La reducción de aranceles que ha decretado el gobierno motivó amplia polémica. Y eso es importante porque está en discusión la estrategia de desarrollo económico para el mediano y largo plazo.
La paradoja es que esta discusión no se hace visible porque el elemento propagandístico central es que la rebaja de aranceles va a reducir la inflación. Como eso es lo que le preocupa a Alan García porque baja en las encuestas, lo que sucede es que el corto, el cortísimo plazo, es lo único que interesa.
A los neoliberales no les interesa el mercado interno como espacio para el capital nacional, lo que sí sucede con los demás países, comenzando por los industrializados, siguiendo con China y los países asiáticos y terminando con nuestros vecinos.
Tampoco les interesa el rol promotor que debe tener el Estado en la actividad económica, incluida la actividad empresarial. ¿Acaso EEUU y la Unión Europea no financian los sectores de punta, por ejemplo, aeroespaciales y de "industrias de guerra"? ¿Acaso en China más del 60% de la producción no sigue estando en manos estatales, pues han preferido "cruzar el río tocando el fondo con sus propios pies" para evitar el descalabro de la apertura al libre mercado a toda velocidad que hundió a Rusia? ¿Acaso Brasil no tiene a Petrobrás y Chile a Codelco y Enap para buscar su independencia energética, divisas e ingresos tributarios?
Como eso no les interesa, lo que hacen es proseguir la misma política de Fujimori y Toledo de "ningunear" al empresariado nacional, calificándolos de "mercas", aludiendo al calificativo de "mercantilistas" acuñado por De Soto en El Otro Sendero en 1986: se trata de la alianza entre empresarios y Estado –y también de algunos sindicatos– que impide el ingreso a la economía de los informales y, por tanto, traba el desarrollo.
No se puede, en el marco de este artículo, discutir el comportamiento del empresariado nacional en los últimos 20 años. Pero sí se puede afirmar que detrás del calificativo de "mercas", está el desprecio a lo nacional y el favoritismo al extranjero y a los grupos "nacionales" importadores.
En el caso agrario, durante décadas se privilegió el subsidio a los consumidores urbanos mediante una política de bajos precios pagados a los agricultores locales, lo que desembocó en la baja rentabilidad del campo, agravado por el déficit de infraestructura, aunado a oligopolios en la comercialización.
Lo que hace la rebaja de aranceles es sustituir la producción local por la internacional, fuertemente subsidiada por los países industrializados. Así, continúa el subsidio a la población urbana por el campo (para "bajar la inflación"), pero ahora aprovecha los subsidios de los países ricos. El "remedio" va a ser peor que la enfermedad: puede haber un beneficio temporal en las ciudades por la baja de precios (aunque espurio, porque los productos vienen subsidiados), pero se acentuará la desigualdad entre ciudad y campo, con el agravante siguiente: cuando vengan las vacas flacas seremos más importadores netos de alimentos que hoy, con menos divisas y los recursos fiscales serán escasos.
La estructura arancelaria establece el tipo de inserción internacional y un determinado nivel de precios relativos. Modificar estos fundamentos, de golpe, tendrá enormes consecuencias en la producción nacional, los ingresos (empresariales y salariales), en el nivel de empleo y, sobre todo, en los ingresos de los sectores más pobres del campesinado. El neoliberalismo se aprovecha del inmediatismo cortoplacista de García para imponer su agenda, que no es otra que entregar el mercado nacional a las "fuerzas del mercado", es decir, a los importadores.
El neoliberalismo sigue pisando fuerte y mantiene el péndulo económico lejos del equilibrio entre mercado y Estado, pues favorece ampliamente al primero, con todas las consecuencias ya señaladas.