La ira se acumula. Se sedimenta con el tiempo, como uno de esos callos, amarillentos y duros, que son la suma de las cicatrices de incontables ampollas, llagas y cortes abiertos en las manos trabajadoras. Se alimenta de décadas de injusticia, desprecio y abuso, de cientos de miles de horas escuchando promesas incumplidas y rumiando frustraciones, de toneladas de trámites inútiles y petitorios extraviados en alguna dependencia, de miles de kilómetros caminados para terminar en el mismo punto.
Piense en Oscar Fernández o Julio Raymundo, obreros mineros de Casapalca, entre los 30 y 40 años. Suponga que, como a ellos, lo despiden abruptamente de su trabajo. Su único ingreso es su salario, entre los 19 y los 26 soles por trabajar 12 horas diarias. No ahorra mucho, ¿no es cierto?, porque tiene que pagar el menú diario y mantener a su familia. Imagínese en Casapalca, a 4,200 metros sobre el nivel del mar, trabajando en tareas permanentes, pero en una de esas “contratistas” o “servis” que abundan en el rico sector minero y que “son y no son” de los dueños de las minas (en este caso, los Gubbins). Usted es uno de esos cientos de despedidos en masa, como si fueran ganado, semanas atrás. Todos piensan, ¿y las familias? Acaso usted ha olvidado que está en un país moderno, en el que rigen las leyes de mercado, desde Fujimori. ¿Se confundió? ¿Creyó que estaba hablando con una sociedad de beneficencia? ¡Esta es una empresa de la poderosa Sociedad Nacional de Minería! Claro, sus dirigentes acudieron al Ministerio de Trabajo para que cautele sus derechos…y usted esperó, allá, en ese frío terrible, con la olla común. Pero, no pasa nada, ni negociación, ni solución. La empresa los planta en 8 citaciones del Ministerio. ¿No era que no se podía tener en “servis” o contratas a los que desarrollan trabajo permanente? Pero el gobierno “no puede” hacer valer sus derechos, ni darle una salida. Ni a usted ni a los demás. Entonces…desesperación, ansiedad y bronca
Usted piensa: “Ocupemos la carretera central”, junto al campamento, “para que se enteren de lo que nos pasa y nos atiendan. Para los medios no existimos, no importamos”. ¿Acaso en la Oroya, cruzando Ticlio nomás, no respiran aire con plomo y más del 98% de los niños se envenenan con hasta 6 veces más plomo en la sangre que lo permitido? ¿Y, no sigue la empresa sin aplicar las medidas medioambientales y el Ministerio alargándole los plazos a pesar del daño a la salud y al desarrollo de los niños? Tener chamba cuesta, a veces la salud. Pero “ahora, exige llamar la atención para que nos vean y entiendan que tenemos razón. Por eso, ocupamos la carretera y exigimos a los ingenieros”.
Y entonces usted ve llegar a la policía, enviada por el gobierno, a “imponer el orden”. ¿A restituir sus derechos frente a un despido brutal y abusivo? ¿A sentar a la empresa y los trabajadores a negociar como debieron hacerlo en el Ministerio de Trabajo? ¡No! A desalojarlo a usted y sus compañeros de las pistas. Y en los medios de comunicación nadie se ocupa de ustedes. Las pantallas y los titulares están ocupados con el menú del Restaurante Fiesta y la comilona de los Mantilla, el fujimontecinista López Meneses, dos militares con antecedentes de corrupción y el Dr. Ríos, candidato “sin padrino” pero seguro al Tribunal Constitucional, en una lista amarrada por los negociadores del APRA, el fujimorismo, UPP y el PNP. Si, seguimos en lo de siempre: la mermelada, el arreglo bajo la mesa, las cuotas para protegerse las espaldas… Pero, nadie se ocupa de usted, del trabajo perdido por centenares como usted. Y está harto. Entonces decide que no permitirá que lo arrinconen y lo arrinconen como a un perro sarnoso en una esquina, a terminar de morirse de hambre con sus cachorros. Resiste, porque el futuro es el hambre y usted necesita pan. Le echan plomo, a usted y sus compañeros. Y siente caliente, ve sangre y la cara de su mujer y sus hijos, y se van difuminando, poco a poco, entre las sombras y los gritos y la gente... hasta que todo oscurece.
Ya partió. También se fue otro compañero. Y un viejito, en la carretera, porque no pudo pasar para un centro médico de esos que solo hay en Lima, no en la Oroya, ni en Huancayo o Pasco de donde seguro venía. Entre los trabajadores, agitados, los hay dolidos y asustados; otros más decididos a no retroceder. Unos discuten lo ocurrido y lo que podría pasar mañana, otros rumian la necesidad de estar más organizados, de agruparse, de tener mas fuerza para detener el abuso. Y los niños graban en sus retinas su cuerpo tendido en el lodo, con el casco aun puesto y la casaca cubriéndole el rostro. Y, por la TV, aunque usted ya no lo ve, el Primer Ministro –siempre tan ponderado- expresa su solidaridad con los mineros y su posición principista contra la explotación de los trabajadores. Hasta ofrece una “nueva” reunión con la empresa.
Su mujer lo escucha en la radio. No entiende un carajo. Se quedó sin marido y sus hijos sin padre, por luchar por un trabajo de una veintena de soles diarios. ¿De qué solidaridad habla Del Castillo? ¿No es su Ministra la que no llevó a la empresa a ninguna reunión y su Ministro del Interior quien ordenó la brutal operación policial?¿Donará el ataúd? ¿Y quien le devuelve a su esposo? Se siente confusa, con miedo, herida. Y en su dolor, escarba en su pasado y se pregunta que ha hecho mal para que esto le pase ¿Donde pecó, donde le faltó a Dios? Y el vacío que usted le deja se llena de sed de justicia, de ira santa, como miles de peruanos y peruanas
Esa noche recuerdo: “Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: ‘¡No mueras, te amo tanto!’ Pero el cadáver, ¡ay!, siguió muriendo”. Y me arrepiento que no seamos capaces de juntarnos todos para que te incorpores, nos abraces y te eches a andar, junto a Vallejo y a los caídos en la lucha, en un mundo nuevo.