La guerra y la paz

2003-02-19 00:00:00

Hermanas y hermanos de México y del mundo: este día nuestra voz tiene
la fuerza de innumerables millares de voces. El día de hoy nuestras
manos se enlazan con millones de manos en el mundo. Hoy nuestra
palabra vibra en muchos idiomas y se desprende de incalculables
millares de labios.

Nuestros pasos han recorrido e inundado hoy ciudades de Medio
Oriente, Europa, Africa y de nuestro inmenso y herido continente.
Nos enlazamos con la palabra, las voces y las manos a los hombres y
las mujeres del mundo. Es la fuerza de la paz. Es la fuerza de los
pueblos.

Desde este Angel de la Independencia venimos a decir ¡no! a la guerra
que un puñado de gobernantes estadunidenses quiere volcar sobre Irak.
No es una guerra del pueblo de Estados Unidos. Jóvenes, ex
militares, profesores, trabajadores, intelectuales, cinco mil poetas
y alcaldes de 90 ciudades de Estados Unidos han dicho no a esta
guerra. Tampoco la desean los pueblos de Inglaterra, España, Italia
o Turquía. Es la guerra no de los pueblos, insisto, sino de un
puñado de gobernantes que a nombre de los pueblos, que a nombre de la
vida, de la libertad, de la justicia, quieren acabar con nosotros,
acabar con nuestros pueblos, destruir la vida, la libertad, la
justicia. Venimos a decir: "¡no a esta guerra, no en nuestro nombre!"

Este grupo de gobernantes cree que no tenemos memoria. En los años
ochenta, dos años después de que aviones israelíes destruyeron el
reactor Osirak, eje del programa nuclear iraquí, el entonces
presidente Ronald Reagan envió como representante personal ante
Saddam Hussein al joven político Donald Rumsfeld. Llegó el ahora
secretario de Defensa hace 20 años a Bagdad para renovar las
relaciones diplomáticas, militares y comerciales. Un apoyo peculiar,
a partir de ese momento, estuvieron brindando a Hussein los
gobiernos de Ronald Reagan y George Bush padre: dinero y las materias
primas necesarias para iniciar la producción de armas de destrucción
masiva. El enemigo del momento para los gobernantes de Estados Unidos
no era Irak, pues, sino Irán. Entre los años de 1985 y de 1988 los
gobernantes estadunidenses aprobaron el envío a Irak de 70
provisiones de microorganismos, entre ellos la bacteria ántrax. La
familia Bush y políticos como Donald Rumsfeld recuerdan hoy la ayuda
que prestaron a Sadam Hussein hace más de veinte años en materia de
armas químicas, biológicas y nucleares. A los gobernantes de Estados
Unidos les sucede lo que a las mejores familias de la mafia: sus
mejores amigos de ayer son sus peores enemigos de hoy. Ayer, Osama
Bin Laden fue un héroe para Reagan en la lucha de Afganistán contra
los soviéticos; hoy es la cabeza del terrorismo mediante el cual
justificó Bush la invasión de Afganistán. Ayer, ayudaron a Saddam
Hussein para que iniciara la producción de armas de destrucción
masiva; hoy quieren derrocarlo e invadir Irak por haber aceptado esa
ayuda.

Estados Unidos necesita para su consumo doméstico la cuarta parte del
mercado mundial del petróleo. Las mayores reservas de petróleo se
encuentran en yacimientos de Medio Oriente, en particular de Arabia
Saudita y de Irak. En otras palabras, no era necesario para Estados
Unidos comprobar a plenitud los nexos de Afganistán ni de Al Qaeda
con los atentados en Nueva York y Washington, ni ahora comprobar los
nexos de Hussein con Al Qaeda ni confirmar la producción iraquí de
armas de destrucción masiva, sino asegurar por cualquier medio el
control militar, político y económico del petróleo de esa región. Es
decir, a ese puñado de gobernantes estadunidenses no le basta la
seguridad comercial, la amistad internacional, el libre mercado de
los hidrocarburos, el respeto a la vida de los pueblos ni el estatus
de socios comerciales, sino el control militar y económico total.

Por eso deciden plantear al mundo una guerra nueva, diferente, que
bajo el concepto de lucha contra el terrorismo les autorice a definir
los espacios, países, gobiernos, dirigentes y movimientos sociales
que tendrían derecho a existir o merecerían la guerra. Este reajuste
político y militar no constituye tampoco una propuesta de solución
ni de mejoramiento de las condiciones sociales, económicas,
políticas o militares de los pueblos que habitan las zonas designadas
como ejes del mal, sino solamente una recomposición militar de
acuerdo con los intereses de los gobernantes de Estados Unidos y de
los grandes consorcios petroleros. El poder que ha vencido en la
guerra fría no se propuso construir una nueva paz entre los países,
no se ha propuesto construir un mejor ser humano; desea encontrar
nuevos enemigos y justificar nuevas injustificables guerras. Es aquí
donde la voz solidaria de los pueblos del mundo se convierte en la
conciencia de los pueblos del mundo. Esta conciencia, que es la paz;
esta fuerza solidaria con que se construye la paz, ha venido a decir
hoy, aquí, ¡no a la guerra!

No a esta guerra de un puñado de gobernantes estadunidenses que ha
desafiado y presionado a la ONU para que convalide su intención de
invadir Irak a fin de controlar las reservas petroleras del Medio
Oriente sin que importen las pérdidas humanas ni las devastadoras
consecuencias ecológicas y económicas que ocasione al mundo. Nos
oponemos a esta guerra por los millones de muertos y desplazados que
se generarán en Irak y en toda la región; por la catástrofe que
implica la guerra despiadada y porque desencadenará nuevos actos de
terrorismo. Un ataque unilateral destruiría el derecho internacional,
el multilateralismo de las relaciones internacionales y la
existencia misma de las Naciones Unidas.

Los gobernantes estadunidenses se han erigido como protectores y
jueces del mundo. ¿Quién los nombró? ¿En qué votación democrática
pedimos su protección? ¿Quién les dijo que pueden juzgar a quienes
quieran y no ser juzgados por nadie? ¿Con qué calidad moral dedican
miles de millones de dólares al diseño y producción de armas de
destrucción masiva y cuestionan a otro país por hacerlo a sabiendas
de que ellos mismos lo indujeron a hacerlo? ¿Con qué calidad moral
los que bombardearon inecesariamente Hiroshima y Nagasaki y
arrojaron napalm en Vietnam pretenden devastar a un país debilitado
por 13 años de embargo meses después de haber invadido al país más
pobre de la tierra, como lo es Afganistán? Ningún gobierno tiene
derecho a utilizar ese armamento en contra del mundo.

Estamos aquí para advertir a la ONU que la resolución que autorice el
ataque a Irak equivaldría a legitimar el genocidio. Estamos aquí para
decir a los mexicanos que es necesario oponernos en todos los
espacios posibles a esta guerra, porque también es contra nosotros.
Si hoy invaden Irak por su petróleo, ¿quién nos puede garantizar que
mañana no vendrán por el nuestro, por nuestra agua, nuestras
especies, nuestro maíz, nuestros recursos naturales? Hoy defender al
pueblo iraquí es defender nuestro derecho a la vida, el derecho de
todos los pueblos a la vida. ¡Hermanos iraquíes, hermanos de todo el
mundo, no están solos! ¡No estamos solos! Nos quieren hacer creer que
la guerra es algo lejano y ajeno, pero no es así. Es un proyecto de
reorganización del mundo que ha acaparado las tierras de Brasil,
militarizado Colombia e intervenido en Venezuela, que está
aniquilando y expulsando al pueblo palestino, que impide la
autodeterminación al vasco y mantiene el bloqueo al cubano. A este
proyecto no le importa que el hambre y el sida se extiendan en
Africa como las peores epidemias de todos los tiempos; que Argentina
haya caído en la crisis socioeconómica más severa de su historia;
que nuestro país prosiga desmantelando su producción nacional; que se
impongan leyes laborales que socavan los derechos de los
trabajadores; que se mantenga la guerra de baja intensidad y se
boicotee la autonomía indígena plasmada en los acuerdos de San
Andrés, aún incumplidos.

Los poderosos tienen planes y sus planes tienen nombre: Plan
Colombia, Plan Puebla-Panamá, Area de Libre Comercio de las
Américas, Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional. Sólo una
fuerza global anclada en las luchas locales podrá resistir y
construir un mundo distinto. Un mundo que no sólo sea el proyecto de
los poderosos. Un mundo en el cual todos quepamos y todos los mundos
sean posibles.

Hay una permanente abdicación de las soberanías en materia de
política económica que los gobiernos actuales llaman modernización.
Y en muchos países se confunde la estabilidad social con la
violencia institucional de la pobreza, el analfabetismo o la
desnutrición. Una nueva idea de la naturaleza del hombre y sus
derechos lleva a los gobiernos a sancionar legalmente la exclusión
de trabajadores en muchas regiones del mundo sometidos a índices de
pobreza extrema o a rechazarlos bajo un estereotipo que los
deshumaniza y que usualmente se llama trabajador o migrante ilegal.
La miseria extrema cancela de manera definitiva el desarrollo
intelectual, físico y político de millones de individuos en zonas
urbanas y rurales del mundo. Esta cancelación de vida plena es en
verdad equivalente a la cancelación de todos los derechos humanos.

Por ello la paz no es la ausencia de la guerra. Confundimos la paz
con muchas facetas de la violencia. Confundimos la paz internacional
con el sometimiento de los pueblos, con el nuevo colonialismo que se
llama libre mercado. ¿Cuándo los pueblos del mundo acudieron a votar
democráticamente por el neoliberalismo y el libre mercado? Libre
mercado llaman los gobernantes de Estados Unidos a la expansión de
los consorcios internacionales y a la imposición de las propias
reglas de esos consorcios. Llaman libre mercado y modernización al
sometimiento de pueblos y gobiernos a las reglas que esos consorcios
imponen. De tal manera que no importa la pobreza del campo mexicano
ni la pobreza de cualquier otro campo del mundo si, como aquí, se
enriquecen 15 o 20 grandes empresas. ¿Esta es la paz internacional
por la que lucha el actual gobierno de Estados Unidos? ¿Es la paz
internacional por la que lucha el gobierno del cambio de Vicente Fox?

La paz es una fuerza. Es una voluntad. Es una tenacidad por
construir, por vivir, por comprender, por no renunciar a la vida, por
no dilapidar ni perder el instante en que pertenecemos a la vida y
en que, ¿por qué no?, somos la vida. La paz es la tarea difícil y
plena de dignificar al ser humano, de reconocer en el otro la misma
dignidad y necesidad de vida que en nosotros. El actual sistema
económico mundial va en un sentido opuesto al de nuestra dignidad.
Tiende a transformar el conocimiento y la educación en una
mercancía; no busca el saber como conquista humana, sino como
conquista empresarial y comercial.

La guerra somete, avasalla, subyuga, esclaviza, despoja. La pobreza y
el sufrimiento creciente de los pueblos del mundo no son resultado de
una política mundial de paz, sino muestra de la violencia que se
expande con el poder económico de un puñado de empresas
transnacionales que se han apoderado con las armas del dinero del
planeta. Y que quiere ahora apoderarse del gas y del petróleo de
Irak, de Afganistán, del mar Caspio, del mundo entero. Quizás desde
Bagdad a Libia, desde Venezuela a México.

Démosle el turno a la dignidad de la paz. Es hora de la dignidad de
la vida. De la dignidad del mundo. Esta red de resistencia ya se
escucha hoy. Se oye en este Angel de la Independencia. Se escucha en
las ciudades que hoy protestan en nuestro país: Guadalajara,
Monterrey, Cancún, Cuernavaca, San Cristóbal de las Casas, Ciudad
Juárez, Tijuana, Puebla, muchas otras.

Esta red comienza a hablar y a escucharse en Francia, Alemania,
Estados Unidos, Egipto, Australia, España, Italia, México. Esa red
de resistencia grita ahora:

¡No a la guerra!

¡No al neoliberalismo!

Sí a la paz que nos torne dignos, constructivos.

Sí a la paz que nos deje nacer, crecer, comer, brindar, amar, cantar,
pensar, reír, envejecer, descubrir, comprender.

Esa red grita muy fuerte a los poderosos, pero sobre todo a nosotros
mismos: ¡otro mundo es posible!

* Discurso pronunciado el 15 de febrero de 2003 con motivo de la
marcha en la Ciudad de México.