Otra Economía es Posible
OTRA ECONOMÍA ES POSIBLE
Apuntes sobre el debate de Economía Solidaria en el II Foro Social Mundial
Nedda Angulo
1. Acerca de convergencias y divergencias
A partir de los enfoques y las experiencias que se presentaron en el Seminario de Economía Solidaria del II Foro Social Mundial, los cuales vienen desarrollándose en diversos lugares del mundo en contraposición al pensamiento y al ordenamiento económico hoy imperantes, es posible identificar una coincidencia central, y es la voluntad de hacer que la economía tenga a la necesidad humana y no al lucro como elemento dinamizador.
Esta perspectiva resulta vital pues, como fue afirmado, existe una nueva ofensiva ideológica neoliberal, que se ha apropiado del discurso de la economía solidaria para re-conceptualizarlo. Quienes predicaron dogmáticamente el individualismo, la libre competencia y el fin de la historia, hablan en la actualidad de confianza, de cooperación, de participación, de lucha contra la pobreza. Es entonces clave resaltar la esencia humanista de la propuesta de economía solidaria, para remarcar su diferencia de aquella que pretende hoy instrumentalizar la solidaridad, en el marco de una búsqueda frenética de arreglos institucionales orientados al buen funcionamiento del mercado y a la maximización de ganancias. Y es esta opción humanista la que plantea el desafío de aportar a la construcción de un ordenamiento económico nuevo, suficientemente incluyente, suficientemente diverso, suficientemente tolerante.
En tal sentido, existen algunos aspectos de enfoque a seguir siendo discutidos. Uno primero tiene que ver con las vías para llegar a una economía solidaria, entendida como un nuevo modo de acumulación centrado en valores humanos, capaz de aportar a un desarrollo social, económico, político, cultural, ecológico y ético. Sobre el particular, existen dos entradas, una que parte de la asunción de la autogestión como mecanismo de democratización social y de empoderamiento de sectores sociales excluidos, y privilegia su expansión mediante la articulación de este tipo de iniciativas, en los planos de la producción, la distribución y el consumo, desde un nivel local a un nivel global; y otra que ubicada en el marco de una economía plural, en la que coexisten iniciativas económicas desde el Estado, el sector privado y la sociedad civil, apuesta por construir solidaridad en la economía, en los términos de intercambio, a través de la interacción de estos agentes, igualmente desde un nivel local a un nivel global.
De otra parte, si bien se reconoce consensualmente la potencialidad de la lógica asociativa para dinamizar la producción, la distribución, el consumo y la acumulación, queda por resolver si las formas asociativas y autogestionarias deben ser las modalidades preponderantes de organización económica, así como cuál es el rol que se le confiere a la iniciativa privada en una propuesta de economía solidaria.
Otro aspecto a dilucidar tiene que ver con los agentes de interacción prioritaria para impulsar la construcción de una economía solidaria. En torno a ello, las experiencias ilustran matices diversos. Se pudo apreciar así un peso mayor de los vínculos establecidos al interior de la sociedad civil nacional e internacional, que se expresan en redes de intercambio de experiencias -facilitadas por los avances tecnológicos ofrecidos por la globalización-, redes de comercio justo, y cooperación técnica y financiera internacional. Al respecto, fue señalado que, eventualmente, los recursos provenientes de la cooperación internacional son motivo de competencia al interior de la sociedad civil nacional. Asimismo, se afirmó que la solidaridad de la sociedad civil del Norte no debe manifestarse sólo en oportunidades de comercio justo, sino en apoyo a agendas propias de los países del Sur, y en presión a las multilaterales acerca de tales demandas. Aunque un aspecto que debería también ser evaluado es la sostenibilidad de las experiencias de comercio justo.
En menor medida apareció la intervención del Estado, mediante la dación de dispositivos de preferencias tributarias y comerciales para el posicionamiento de los emprendimientos de economía solidaria, así como la elaboración de presupuestos públicos participativos, lo que puso de relieve la importancia del control del aparato estatal y de la definición de políticas públicas de promoción. Así, se planteó la necesidad de convertir a la economía solidaria en un proyecto político, que aporte a establecer un ordenamiento económico alternativo, a partir de la definición de los mecanismos sociales más adecuados para la distribución y la redistribución de recursos, y para la reducción de la desigualdad social. En esa línea, se resaltó la pertinencia de generar proyectos políticos basados en intereses nacionales, en perspectiva de integración global, y de afirmar al Estado en su rol regulador y promotor de desarrollo social.
De manera todavía restringida pudieron apreciarse también algunas experiencias de articulación de emprendimientos de economía solidaria con el sector privado, con miras a ganar posicionamiento en el mercado. En este aspecto, fue planteado que una economía solidaria pasa por construir solidaridad en la economía, es decir en los términos de intercambio que se dan en el mercado en general. Visto que a la economía solidaria se llega también por opciones de fe, así como por búsquedas espirituales y religiosas, un eje de trabajo es la identificación de aliados estratégicos para la vinculación con sectores sociales no tradicionalmente solidarios. Se afirmó que para ello resultan claves los escenarios locales, de proximidad, pues es posible ensayar alianzas estratégicas para un control creciente del mercado, considerando como aliados potenciales a empresas privadas con responsabilidad social, así como a sectores del empresariado nacional afectados por el proceso de globalización.
Finalmente, asumiendo que el neoliberalismo se alza no sólo como un modelo de ordenamiento económico sino como una forma de vida, centrada en el individuo y en su capacidad de realización sin apoyos y sin restricciones, hubo coincidencias respecto a que la economía solidaria debe consolidarse también como un proyecto ético–cultural, que plasme valores y códigos de comportamiento social alternativos, orientados a una nueva convivencia humana, basada en el bien común.
Con ese propósito, resulta importante que la economía solidaria incorpore una perspectiva de género, que le permita potenciar su contribución a la equidad social, al enfocar no sólo la desigualdad en la distribución de recursos entre los hogares, sino al interior de los hogares. Esto demanda el cuestionamiento de algunas nociones elaboradas sobre la realidad, que reducen la economía a los intercambios coordinados por el mercado, sin incorporar otros circuitos, regidos por actividades no remuneradas, que recaen a nivel doméstico, familiar o comunal, y usualmente en las mujeres. El razonamiento económico imperante hace una equivalencia entre economía y actividades remuneradas, y se sesga a la producción de bienes y servicios ofrecidos desde el mercado o el Estado, sin incorporar aquella otra esfera de trabajo dedicada al cuidado de las personas, lo que condiciona una desventaja económica para quienes desarrollan estas actividades, al limitarse sus oportunidades de ingresos y de incursión en el mercado laboral.
Si bien la noción clave de trabajo reproductivo alude a dicha esfera económica, no refleja su trascendencia al enfocarla básicamente en su aporte a la reposición de factores de producción, y no al desempeño de los seres humanos. Por ello, es esencial reivindicar su contribución a la producción de capacidades humanas, aspecto que demanda recursos y tecnología adecuada, no sólo para el incremento de calidad en la producción de bienes y servicios y para el crecimiento económico, sino, fundamentalmente, para la expansión de oportunidades personales y sociales de ejercer control sobre todo aquello que afecta la vida humana.
Una reorganización solidaria de las relaciones económicas en la sociedad exige el reconocimiento social de la existencia de una esfera de producción de capacidades humanas articulada a una esfera de producción de bienes y servicios, y el establecimiento de mecanismos de retribución social, que propicien un posicionamiento voluntario y con equidad de varones y mujeres en cualquiera de estas dos esferas económicas.
2. Algunas perspectivas estratégicas
Fue señalado en el seminario que se asiste a un momento de transición, que encierra una fase terminal para la economía mercantil, lo que plantea el reto de ensayar salidas creativas, y de desterrar pretensiones de pensamiento único también al interior del movimiento social de economía solidaria. Con ese ánimo, cabe señalar algunos derroteros y mecanismos a seguir siendo explorados, delimitados por las propias experiencias en construcción.
Se perfila así el reforzamiento de las alianzas al interior de la sociedad civil nacional e internacional, a la base de agendas propias, lo que debe traducirse en redes sociales que permitan fortalecer y expandir los emprendimientos económicos solidarios, enfatizando particularmente su sostenibilidad; así como en grupos de presión frente a los centros de poder político internacional. A ello podría contribuir la instauración de una cooperación técnica solidaria, tanto Norte - Sur como Sur – Sur.
Otra veta es la interacción con el Estado para la inclusión en el juego político y el establecimiento de políticas públicas favorables a los emprendimientos de economía solidaria y a la solidaridad en la economía. En este punto, se apuesta por procesos de democracia participativa, a través de espacios de concertación desde los cuales se generen consensos e instituciones que respondan a los conflictos distributivos reales y potenciales existentes en la sociedad; así como por procesos de democracia representativa, que ponen de relieve la necesidad de proyectos políticos, y de organizaciones políticas, capaces de responder a intereses de diversos sectores sociales y ámbitos territoriales en el nivel nacional, para una mejor integración a un mundo globalizado.
Una tercera entrada tiene que ver con la apropiación creciente del mercado. Sobre eso, dos estrategias a promover son el eslabonamiento de emprendimientos de economía solidaria, según la compatibilidad de sus tipos de actividad, para una ampliación de su capacidad de producción, distribución o consumo, en una lógica de alianzas para el desarrollo de competitividad; y la vinculación con sectores del empresariado que muestren prácticas de responsabilidad social, reflejadas en un trato justo a los trabajadores, y en su modo de relación con el consumidor, con otras empresas, con la comunidad y con el medio ambiente.
El tránsito hacia una economía con equidad de género es otro asunto medular para la economía solidaria, pues supone una reestructuración del sistema económico, a partir de la revalorización y la incorporación de las tareas de cuidado de las personas. Para ello, resulta significativo el desarrollo de indicadores sobre esta esfera de trabajo y su valor monetario, así como la intervención del Estado para la provisión especializada de servicios de este tipo, y para el establecimiento de mecanismos de retribución social al trabajo doméstico, expresados en políticas públicas que favorezcan el acceso de la mujer a servicios sociales, a empleos dignos, a la propiedad de bienes y al control de los recursos económicos, y también que armonicen la distribución social de responsabilidades laborales y familiares entre varones y mujeres.