La Sociedad de la Información: La retórica en acción

2005-08-10 00:00:00

Contrariamente a lo que repiten a saciedad los profetas del ciberespacio, el
enfrentamiento contemporáneo alrededor del proyecto de la llamada sociedad de la
información no se da entre tecnófilos y tecnófobos, ni tampoco entre “globalófilos” y
“globalifóbicos”, sino entre quienes creen en el milenarismo tecnoglobal y quienes
luchan para lograr un control democrático del espacio informacional y comunicacional.
Ubicar el reto ante las nuevas tecnologías digitales bajo este ángulo del ensanchamiento
de la democracia permite evitar el doble escollo a la vez del angelismo y del
Apocalipsis.

Conceptos interesados

Debo confesar que las apelaciones de “Sociedad de la Información” y “Sociedad del
Conocimiento”, que tienden cada vez más a formar parte de un cierto sentido común,
están lejos de ser inocentes. De hecho, la expresión “Sociedad de la Información” es el
resultado de una historia marcada por numerosas controversias. Es precisamente lo que
he tratado de demostrar al trazar su genealogía en Historia de la Sociedad de la
Información publicada en 2002 (Barcelona, Paidos).

La idea de sociedad regida por la información, por el “dato”, está anclada en el proyecto
de la modernidad occidental. Es muy anterior entonces a la invasión del lenguaje
informático y de la noción contemporánea de “información”. En el transcurso del siglo
XVII y XVIII se entroniza a la matemática como arquetipo de la razón, como modelo de
razonamiento y de acción útil. Tiempos donde de reaviva el grial de un “lenguaje
universal”, de la “Biblioteca de Babel”, un tema recurrente en la obra de Jorge Luis
Borges.

La idea se despliega con el proceso de industrialización y se confunde con los avances
del pensamiento de lo cifrable y de lo medible como norma de perfectibilidad de la
sociedad, como parámetros del universalismo. Se confunde también con la evolución
de las doctrinas de la organización y reorganización de la sociedad. Nada extraño
entonces encontrar al fundador de la economía política clásica, Adam Smith, al filósofo
del “industrialismo”, Claude-Henri de Saint-Simon, al inventor de la primera doctrina
de la organización científica de la división del trabajo, Frederick Winslow Taylor, en los
precursores del proyecto tecnográfico de una “sociedad funcional”, una sociedad
gerenciada por virtud del saber positivo.

La noción misma de Sociedad de la Información se gesta paulatinamente a partir del fin
de la segunda guerra mundial. Una serie de neologismos se encarga de anunciar la
promesa de una nueva sociedad: managerial, poscapitalista, poshistórica, posindustrial,
tecnotrónica, etc. Todos preparan el advenimiento de la “Sociedad de la
Información“ que se institucionaliza definitivamente a partir de los años setenta. La
esperanza que, al salir del conflicto, el inventor de la cibernética, Norbert Wiener, pone
en el potencial emancipador de las tecnologías de la inteligencia artificial (“Hacer que
nunca más se vuelva a repetir la barbarie de Bergen-Belsen e Hiroshima”) se ve
rápidamente truncada por los enfrentamientos de la guerra fría y las primeras
aplicaciones de estas invenciones a las redes de protección del espacio aéreo.

El proyecto de una “nueva sociedad”, configurada por las nuevas máquinas de
información, se vuelve parte integrante de las tensiones entre los dos sistemas de
valores. Desde la mitad de los años cincuenta el auge de estos neologismos en la
ciencia política estadounidense corre parejo con las tesis de los “fines” o “crepúsculos”:
de la edad de la ideología, de lo político, de las clases y de sus luchas, de los
intelectuales protestatarios y, por ende, del “compromiso”, en provecho del auge de un
intelectual volcado hacia la toma de decisión. En la nueva sociedad prometida, el
pensamiento managerial, el positivismo gerencial, sustituirá a lo político. En los años
setenta, con el perfeccionamiento de los “métodos objetivos” para explorar el futuro,
empezaron a multiplicarse los best-sellers de anticipación de la sociedad tecno-
informacional, sinónima de pleno empleo, de fin del Estado-nación, de democracia
interactiva. En la sociedad de los futurólogos, la fractura ya no se daría entre ricos y
pobres, entre comunismo y socialismo, sino entre Antiguos y Modernos (según los
mitos acuñados por Alvin Toffler). A partir de los años setenta, la noción de Sociedad
Informativa saldrá a los think tanks y de los medios académicos para convertirse en
principio operacional en manos de los gobiernos de los grandes países industriales.

El término “Sociedad del Conocimiento”, de aparición más reciente, que ambiciona
colmar las carencias y las ambigüedades de la noción de “Sociedad de la Información”,
es también problemático. El uso de la noción genérica de “conocimiento” es tan
proteiforme como el recurso a la de información. Consensual a poco costo, esta
semántica tiene el defecto de esquivar la cuestión de la pluralidad de los saberes y de
sus protagonistas: los saberes fundamentales o sabios, los saberes aplicados de los
expertos y los contraexpertos, los saberes ordinarios surgidos de las múltiples vivencias
de la cotidianidad. Uno de los aportes mayores de la ruptura epistemológica que, en los
años ochenta, han significado el nuevo paradigma del “retorno al sujeto” en las ciencias
humanas y sociales es precisamente la rehabilitación de los saberes procedentes de las
experiencias vividas.

De ahora en adelante, este nuevo régimen de verdad repercute ineludiblemente en las
maneras de acercarse a la producción y la circulación de las otras dos fuentes de saberes.
Así lo están entendiendo, por ejemplo, los nuevos movimientos sociales para otra
mundialización al definirse como “movimientos de educación popular” y al buscar
nuevas formas de alianzas sociales entre intelectuales y actores de la sociedad civil
organizada, formas inéditas de intercambios mutuos de los saberes en todas sus
variantes.

A la noción singular y unívoca de “conocimiento”, prefiero la expresión alternativa
“Sociedad de los saberes para todos y por todos” para designar el proyecto de sociedad
equitativa, sacando provecho de las nuevas tecnologías de la información y de la
comunicación. Esta denominación tiene por lo menos el mérito de contrarrestar la
tendencia lancinante que se observa en las esferas del poder llamado global al retorno de
las concepciones difusionistas –de arriba abajo- de la producción y distribución del
“conocimiento” en las estrategias de las construcción de los macro-usos de las nuevas
tecnologías de la información y de la comunicación. La retórica de la innovación digital
sirve de coartada para remozar visiones neo-imperiales y etno-céntricas de la
reestructuración del orden mundial. He aquí, por ejemplo, cómo el gurú del
management Peter Drucker, en su libro La sociedad postcapitalista, caracteriza la
“Sociedad del Conocimiento” (Knowledge society): “El hombre instruido del mañana
deberá contar con que viva en un mundo globalizado que será un mundo
occidentalizado”.

Hablar en la “Sociedad del Conocimiento” sin caer en mitologías sobre el poder
redentor de las tecnologías implica reconocer que los sistemas de producción y
circulación de los saberes atraviesan una crisis profunda, estructural. Lo atestiguan las
embestidas desreguladoras en contra de la idea del servicio público en los sistemas de
enseñanza y de investigación. Un buen índice seria el número de huelgas que
últimamente han ocurrido bajo todas las latitudes para defenderlo. Globalmente, se
pueden decir que las innovaciones tecnológicas se han vuelto arma decisiva en la guerra
a que entregan los grandes grupos para la conquista de los mercados, desde aquellos de
alta tecnología hasta los de la industria farmacéutica pasando por los de los organismos
genéticamente modificados.

El proceso de producción de los conocimientos está atrapado en una dinámica que fija
una escala de prioridades actuando en función del aumento dela competitividad de las
empresas. La visión gerencial de la sociedad ha naturalizado el acercamiento acrítico de
los focos de elaboración y transmisión de los saberes al pragmatismo empresarial La
apropiación por la valorización capitalística de la materia gris y de la creatividad con
fines de integración es uno de los retos mayores del proyecto ultraliberal de
construcción de la arquitectura reticular global. La nueva tecn-utopía busca a alianza
entre la “imaginación” de los “intelectuales” y el “realismo” de los managers.
Paradójicamente, este lenguaje maniqueo deja ver los prejuicios del antiintelectualismo
que la nutre.

Lecciones de la CMSI

La preparación de la “Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información” (CMSI) sirve
como revelador de los contrastes entre proyectos de sociedad. Tanto la reuniones
intergubernamentales al nivel de áreas regionales (Bávaro, Bamako, Beirut, Bucarest,
Tokio) como las tres prepcoms organizadas en Ginebra en la sede de UIT donde la
sociedad civil ha sido convidada a hacer escuchar su voz. Incluso, por el estatuto
mismo del sistema de Naciones Unidas, esta oferta no concierne a la participación en las
decisiones, y no está exenta del riesgo de recuperación, la experiencia es rica en
enseñanzas que trascienden la cuestión puntual de la Sociedad de la Información .

Es un índice de la búsqueda de mecanismos según los cuales los ciudadanos tratan de
organizarse prefigurando una esfera pública transnacional, aún embrionaria. Es en si un
gran avance si se recuerda su ausencia completa en las reuniones o cumbres del G-7 que
acuñaron la noción de “Sociedad global de la Información”.

La primera enseñanza reside en los protocolos acordados para esta participación. Un
“buró de la sociedad civil y de las ONG” se constituyó para asegurar la relación con el
“buró de la delegaciones gubernamentales”. El hecho de que en este buró de la
sociedad civil estén representadas una veintena de “familias” o tipos de organizaciones
(desde los think tanks, la comunidad científica y los movimientos sociales hasta los
jóvenes, los grupos definidos por el género, los minusválidos pasando por los pueblos
indígenas, las ciudades y poderes locales, etc.) sugieren la dificultad de circunscribir las
nociones de “sociedad civil” y “ organización no gubernamental” que rigen en las
instituciones internacionales.

Por lo demás, los intereses comerciales también están presentes a través de los
observadores mandados por empresas transnacionales llamadas a desempeñar un papel
clave en la realización de la Sociedad de la Información y que el sistema de Naciones
Unidas corteja desde la entrada en la era de la des-regulación, momento en que
aprovechó para desmantelar el Centro sobre las sociedades transnacionales que había
dotado de una función crítica en los años setenta, años en que se pensaba en términos de
regulación posible. ¡La confusión no la ambigüedad que es susceptible de aquejar el
manejo del complejo tablero de representantes e intereses en la preparación en la
Cumbre no tardó en saltar a la vista cuando los organizadores se propusieron alinear una
tras otra las diversas proposiciones hechas por cada sector sin distinguir ni jerarquizarlas!

La segunda lección, más previsible quizás, reside en las posturas de presencia . Por un
lado, el discurso sobre la flexibilidad y el espíritu competitivo de la empresa, la
necesidad de reducir la función de la política estatal a la de crear el entorno más
favorable a las inversiones gracias a exenciones fiscales y la supresión de las barreras
reglamentarias. Este economicismo se acomoda muy bien con la visión pragmática y
tecnicista de la comunicación inherente a la institución anfitriona, la UIT, órgano
técnico del sistema de la Naciones Unidas.

Por otro lado, una filosofía anclada en el desarrollo sostenible y el derecho a la
comunicación que se declina a través de los derechos humanos, la memoria de las
experiencias participativas de las tecnologías anteriores (muy especialmente, la radio),
la transparencia, la alfabetización, la educación y la investigación, la diversidad cultural
y lingüística, el uso del software libre, la disminución de los costos de conexión, la
participación efectiva en el gobierno por Internet y a todas las instancias donde se juega
la regulación internacional del ciberespacio (OMC; Organización Mundial de la
Propiedad Intelectual, OMPI, o el ICANN). A la reivindicación de la seguridad del
derecho a la comunicación para el ciudadano se opone la obsesión del imperativo de la
seguridad de las redes globales amenazadas por el terrorismo. En filigrana de esta
vertiente menos publicitada de la “Sociedad de la Información” están legislaciones
adoptadas a raíz de los atentados del 11de septiembre del 2001 y los proyectos de
cruzamiento del conjunto de los bancos de datos y otros yacimientos de informaciones
sobre los ciudadanos (seguridad social, tarjeta de crédito, cuentas bancarias, perfiles
judiciales, datos sobre viajes aéreos, etc.). Tercer tipo de enseñanzas: la preparación de
la Cumbre ha acelerado la diseminación administrativa de la noción de Sociedad de la
Información, sin por ello levantar la confusión que la aqueja. Hay gobiernos que se
amoldan sobre el discurso convenido y confían en el determinismo técnico para
perpetuar una nueva versión de las estrategias de “modernización”.

En efecto, para echar las bases de una estrategia equitativa en la materia, hay por lo
menos que acatar las lógicas regresivas de concentración de los ingresos que van a la
par con la concentración de los usos de las tecnologías. Como observan los
investigadores argentinos Martín Becerra y Guillermo Mastrini, la carencia de una
tradición de servicio público y de intervención d e las autoridades públicas en la gestión
de las actividades de información y de comunicación no preparan a un aprovechamiento
beneficioso del “salto informativo”.

La incorporación en la agenda política del tema de las nuevas tecnologías se convierte,
entonces, por lo menos en los sectores reformadores, en ocasión para iniciar un debate
de fondo sobre la técnica, la sociedad, la desigualdades y las libertades individuales, y
cataliza la reflexión sobre la incompatibilidad del modelo de desarrollo inscrito en los
dogmas ultraliberales con los escenario de una “sociedad de los saberes por todos y para
todos”.

Una última lección que traigo a colación es la que se ha visto emerger de las
conferencias continentales. Un primer ejemplo es la conferencia asiática de Tokio, que
se realizó a principios de 2003 y que mostró la zanja que separa la posición de Japón,
adepto de la doctrina estadounidense del free flow of information a ultranza, y un
bloque compuesto por China, India, Indonesia, Irán, Malasia y Pakistán. El segundo
procede de las reuniones de los países latinoamericanos, entre otras la de Bávaro, en
República Dominicana, que se ha desarrollado en la misma época. Han vuelto a la
superficie las reivindicaciones del “derecho a la comunicación” apoyadas en los años
setenta por el movimiento de los países no alineados, a favor de un nuevo orden
mundial de la información y de la comunicación, pero que la liberalización y la
privatización salvaje de la economía y de las redes, habían alejado de la escena
internacional en los dos últimos decenios.

Sólo la leyenda negra tejida alrededor de ese período cuya influencia paraliza la
posibilidad de un inventario crítico del pasado y de sus contradicciones, impide que se
aprecie en su justo valor este momento pionero y original de la construcción de la larga
memoria de las luchas para la democratización de la comunicación.

En la agenda del movimiento social

Apoyándose en la logística de las nuevas redes de la militancia y los Foros sociales
mundiales, continentales o nacionales, el movimiento de la altermundialización ha
progresivamente incorporado la controversia sobre el rumbo tecno-informacional en el
debate sobre las razones estructurales de las disparidades socioeconómicas.

La experiencia del Foro Social Mundial de Porto Alegre es muy instructiva al respecto.
En los dos primeros encuentros (2001 y 2002), la problemática de la comunicación y de
sus tecnologías ha sido tratada en forma dispersa y, para decirlo, sin posicionamiento
explícito del movimiento social. En cambio, en la tercera edición del evento en 2003,
los medios, la información, la cultura, la diversidad, las nuevas formas de la hegemonía
y las opciones a la mercantilización constituyeron uno de los cinco ejes principales
alrededor de los cuales se estructuraron las mesas redondas del Foro.

A la iniciativa de Le Monde Diplomatique, se lanzó en Observatorio Internacional de
los Medios (Media Watch Global). Su objetivo: “emprender todo tipo de acción con
vistas a promover y garantizar el derecho a la información de los ciudadanos en todos
los países”. Dicho Observatorio está destinado a desmultiplicarse a través de
Observatorios Nacionales compuestos a igual proporción de periodistas, investigadores
y usuarios. Premonitorio, este proyecto de “perennización”, de establecimiento
permanente, de un lugar propicio a la crítica constructiva en un dominio cada vez más
estratégico está en empatía con el salto de conciencia de las opiniones públicas que se
pudieron observar durante la crisis iraquí a través de las protestas en contra de las
estrategias manipuladoras del campo de la guerra y en la manifestaciones
multitudinarias de febrero y marzo de 2003 a favor de la paz.

La legitimidad nuevamente conquistada del envite comunicacional significa un avance
importante en el pensamiento del movimiento social. Durante largo tiempo, en efecto,
el acercamiento instrumental a los medios, las redes y la cultura ha dificultado la
formalización de una reflexión de conjunto sobre su papel en las estrategias de cambio
social. De más está decir que el reconocimiento reciente del carácter central de la
problemática de los modelos de implantación social y de operación de las tecnologías de
comunicación y de información dista mucho de ser el hecho de la mayoría de los
componentes de los movimientos, aunque todos manejan con destreza las nuevas
herramientas digitales.

Esta legitimación se debe mucho al trabajo pionero de redes sociales comprometidas
desde hace varios años en el sector, como la Agencia Latinoamericana de Información
(ALAI), la World Association For Christian Communication (WACC), la Asociación
Mundial de las Radios Comunitarias (AMARC), o la agencia Inter Press Service,
fundada en Roma en los años setenta, que vincula horizontal y directamente los países
del tercer mundo, en una perspectiva de descolonización de la información.

Todas esas redes sociales hacen escuchar su voz en los lugares donde se dibuja la
arquitectura de la Sociedad de la Información. Lejos de dejarse abusar por los discursos
convenidos sobre la brecha digital, estas redes han aceptado la invitación de la
UNESCO y de la UIT a participar en la reuniones preparatorias de la Cumbre Mundial,
sin dejar de organizar sus propios seminarios y lanzando en noviembre de 2001 la
Campaña “Derechos de Comunicación en la Sociedad de la Información” (CRIS).
Todas estas iniciativas y demandas son unas de las múltiples expresiones de la nueva
filosofía de la acción colectiva sobre la gestión de los bienes comunes de la humanidad
(la cultura pero también la educación, la salud, el medio ambiente y el recurso “agua”)
según la cual el servicio público, la excepción y la diversidad cultural deben prevalecer
sobre los mecanismos del mercado.

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