Toledo no puede con su genio. Lo dominan un pragmatismo inmediatista y la fiebre del poder. Este 28, con minutos de diferencia, dio dos discursos contradictorios.
En el Congreso, ponderado, aceptó estar en el centro de una profunda crisis política. Ofreció levantar el secreto bancario, aceptando ser investigado. Retrucó pidiendo transparencia a todos los dirigentes políticos y autoridades. Legítimo. Pero la investigación definirá las cosas, más allá del gesto. Además, el cuestionado ministro de Justicia sigue allí, y no dio apoyo explícito a los procuradores anticorrupción o amplió sus atribuciones para investigar la corruptela actual. Eso dice mucho.
Propuso descongelar la reforma de la Constitución fujimontesinista. Así reconoció la falta de legitimidad, transparencia y representatividad, entre los ciudadanos, del sistema político que preside. Le pasó la pelota al Congreso y al Acuerdo Nacional, donde casi ningún partido se inclina por una Asamblea Constituyente elegida por el pueblo. Ciertamente, una Asamblea Constituyente elegida es clave, pues este Congreso no representa la voluntad política actual de los peruanos, y uno elegido el 2006 aplicaría los cambios recién el 2011.
Es tarea popular arrancar esa Constituyente, elegida con debate y compromiso de los cambios a hacer. A regañadientes, reconoció que el país está harto de una política económica con cifras macroeconómicas en azul, pero los bolsillos del pueblo en rojo, mientras pocos privilegiados comen en plato hondo. Nada dijo sobre la necesidad de una verdadera Reforma Tributaria -que haga que los que más ganan paguen más- para tener recursos para educación, salud, seguridad y tantas obras públicas que prometió.
No planteó establecer un Sistema Único de Remuneraciones Públicas justo que ponga fin a los privilegios de la burocracia dorada, incluyendo su propio sueldo, el de ministros y congresistas. Se limitó al poco transparente "reperfilamiento" de la deuda externa. Pero evadió el cambio de gabinete y del equipo económico responsable, de PPK, con lo que todo seguirá igual.
Lo increíble fue el inmediato triunfalismo desbordante de su discurso en el Banco de la Nación. Regresó al discurso de que todos sus males son externos (complot de la mafia, medios difamadores), obviando su propia responsabilidad y fracaso. Pasaba del apaciguador discurso de un jefe del Estado con graves acusaciones al inflamado desborde verbal del viejo 'Pachacútec', victorioso pero incomprendido. ¿A cuál Toledo creer? Muchos, a ninguno.
Otros, al que muestre la investigación en curso. Pero casi todos ven en él al que ha frustrado las esperanzas de un país que sufre el infierno diario de la injusticia y la impunidad, el Perú de la chakana, que no es sino el Perú de siempre, el que debemos refundar.