Sean estas primeras líneas para expresar nuestra solidaridad con los pueblos de Ica, Huancavelica y Ayacucho, que han sido los más perjudicados con el terrible terremoto que asoló nuestro país el pasado 15 de agosto. Este desastre natural ha causado la muerte de más de 600 hermanos y hermanas nuestras, y ha sido con el alto precio de sus vidas con lo que una vez más se ha revelado toda la miseria, perversidad e injusticia que se esconde tras los fuegos artificiales de un crecimiento económico que ha diario nos quieren mostrar los propagandistas del neoliberalismo.
En efecto, el desastre que nos han causado los 7.9 grados del sismo último, no han hecho sino de echar por tierra el mito del crecimiento económico del que tanto hablan las cifras macroeconómicas; han puesto en evidencia las mentiras y las promesas incumplidas de un gobernante que pretende esconder la realidad con la banalidad de su discurso; y han revelado de una manera atroz la injusticia del modelo neoliberal que este régimen lo pretende incuestionable. Pero al mismo tiempo, ha desnudado toda la incapacidad de un gobierno para enfrentar una situación de emergencia, en la que como siempre, son los más pobres, los que tienen que pagar las consecuencias.
En el reciente discurso presidencial del 28 de julio, el Presidente Alan García, infló una vez más el pecho y toda su cada vez más voluminosa humanidad para soltar las optimistas cifras que supuestamente sustentan el desarrollo del país. “Desde el 2006 al 2011, la inversión privada grande y pequeña habrá totalizado más de 100 mil millones de dólares de inversión interna. Este año ya se está invirtiendo más de 20 mil millones de dólares privados y además la inversión pública que este año 2007, es de 5 mil millones de dólares en agua, electricidad, caminos y apoyo social llegará a ser un total de 30 mil millones en los 5 años para transformar el rostro humano del Perú”.
Se supone que mucha de esta inversión se ha hecho en uno de los departamentos que se exhibe como la vitrina de la bonanza económica y el éxito del modelo económico, gracias a las agroexportaciones millonarias, como es Ica. Se supone que muchas de estas inversiones, debían haber repercutido en un desarrollo sostenido, integral de la población iqueña y transformado este departamento en el emporio de prosperidad y bonanza para todos.
Sin embargo, las consecuencias devastadoras del terrible terremoto, nos ha mostrado una realidad extremadamente distinta a las que se nos ha venido vendiendo en todos estos años. De qué ha servido tanta inversión en la agroexportación iqueña, cuando sus principales ciudades siguen teniendo una precaria infraestructura que colapsa y que causa tanta muerte?. De qué sirve tanta inversión en telecomunicaciones, cuando estas dejan de funcionar e impiden que la ciudadanía se comunique y pueda así evitar mayores daños y salvar vidas?. De qué rostro humano se puede hablar, cuando esa millonaria inversión de la que habló Alan García el 28 de julio, es incapaz de contribuir a mejorar un sistema hospitalario que pueda ayudar a atenuar las pérdidas de vidas humanas y los miles de heridos que provoca una situación de emergencia como la que han vivido nuestros hermanos del sur?.
Desgraciadamente, esta tragedia no ha hecho sino revelarnos la verdadera naturaleza, el siniestro y perverso rostro de un modelo, como el neoliberalismo, que solo sirve para seguir enriqueciendo a un puñado de privilegiados, que explotando y pagando salarios miserables, en vez de generar progreso, no hacen sino reproducir mayor miseria y exclusión. A los agroexportadores peruanos y chilenos solo les interesa seguir enriqueciéndose a costa de la explotación de los peones y las tierras iqueñas, no les importa en lo más mínimo redistribuir la riqueza o contribuir a crear ciudades y campos seguros. Después de todo, ellos están a buen recaudo de los daños que puedan producir este tipo de desastres.
Esta terrible tragedia también nos ha revelado que el país que dicen que crece sostenidamente desde hace varios años y que recibe miles de millones de inversión, es incapaz de dotarse de un sistema de prevención de desastres y de planes de emergencia para atenuar los daños sobre todo en los seres humanos. Tantas cifras optimistas, nos han hecho olvidar que vivimos en un país altamente riesgoso y sometido a inundaciones, sequías, friajes y sismos. Olvido que se vuelve más trágico cuando se suma a la incompetencia de gobernantes y autoridades.
Hoy de nuevo volvemos a escuchar un sinnúmero de voces graves y preocupadas que nos emplazan a prepararnos para enfrentar las inclemencias de la naturaleza. ¿Aprenderemos la lección, o desgraciadamente, como siempre ha sucedido, pasado algún tiempo, nos volveremos a olvidar de las consecuencias de estas tragedias?. ¿Vamos a permitir que se repita la historia como ha ocurrido después de los fenómenos del Niño, y de tantos otros sismos que han ocasionado grandes daños como los de 1970 y el más reciente en el sur del Perú como el de junio del 2001?.
Creemos que es hora de empezar a cambiar la historia; y para ello, tenemos que empezar por exigir, en primer lugar y de manera urgente, que se destinen los recursos necesarios para la reconstrucción de la infraestructura social -viviendas, carreteras, agua potable, hospitales- y productivas de los pueblos asolados por el terremoto; así como planes de emergencia para generar fuentes de trabajo para la población afectada. Un sector que tiene que ser atendido son los pequeños productores y las comunidades campesinas, pues no hay que olvidar que estos pueblos son principalmente agrícolas.
Y en segundo lugar, las organizaciones sociales y populares del país, tenemos que retomar con fuerza las acciones necesarias para exigir el cambio definitivo de este modelo económico, por otro que capaz de generar y redistribuir la riqueza, de atender la salud, la educación; de invertir en la pequeña agricultura para garantizar la producción de alimentos para nuestro pueblo; es decir, de contribuir a crear una sociedad más digna, más justa, y más solidaria. No permitamos que este modelo perverso siga agudizando y magnificando las consecuencias de los desastres naturales mientras nuestro país solo se utiliza para llenar las arcas boyantes y voraces de las transnacionales y sus testaferros.