En el país se acrecienta cada vez más los sectores sociales en conflicto exigiendo atención a demandas de diversa naturaleza. A las movilizaciones agrarias y campesinas que iniciaron las bases de la CCP el 22 de junio y que continuaron otros sectores productivos, se han sumado la paralización del transporte en Arequipa con apoyo el Frente Amplio Cívico (FACA), y en Puno (que coincidió con la protesta campesina); así como la huelgas en sectores públicos como las enfermeras y paros escalonados de los maestros del Sutep.
A todo ello hay que agregar los conflictos sociales que se derivan de la presencia prepotente y abusiva de las empresas transnacionales mineras que explotan los recursos de las comunidades campesinas y pueblos del Perú profundo, pero se niegan a hacer aportes sustanciales para apoyar el desarrollo local y regional integral. Los caso de Yanacocha, Espinar y Piura son quizás los más representativos. Los constantes reclamos que provienen de las regiones, se han sumado a este panorama social convulso y cuya perspectiva es seguirse incrementando.
Toda esta situación es el reflejo social de la aplicación de un modelo económico neoliberal que va alcanzando sus límites y expresa su agotamiento, y genera una crisis que alcanza a su vez a su expresión política, como es este régimen de democracia representativa. Como bien lo dice, Lorenzo Ccapa, dirigente nacional de nuestra central, las luchas sociales son la expresión de la crisis del régimen político: un ejecutivo, cuya cabeza –Alejandro Toledo- ha gobernado la mayor parte de periodo ni con el 10 por ciento de apoyo popular; un Congreso de la República, cada vez más desprestigiado y comprometido con la corrupción fujimontecinista y la del actual régimen; y un poder judicial que cada vez da mayores muestras de que la putrefacción y el cáncer que lo corroe requiere de transformaciones radicales.
Es en este marco en que las luchas de millones de campesinos, pequeños y medianos productores agropecuarios han empezado a cobrar vigor y apuntan a ensancharse, centralizarse política y programáticamente, y a generar mecanismos de unidad de acción para responder de manera contundente a las graves amenazas que se ciernen sobre nuestro castigo agro nacional y regional.
No es difícil hacer un breve inventario de la dimensión de estos peligros que se ciernen sobre la pequeña y mediana producción, las comunidades campesinas y por lo tanto sobre el mercado nacional y nuestra soberanía. El primero de ellos es por sus graves consecuencias para el futuro del país, el TLC con los EEUU y que el gobierno ha reforzado su campaña mediática para tratar de convencer a los peruanos sobre supuestas bondades que solo existen en las afiebradas mentalidades de los neoliberales encaramados en el gobierno de Toledo. A esta campaña se han sumado lamentablemente los agroexportadores, que creen ver en el TLC la gallina de los huevos de oro que les generará grandes ganancias abriéndoles el mercado norteamericano.
Los otros riesgos que se ciernen son las leyes de Comunidades Campesinas y Nativas, cuyo dictamen ya está listo para entrar en debate en el Pleno del Congreso y que, como lo señala en esta edición, el dirigente Pablo Quispe, casi nada ha recogido de las propuestas de la comisión revisora de esta legislación. Lo más grave de este proyecto de ley es que se enmarca en los cánones de la Constitución fujimorista que arrebató los derechos de las comunidades campesinas quitándole el carácter inalienable, imprescriptible e inembargable de la propiedad comunal.
Asimismo, está el proyecto de ley aguas que también espera ser debatido por el Congreso y que a pesar de que sus mentores insistan en que no privatizará este vital recurso, mantiene latente el peligro de entregarla en concesión, que no es sin otra forma de privatizarla. Y si a todo esto le agregamos la ausencia de crédito y financiamiento agrario con un Agrobanco inoperante y languideciente; la indolencia del gobierno ante las demandas agrarias y campesinas, y la criminalización de las protestas sociales y campesinas, entonces el panorama se torna complicado para el movimiento campesino.
Por lo tanto, siendo de envergadura las amenazas que se tienen por delante, a las organizaciones y gremios agrarios y campesinos no nos queda otro camino que preparar y potenciar nuestras fuerzas para librar nuevas y duras batallas. Batallas que pondrán de nuevo en la picota el modelo neoliberal y antiagrario y el régimen político que muestra cada vez sus límites y escaso margen de maniobra. Parafraseando al héroe cubano José Martí, la CCP sostiene que “está llegando la hora de los hornos” y que al final solo brillará la luz de las victorias, victorias que solo las obtendremos con la más amplia unidad de los hombres y mujeres del campo que nos resistimos a seguir siendo colonia norteamericana y que apostamos por la conquista de un agro nuevo, en un Perú nuevo y dentro de otro mundo posible.