Para cuando se publiquen estas líneas, el tenso y enredado proceso electoral del 2006 que hemos vivido en los últimos meses, habrá concluido. El Perú –para bien o para mal- tendrá un nuevo Presidente electo que se hará cargo de los destinos del país hasta el 2011. Más allá de antipatías o simpatías, de la adhesión o rechazo que se puedan sentir por el ganador de las elecciones, algo esta claro: su tarea no será nada fácil. Nuestro país encara un proceso de crecimiento económico con fuerte concentración de la riqueza que lo coloca –junto a la exclusión permanente, el racismo imperante y el descrédito del sistema político- sobre un volcán social, pronto a estallar.
Precisamente por ello, el nuevo Gobierno no puede ni debe perder tiempo dedicándose a desvaríos y frivolidades. Está obligado a enfrentar desde ahora mismo, de frente y con prontitud, problemas cruciales tales como la lucha contra la pobreza y la falta de empleo, la emergencia educativa y de la salud, el relanzamiento de la acción anticorrupción, y -muy especialmente-el espinoso tema del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, tema crucial que tiene que ser encarado ya.
El TLC que el Toledismo ha acordado con Washington-y que no se entregó al Congreso para que no se conozca y debata en el proceso electoral- está a puertas de ser debatido y aprobado en los Congresos de ambos países. Como es conocido, las críticas al TLC son numerosas: los graves prejuicios para el agro, micro y pequeñas empresas; los riesgos para nuestro patrimonio biogenético; el desmantelamiento de nuestras políticas propias en promoción de sectores productivos y actividades culturales; las excesivas garantías y concesiones a la inversión foránea, limitando seriamente el manejo soberano de nuestro Estado; la subordinación de nuestras leyes. Pero a los cuestionamientos al contenido del TLC, debe agregarse además el rechazo a la forma amañada como Toledo y su Partido pretenden hacerlo aprobar, mediante un proceso a la carrera, para tener todo oleado y sacramentado antes del cambio de mando del 28 de julio, con el conocimiento e intervención sólo de los grandes grupos de poder y los viejos partidos tradicionales, excluyendo la participación de las grandes mayorías nacionales y evitando una consulta popular –propuesta por una iniciativa ciudadana al Congreso- haciéndolo votar, en cambio, por el actual Congreso, desprestigiado y de salida.
El nuevo Gobierno no puede pretender hacerse el desentendido respecto a un tema tan trascendental y serio como es el TLC. No puede pretender mantenerse al margen alegando que como no entra en funciones hasta el próximo 28 de julio, estaría imposibilitado de intervenir en la controversia sobre el Tratado, y que no le queda más que cruzarse de brazos y sentarse a esperar hasta el día del cambio de mando, cuando se le presenten los hechos consumados. Eso es inaceptable. El nuevo Gobierno, que acaba de ser electo, tiene que entrar a tallar desde ahora en el tema del TLC y no hacerse el disimulado dejándole la cancha libre a Toledo para que en el mes y medio que le queda, haga todo el trabajo sucio, sacando “si o si” su TLC, mientras el régimen por venir elude asumir toda responsabilidad política por ello.
Los peruanos y peruanas estamos hastiados de presidentes y partidos que incumplen sus promesas y no asumen plenamente sus compromisos. Este TLC esta profundamente cuestionado por las indebidas y excesivas concesiones dadas por el Perú. Por ello, su aprobación no puede ser a trancas y barrancas como pretende el toledismo. Debe irse a una profunda revisión critica de lo acordado y a un amplio debate nacional, que debe concluir necesariamente en el Referéndum sobre el Tratado y, de no aprobarse el texto actual, ir a un nuevo proceso de negociación, todo a cargo del nuevo Gobierno, porque Toledo y su régimen –repudiados en las calles y en las urnas- hace ya mucho que perdieron la legitimidad y la representatividad indispensable para negociar y decidir a nombre del pueblo Peruano.