A propósito de los 5 presos cubanos:

2005-07-17 00:00:00

Me lo puedo imaginar en esas horas donde la pobre luz apenas alcanza para escribir una carta de amor, una tierna palabra, una frase que, tal vez, olvidó decir en el momento justo, cuando apura el tiempo o alguna tarea urgente nos priva de la pasión de inventarnos un poema, una flor, un chiste, un pretexto para recordar, que es como volver a vivir.

Entonces, sólo entonces, me puedo imaginar a Gerardo Hernández Nordelo, haciendo unos trazos al vuelo, unas caricaturas; recordando -¿acaso recordar es tan importante como respirar para un hombre preso, injustamente preso?- la llegada a la redacción de La Aspirina, el suplemento humorístico del periódico Tribuna de La Habana, allá a inicios de los años ochenta; con la paciencia de un aprendiz de relojero, sentarse a la mesa de dibujo y dejar sobre el papel en blanco: escenas de la vida cotidiana, historias de hombres y mujeres comunes, sencilla gente de pueblo que lucha y blasfema, goza de lo lindo con los jonrones de sus peloteros favoritos, estrena el último chiste, se santigua contra los malos espíritus y sueña con la esperanza...

Nordelo no oculta su vocación por llevar al papel el humor criollo, ese ajíaco en que nos fundimos todos: africanos y europeos, chinos, haitianos, árabes, blancos, negros, mulatos... Sin alardes formales su aguzada mirada se detiene ahí donde el cubano es más cubano: en el choteo, en el carnaval de la risa que nos devuelve el rostro mismo de nuestra identidad y la capacidad para superar nuestras insuficiencias, lastres, deformaciones. Y eso es, precisamente, lo que hace trascendente, en su aparente sencillez, el arte de Nordelo; esa capacidad de entregarnos el nosotros, desde adentro de nosotros mismos.

Sus caricaturas, dibujos y viñetas tienen el rigor obstinado de la línea. Y esto supone una concepción severa del oficio, porque -si en el pintor el agarre del volumen, la ilusión de la perspectiva, el festín del color son ocasiones propicias para hurtar y mostrar poderes ocultos-, en lo lineal, en cambio, no hay pasaje de vuelta; o se llega o se fracasa en el viaje.

Nordelo estrenó su viaje en el humorismo gráfico desde sus tiempos de estudiante. Lo hizo con atinada certeza. Y no fracasó en su aventura creativa; busco aquí y allá, cotejó hallazgos y supo que el buen caricaturista es el que sabe dominar con severidad el trazo. Su paso por el arriesgado arte del humor gráfico, aunque efímero, muestra una obra llena de chispeantes ocurrencias semánticas. Su estilo es irreverente, inconforme, veraz. No se oculta tras la fachada del artificio artístico; cree en el poder de la línea, en el zumbido crepitante de la intuición, en la provocadora inteligencia del chiste cotidiano, que hace del cubano un "tipo extrovertido", adicto al choteo y al juego elíptico y pugnaz con las situaciones -inclusive, hasta las más tremendas- de su entorno y de su propio ser.

Y esa vitalidad y desenfado para mostrarnos críticamente cómo somos los cubanos es el rasgo esencial del arte de Nordelo. ¿Acaso es justo que una sensibilidad como la suya esté condenada, encarcelada, privada de realización?

Gustavo Rodríguez, más conocido por Garrincha, caricaturista del colega Dedeté, suplemento humorístico del diario Juventud Rebelde, cuenta:

"Nordelo era un tipo serio, aunque dicho así parece una pedantería. Aparentaba más edad. En muchas cosas él era una gente muy madura, y elegante en el trato. Yo no me acuerdo de Nordelo en ninguna perreta típica de principiantes-que-nos-creemos-Picasso, tan habitual cuando uno comienza a embarrarse de tinta. Gozó de la ventaja de que no tuvo que copiar a nadie en su línea. Como sucede a menudo con caricaturistas, su personalidad y sus dibujos tenían sus contrastes. Su tranquila manera de ser contrastaba con su humor gráfico, de choteo y crítica costumbrista.

“No esperen ver en sus trabajos ninguna clínica de dibujo o perspectiva. Pero igual para el tipo de humor que él cultivaba, su trazo era muy cómodo. Habría que ver cómo funcionarían los chistes de Pepino sin esos personajes grotescos, con ojos de bocio y extremidades de viñeta medieval.

"A mí me recuerda el caso del veterano Ardión, que si bien es verdad tuvo más suerte que Nordelo gráficamente hablando, también tenía un dibujo sencillo y un costumbrismo muy sabroso, de absurdo y desparpajo. Ponerme a decir que Nordelo evadía el chiste de humor físico para darle preferencia al gag verbal es algo tomado por los pelos, sobre todo porque yo no creo que él haya estado el tiempo suficiente generando para publicaciones periódicas. Lo cual nos lleva a su sentido del humor. No hay manera que nadie vaya a confundir un dibujo suyo con el de un australiano. Que es cubano, se sabe enseguida. Creo que se sentía muy cómodo en ese aspecto. Debía salirle fácil."

Supongo que para el caricaturista Nordelo, para el joven que se introdujo en los ardides de la creación gráfica, la línea fue un duro cauce de resistencias que utilizó y venció a cada instante. En él la limitación es su fuerza, como tenga poderes para sobrevivirla. Y la calidad de su salto se mide por los obstáculos, por eso, con sus trazos logra una rara hazaña, tal vez, premonitoria de empresas futuras: la línea de su mundo no es reja de celda sino encuentro para nuevas luces.