La vida vs. La máquina

2011-03-10 00:00:00

De acuerdo con la Cumbre Mundial de la Alimentación (Naciones Unidas, 1996), un país está en capacidad de cumplir el derecho a la alimentación cuando ha logrado el cumplimiento de cuatro condiciones: (a) oferta y disponibilidad de alimentos adecuados; (b) estabilidad de la oferta sin fluctuaciones ni escasez en función de la estación del año; (c) acceso directo a los alimentos o la capacidad para adquirirlos; y (d) buena calidad e inocuidad de los alimentos consumidos. Cualquier problema que se presente en cada uno de estos componentes afectará el bienestar de diversos grupos poblacionales.
 
En los últimos años, estos cuatro factores se han visto negativamente afectados provocando las alarmas en las organizaciones que velan por el derecho a la soberanía alimentaria de los pueblos. 
 
De un lado, la oferta y disponibilidad de alimentos así como las fluctuaciones de sus precios se han cerrado bajo un círculo vicioso que amenaza una potencial crisis alimentaria a mediano y largo plazo.
 
Desde las organizaciones que forman parte de La Vía Campesina en el mundo, ese fenómeno se mueve alrededor de dos temas importantes. El primero los agro combustibles o biocombustibles.
 
Se entiende por biocombustible a aquellos combustibles que se obtienen de biomasa, es decir, de organismos recientemente vivos (como plantas) o sus desechos metabólicos (como estiércol).
 
Y es así como en los últimos años, ha surgido un especial interés en el tema, principalmente debido a que gobiernos pretenden disminuir su dependencia de los combustibles fósiles (como el petróleo) y potenciar el uso de biocombustibles, con el fin de lograr mayor seguridad energética.
Los productos más utilizados para este tipo de industria son: caña de azúcar, remolacha, sorgo, las que contienen almidón: maíz, cereales y tubérculos las que contienen celulosa. Mientras que la producción del biodiesel se obtiene de plantas oleaginosas, o sea que contienen aceites vegetales, como la soya, la higuerilla, la palma africana, entre otras.
 
Se debe estar seguro de que hay factores que son determinantes a la hora de impulsar la introducción de los biocombustibles, ya que se está privilegiando a las maquinas o motores, poniendo en riesgo la seguridad alimentaria de los humanos que aunque según la Organización de Naciones Unidas está a la baja, podría en el futuro próximo estar al borde de una crisis alimentaria mayor a la que se vivió en el año 2008.
 
Al revisar el Informe de la FAO (El estado mundial de la agricultura y la alimentación. FAO -2008-) el panorama es alarmante. De 1990 a 2005, el cultivo de arroz, fríjoles y sorgo se redujo a la mitad, mientras los no tradicionales, dedicados a la exportación, aumentaron el doble. La producción de granos básicos por habitante es inferior a la de los años 90, como resultado de la política neoliberal de apertura comercial implantada en toda Centroamérica, deterioró la posibilidad de que estas poblaciones se autoabastecieran.

Asimismo, aumenta la disponibilidad de granos básicos, resultado de las importaciones, que crecieron un 30 por ciento en 1990-2003. Esto es grave si se considera que los precios del maíz y el arroz se duplicaron de 2000 a 2008. Entre los factores de tal alza está la demanda de éstos para producir biocombustibles.
 
El informe de Desarrollo Humano de Naciones Unidas para El Salvador 2010 cita muy atinadamente “Un dato curioso ocurrido en medio de la crisis de precios de los alimentos en el 2008, y que ha vuelto a suceder recientemente, es que cuando se producen aumentos importantes en el precio de la harina de trigo, el gobierno reacciona disminuyendo los impuestos a las importaciones de este insumo. Algo absurdo dentro de una política de seguridad alimentaria, porque significa promover, dentro del presupuesto de las familias salvadoreñas, el consumo del producto fabricado con un cereal importado (trigo) que está desplazando a la tortilla de maíz”
 
Además de ello, la FAO, en el informe citado, considera muchos otros potenciales peligros: Así, la elaboración y el uso de insumos agroindustriales para biocultivos, tales como fertilizantes nitrogenados, pueden incrementar el óxido nitroso desprendido en el aire, de efecto invernadero 300 veces más perjudicial que el CO2. Igualmente, serán necesarios plaguicidas y químicos para su producción, y combustibles para transportar la materia prima y el biocombustible hasta su destino final.
 
Por otro lado, el cultivo de fuentes de energía renovables son factores amenazantes de la diversidad biológica, debido a las grandes demandas de agua y tierra en las zonas tropicales, además del empeoramiento de problemas como erosión, sedimentación y escorrentía de nutrientes tales como nitrógeno y fósforo a aguas de superficie, y su infiltración en aguas profundas por el uso creciente de fertilizantes (FAO, 2008).

El cambio de uso del suelo para cultivar las fuentes de biocombustibles también preocupa. El éxito de los biocombustibles en la reducción de CO2, contribuyente del efecto invernadero, no está asegurado: el carbono almacenado en los bosques y los pastizales, se libera del suelo durante su conversión para hacerlo útil a la agricultura. En cuanto a la palma africana, la FAO también advierte que un aumento en la extensión de su cultivo puede hacer que disminuyan las selvas tropicales, y en el documento referido menciona estudios sobre la relación demanda por biocombustibles-disminución en la población de especies de aves en Brasil, debido al cambio de uso del suelo y la intensificación de estos cultivos.

En resumidas cuentas, el aumento en la producción de biocombustibles genera elevadas demandas sobre la base de los recursos naturales, con posibles consecuencias negativas, tanto ambientales como sociales. Dado que los biocombustibles se producen a base de alimentos o bien compiten por la tierra que puede ser utilizada para la producción de alimentos, los impactos en los mercados de alimentos son directos. Un aumento en la demanda de biocombustibles puede producir

- un aumento en el precio de los cultivos energéticos.
- un aumento en el precio de otros cultivos.
- un aumento en el precio de los productos que compiten por insumos con los combustibles energéticos (por ejemplo carne).
- una reducción en el precio de los subproductos de la producción de biocombustibles (por ejemplo glicerina).
Considerando todo lo anterior, y que la apertura comercial transforma las estructuras productivas de la región y disminuye la participación del agro en las economías en los últimos 20 años, todo indica que América Central no tiene condiciones para que la agricultura sea un motor democrático de desarrollo y, por tanto, una herramienta para erradicar la pobreza.
 
En segundo lugar, los alimentos han experimentado espectaculares incrementos en sus precios que amenazan la seguridad y soberanía alimentaria de millones de personas alrededor del mundo, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación FAO, anunciaba en un comunicado de prensa que 925 millones de personas en el mundo sufrían hambre. La actual cifra sigue siendo “inaceptablemente alta”, según la organización. 
 
Según la este mismo organismo, los combustibles seguirán empujando alzas en los alimentos, con impacto en América Central, que importa. (En el caso de El Salvador, como consecuencia del pobre desempeño del sector agropecuario, entre 1990 y el 2006 la cantidad de alimentos importados se multiplicó casi por 4. Llaman particularmente la atención los casos del arroz y el maíz, en los que las importaciones representan ya más del 90% y del 40% del consumo respectivamente – IDH PNUD 2010) .Ello ocurrirá aun con ‘disponibilidad’, pues los países pagarán más por importar, debido a la apertura contraria a la producción nacional, y producirán lo no tradicional para exportar, importando lo que otros producen supuestamente a menores costos. En fin, a corto plazo, la población urbana y rural, sin tierra suficiente y sin capacidad de autoabastecerse, pagará más altos precios por los cultivos regulares de hace pocas décadas, antes que los programas de apertura se aplicaran en Centroamérica y se experimentara una consecuente reorientación productiva.

Y así, en el 2011, los precios de los alimentos agrícolas están rompiendo los records existentes. Un factor a tener en cuenta, además, es la concentración de la tierra para la producción de alimentos o productos cuyo destino es la biocombustión, limitando así la producción con fines alimenticios.
 
De este modo, los pequeños y medianos productores son incapaces de mantener los precios con su producción, por lo que los precios son controlados en favor de las grandes capitales y la oligarquía existente que concentra la posesión de la tierra.
 
Si los grandes capitales controlan el precio, serán los sectores más vulnerables lo que con mayor intensidad sufran las consecuencias, que ya son visibles. Como muestra el Informe del PNUD 2010 para El Salvador, en promedio, los salvadoreños consumen 1,561 kilocalorías por día (kcal), casi 200 kcal por debajo del parámetro de la FAO, que establece un consumo mínimo de 1,758 kcal. De hecho, según un estudio sobre privación alimentaria llevado a cabo por la Dirección General de Estadísticas y Censos (DIGESTYC, 2008) revela que el 29% de los hogares cuya principal fuente de ingreso proviene del sector agropecuario, estaría en situación de privación alimentaria. Desagregándolo por ingreso, los hogares de menores ingresos presentan porcentajes de privación más elevados (entre 40.7% y 26.2%)
 
En conclusión la producción de agrocombustibles y las consecuencias que de ello se generan, provocan más pobreza, exclusión y marginación de los sectores desposeídos, lo que podría generar una crisis alimentaria generalizada, mientras que el gran capital nacional y extranjero será el dueño de la tierra que actualmente las y los campesinas/os se encuentran recuperando.