Colombia: “No nos está matando sólo la guerra, también su indiferencia”
La cotidianidad de nuestras comunidades indígenas nasa que viven el fragor del conflicto armado en su territorio y sienten el odio y la discriminación miserable de un sector de la sociedad colombiana.
“…La sociedad colombiana ha sido incapaz de trazarse un destino propio, ha oficiado en los altares de varias potencias planetarias, ha procurado imitar sus culturas, y la única cultura en que se ha negado radicalmente a reconocerse es en la suya propia, en la de sus indígenas… de sus negros, de sus mulatajes…” William Ospina, ¿Dónde está franja amarilla?
Estamos en guerra lo sabemos, lo que no sabíamos o no queríamos verlo así es cómo la sociedad de alcurnia colombiana -léase rancia aristocracia, medios de comunicación comerciales, monopolio de la opinión pública, sectores de la iglesia, sectores castrenses y partidos políticos de ultraderecha, centro y derecha- le ha declarado literalmente su odio mezquino a nuestras comunidades indígenas así como lo hicieron en su momento contra el único partido político (con principios y proyecciones solidas) que ha existido en Colombia: la Unión Patriótica y lo aniquilaron. Desafortunadamente lo que los medios de comunicación han pasado el 17 de julio, fue una ligereza de unos empujones hacia los militares que han dramatizado de tal forma que la opinión y el gobierno estén en contra de los pueblos indígena del Cauca, manifestó el líder nasa Giovanny Yule.
La ira santa de esta sociedad ‘culta’ se hizo sentir hace dos semanas cuando un ‘héroe’ militar, el sargento Rodrigo García, armó tremenda pataleta mediática y derramó lágrimas contenidas durante años pues la ‘disciplina’ castrense no permite a sus miembros llorar, pues resquebraja su ‘hombría’. La Realidad de lo que vimos en terreno es que ese soldado lloró por la impotencia de no poder detener la dignidad de un pueblo a través de las armas y de su aparato militar, reiteró el dirigente nasa del Cauca, Feliciano Valencia. Por su parte algunos docentes nasa, quienes estuvieron en la recuperación del cerro sagrado Berlín por parte de la comunidad, relataron así la pataleta del militar: El sargento García viendo a sus soldados listos para salir, le dice a un grupo que salga hacia la derecha del cerro, otros a la izquierda, luego, al escuchar a los comuneros decir ‘váyase’ se tira al suelo y se pone a gritar y a patalear para dejarse ver de las cámaras de televisión allí presentes. Lea testimonio docentes nasa
Con ello se reafirma el show melodramático que escenificó Rodrigo García en Toribio. Este mismo ‘país decente’ e indignado, no se mosqueó dos semanas antes cuando en Risaralda los militares, dispararon contra dos indígenas emberá un hombre y una mujer, quien perdió su bebe de 8 meses (Lea denuncia de las autoridades indígenas CRIR) y luego murió viendo la indiferencia malévola de esta sociedad capaz de juzgar un acto de justa exigibilidad de los indios, pero que aborrece con saña el sufrimiento de miles de víctimas del paramilitarismo, la guerrilla y de más de 3000 víctimas de los llamados “falsos positivos”.
Esa misma sociedad “digna” no ha llorado ni se ha indignado por casi mil indígenas asesinados en el Cauca, algunos de ellos por la fuerza pública como el caso de los 20 de la Masacre del Nilo en 1991 y que el mismo Estado a través del presidente Ernesto Samper reconoció en su momento. Pero no es, entonces, una humillación para los indígenas el enterrar sus muertos y llorar con sus viudas y huérfanos el dolor de miles de indios asesinados. Vale más una lágrima de “honor” fingida que las de verdadero dolor de miles que han dejado masacres y humillaciones padecidas por los nasa en el Cauca, vulnerados además por el despojo territorial y la discriminación histórica; no es humillante ¿tampoco? que algunos terratenientes a nombre de la moralidad y en casos de la institucionalidad hayan usurpado a plomo o artimañas jurídico administrativas las tierras de los indios. ¿No? Resulta que esa sociedad sigue pensando que los indios carecen de sentimiento, que no tienen alma. Es, eso sí, una humillación para los militares el hecho que los indígenas se hayan cansado de la guerra, como reitera la comunidad nasa y lo recoge la columnista María Teresa Ronderos, al referirse a que los indígenas han soportado atentados guerrilleros y ataques del ejército; sus hijos reciben clase ‘custodiados’ por las trincheras de la guerra; sus casas han sido destruidas y sus familias lloran sus muertos.
Esa misma sociedad “justa” no ha crucificado a los verdugos de miles de huérfanos y viudas que ha dejado 60 años de conflicto, tampoco se da golpes de pecho por los niños que mueren de hambre, de frío y soledad, no se indigna cuando miles de mujeres en aras de conseguir bocado para sus hijos, se ven obligadas a vender su cuerpo y su dignidad en las malolientes camas de los prostíbulos.
Ese consagrado grupo de periodistas, militares, opinadores, ‘respetables’ políticos, terratenientes industriales, empresarios y cristianos no han censurado con rabia e imparcialidad el genocidio de 3000 indígenas en los últimos 20 años de guerra, ni ha fustigado los sistemas de salud por cuya causa mueren a diario niños indígenas y campesinos por desnutrición y disentería, entre otras enfermedades prevenibles y curables.
En fin habría muchos pecados que recordarle a esta sociedad moralista, indolente, arrogante. Pero se equivoca si cree que a ella le voy a dedicar estas letras; al contrario el centro de este relato resalta la vida, dignidad y resistencia de las comunidades campesinas, afro e indígenas en sus hogares, sus acervos culturales como fundamentos del país que muchos, entre ellos indígenas, campesinos y afro, queremos y construimos desde los sueños colectivos de grandeza y dignidad, con equidad y justicia, con dolor y alegría, con errores pero con la sencillez de aceptarlos y corregirlos, con perseverancia y amor y, lo más clave desde la diversidad cultural, gran pilar de nuestro país…
El sueño de acabar la guerra
A las 7: 30 a.m. del 21 de junio llegamos a Santander de Quilichao y luego del saludo con un grupo de indígenas que esperan la chiva para ir a Toribio, el siguiente ruido es el de las balas, lo oímos por los radios de comunicación de la Guardia Indígena que comunican desde Caloto que no suban pues hay enfrentamientos en la zona. 15 minutos después la sede de la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, ACIN, se empieza a motivar con encuentros de familias indígenas que llegan de zona rural y los visitantes que vamos de Bogotá miembros de la Minga de Resistencia Bakatá, la agencia de noticias alternativa Notiagen, una compañera y este servidos por parte de la Consejería de Comunicaciones ONIC, también llegó una delegación del Consejo Regional Indígena Risaralda, CRIR, entre ellos un amigo fotógrafo para respaldar la resistencia indígena del Cauca.
A esa hora mi preocupación se centra en la llamada que recibo de Toribio de un amigo comunicador del Consejo Regional Indígena del Cauca, en la cual me reitera que debo estar lo más pronto pues hay una reunión de comunicadores alternativos y amigos periodistas internacionales, defensores del derecho a la información libre e imparcial para buscar salidas a la encerrona difamatoria que han emprendido medios de comunicación comerciales colombianos contra la buena honra de nuestras comunidades indígenas. Otra conversación telefónica con una compañera comunicadora del Tejido de Comunicación ACIN por la Verdad y la Vida me advierte del cuidado que debemos tener pues hay combates a lo largo del camino y de nuevo escucho las ráfagas por el celular.
Pero no es esto lo que me sorprende, sino la respuesta de una mayora nasa de la Guardia indígena a quien le trasmito mi inquietud y ella con una serenidad solemne me dice: “para eso vamos a Toribio a calmar la guerra, este conflicto que no es nuestro lo vamos a acabar los indígenas”.
El sueño de acabar la guerra es un imperativo del pueblo nasa, del cual se empoderó la comunidad desde los niños, jóvenes hasta los sabios mayores y las mujeres, así lo reitera Emilse Paz Labio de la Consejería de Mujer ACIN: “Nosotras como mujeres somos sembradoras de vida, todos estamos cansados de no poder vivir tranquilos, de escuchar a diario los sonidos de ráfagas y explosiones, de los caminos minados, estamos cansados que las mujeres indígenas seamos violadas sexualmente por los diferentes actores armados, nuestros hijos menores de edad son reclutados: las mujeres ahora somos responsables de nuestros hijos, pues a muchos de nuestros compañeros los han asesinado, estamos casados de ir a las huertas y verlas minadas…”
La preocupación nuestra se va disipando cuando llegamos una hora después al poblado El Palo, un corregimiento del municipio Caloto, a una hora y media de Toribio. Nos hemos subido en la vhiva que lleva gente a la Audiencia que al mediodía se realizará en el Resguardo San Francisco en la cual se tomaran correctivos para 4 milicianos de la guerrilla retenidos tres días antes por la comunidad a través de su guardia indígena en su ejercicio autonómico de expulsar de sus territorios a todos los actores del conflicto que tanto dolor han infligido a sus familias.
A las 9 de la mañana las ráfagas son continuas y estruendosas en Caloto. El avión fantasma realiza vuelos sobre los cerros diáfanos de Toribio, “tierra maravillosa y hermosa, ustedes no saben cuanta paz siente una en este territorio. Pero la incertidumbre del conflicto nos está matando, una no se explica cómo este nido de paz que es Toribio, se ha convertido en centro de guerra” se lamenta una joven nasa, mientras vamos en carretera. En El Palo tuvimos que esperar casi una hora a que cesaran los combates, rápidamente en Toribio los cabildos indígenas, el CRIC y la ACIN preparan una Comisión que vendría al Palo para pedirle a la guerrilla y al ejército que paren la guerra…
Pero mientras los señores del conflicto se deciden dejar su odio y matarse entre buenos y malos, la vida en las comunidades sigue su curso; quienes vamos de viaje apreciamos como el fuego a pocos metros no impide que se habla de proyectos agrícolas, de visitas familiares, de amores y desamores, se hacen mofas y la vida es normal, hasta el momento en que las comunidades deben abandonar sus hogares pues su vida está en riesgo. Allí el cumplimiento del Derecho Internacional Humanitario ha quedado reducido a unos egos radicales de quien gana o quien pierde “el control territorial” en esta absurda contienda, que en Toribio ya ha dejado en los últimos años más de un centenar de muertos, miles de desplazados, mutilados y unas mil viviendas y hogares destruidos. Pero sobre todo nos ha dejado un cansancio histórico, advierte un anciano nasa que vive en una vereda cercaba a Toribio, no queremos más la guerrilla, no queremos más el ejército y no queremos más que los medios de comunicación (da nombres propios RCN, Caracol, CM&) cuenten más nuestra historia, ellos nos están haciendo más daño que el mismo conflicto.
Ante esta afirmación de un campesino sencillo y víctima de la guerra uno queda atónito, no se me ocurre que más preguntarle, siento que en sus cortas palabras ha contado todo el drama de nuestras comunidades indígenas, sin embargo continúa… uno no sabe a qué horas se van a agarrar, no podemos salir a cultivar tranquilos, pues quedamos los adultos en medio del fuego en nuestras parcelas o nuestros hijos y mujeres en las casa al vaivén de una bala perdida que les alcance… muchas veces la cosecha se pierde… yo no me he desplazado pues no tengo donde ir, pero hay mucha gente que lo ha hecho. Es que estar en medio del conflicto todos los días es una incertidumbre que altera nuestra tranquilidad, ¡cuando un indígena nasa había vivido tanta preocupación, nunca!, lo del conflicto fue ahora, hace unos 30 años…
El testimonio de este hombre que recojo en horas de la tarde, las conversaciones que escuchamos en la chiva, la cotidianidad de esta y otras visitas que hemos hecho a estas comunidades del Cauca y el desarrollo de la audiencia en Toribio nos permiten concluir claramente que en esta zona del Cauca la guerra ha roto todo menos la dignidad, la autonomía, ni la resistencia indígena…
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Tuve que esperar 11 años desde que entré a estudiar periodismo a la Academia y llegar a Toribio el 21 de junio para darme cuenta de algo evidente pero que, por terquedad, me negaba a creer, y es que el periodismo colombiano está en su crisis ética más aguda de su historia, eso si destacó que hay aún muchos periodistas ecuánimes y trasparentes que enorgullecen nuestro modesto oficio.
No obstante mucha gente me anuncia, y recibo la notificación con gran dolor, que estamos ad portas de dar vergonzosa sepultura al periodismo imparcial en casi mayoría de medios de comunicación comerciales del país. Me lo dijeron varios líderes indígenas del Cauca y me lo han dicho los Mamos Kogui de la Sierra Nevada, como algunos sabios indígenas de Taraira en Vaupés, me lo dijeron las víctimas del oriente antioqueño y los campesinos del Catatumbo, me lo decían varios maestros de clase, entre otros, incluso me lo han dicho mismos colegas de medios, acá nos toca seguir una línea editorial, las noticias son manejadas por enfoques que responden a intereses claramente políticos y económicos, me dice una colega de un medio comercial, quien me recordó la teoría hipodérmica de la comunicación, en la cual la propaganda reiterativa de un hecho logra que las masas adhieran a un sentimiento en contra o a favor de algo o de alguien.
Se trata de inyectar información para generar efectos. Ejemplos los hay, la venia de la ciudadanía a la primera y segunda guerras mundiales, la anuencia de un sector colombiano con paramilitares o la guerrilla, sentimientos que se han logrado mediante efecto de la teoría de la aguja hipodérmica.
Otro ejemplo es la masacre de Ruanda, en la que algunas emisoras y periódicos incitaron al odio entre pueblos de una misma etnia, banyaruanda, tutsi y hutu, se trataba de que en el camino hacia el Ideal Supremo, que consistía en eliminar al enemigo de una vez para siempre, se crease una comunión criminal entre el pueblo; de que, a consecuencia de una participación masiva en el genocidio, surgiese un sentimiento de culpa unificador; de que todos y cada uno supiesen que, desde el momento en que habían cometido algún asesinato, se cerniría sobre ellos la irrevocable ley de la revancha, a través de la cual divisarían el fantasma de su propia muerte, así explica Ryszard Kapuscinski, periodista polaco, y que según él, este sentimiento promovió una segregación racial de gran magnitud que los guerrilleros tutsis fueron llamados cucarachas por los hutus y prácticamente les llevo a éstos al aniquilamiento por parte de aquellos.