa insurgencia. El Banco Mundial presta millones
dólares al gobierno peruano que todo el pueblo debe pagar para
que sus técnicos propongan proyectos de desarrollo para los
pueblos indígenas. Lo mismo ocurre en otros países de América
Latina. El viejo principio de Lampedusa en “El gato pardo”
reaparece con gran fuerza: “hay que cambiar en algo las cosas
para que todo igual”. El reconverso aprista Agustín Haya de la
Torre, que en otro tiempo fue de izquierda, ve el problema de la
cultura y el poder en términos de “razas” y cree que Aníbal Quijano
y yo seríamos responsables de una “guerra civil en el Perú” si
defendemos el derecho que los pueblos indígenas tiene a
organizarse políticamente de modo autónomo. Se trata de una
grave ceguera compartida por el conjunto de la clase política
peruana que se resiste a aceptar que los pueblos indígenas tengan
voz y poder propios. El reclamo de otro Estado es el mensaje que
16 de las 24 regiones del país han expresado a través del 48 % a
favor de Ollanta Humala. Ignorar ese reclamo, esconderlo debajo
de la alfombra y presentarlo como una amenaza de guerra civil
sigue siendo uno de los más graves errores de la clase política.
Como ferviente católico, Alan García tiene una estrecha relación
con la jerarquía de la iglesia católica. Por su responsabilidad en la
violencia política de sus años de gobierno (1985-1990) ha buscado
un vínculo estrecho con la cúpula de las fuerzas armadas y
policiales (su primer vicepresidente es un almirante en retiro). Por
esas conexiones y por evitar tocar el tema de su propia
responsabilidad no dijo en su mensaje una palabra sobre el
problema de la violación de derechos humanos en el país. La
inmunidad e impunidad de quienes violaron esos derechos y no
son castigados estarán aseguradas el tiempo que dure su
gobierno. Conviene recordar que siguen abiertos procesos
judiciales sobre la responsabilidad de Alan García y su actual
primer vicepresidente en la matanza de los presos en los penales
de Lima, en julio de 1986.
Más allá de todos sus discursos y promesas, Alan García tiene
dos objetivos precisos: lavar su imagen y terminar su mandato.
Puede asegurarse que logrará ese primer objetivo en los predios de
la derecha y de los Estados Unidos, pues su gobierno comenzó
muy bien en esa dirección, pero será muy difícil que lo consiga
entre las masas indígenas, campesinas y populares del país. Uno
de los grandes logros del régimen de Toledo fue durar cinco años.
¿Seguirá García el mismo camino?