Panel: Pleno Empleo y Regulaciones del Trabajo (FSM 2003)
FSM-2003
Eje 1: Desarrollo democrático y sustentable
Panel: Pleno empleo y regulaciones al trabajo
Presentación de Magdalena León T.
Es muy grato para mí compartir esta mesa, aunque en absoluta minoría . Quisiera transmitirles algunas ideas sobre el pleno empleo que provienen de reflexiones y experiencias del movimiento de mujeres de América Latina y, de manera particular, de las acciones de investigación, incidencia y movilización que estamos realizando en la Red Latinoamericana de Mujeres Transformando la Economía , donde tenemos la oportunidad de interactuar mujeres de distintos orígenes: militantes, de base, académicas, etc.
Como se afirmó aquí en otras exposiciones, el objetivo del pleno empleo es algo que verdaderamente nunca se ha alcanzado y que parece hoy más distante que nunca. Los últimos datos de la OIT describen la situación de América Latina hacia finales del 2002 como marcada por el aumento del desempleo, el incremento de la pobreza y el acusado deterioro social y laboral. Este es uno de los datos más expresivos de la globalización neoliberal. Tenemos que sólo en el área urbana de América Latina hay 17 millones de desempleados y desempleadas; y la tendencia es hacia el agravamiento de esta situación. Comparativamente, estamos atravesando ahora por una situación peor que la que teníamos hace 30 años.
Otro aspecto al que hay que prestarle atención es el tratamiento que se está dando al trabajo y al empleo como si fueran asuntos meramente sociales, sujetos apenas a los impactos de la política económica, pero no como asuntos económicos en sí mismos. Sacarlo de la economía ha llevado a que el trabajo se convierta en materia de compensaciones sociales, no de políticas de pleno empleo, sino de políticas para quizá amortiguar el desempleo. Esto incluye proyectos de generación de trabajo precario, por ejemplo, a través de las políticas sociales y de combate a la pobreza. En el caso de las mujeres, es paradigmático el uso de programas de asistencia social basados en el trabajo supuestamente voluntario de las mujeres, gratuito o sub-pagado, que en verdad es una forma expandida o solapada de trabajo precario.
Para analizar y plantear alternativas desde la perspectiva feminista, se hace necesario colocar al empleo como parte de la categoría más amplia de trabajo - porque el empleo no agota la noción de trabajo- y recuperar el estatus económico que tiene el trabajo, asumiéndolo como el corazón del modelo económico, pues se relaciona con aquellas decisiones básicas sobre qué producir, cómo producir, cómo distribuir, y con una cuestión que a veces queda olvidada: cómo sobrevivimos y cómo nos reproducimos.
A la luz de los datos expuestos, si decimos que en el mundo alrededor del 80% de la fuerza de trabajo está o sub o desempleada, se impone la pregunta: ¿cómo estamos sobreviviendo? Ahí es cuando emerge a la superficie el trabajo escondido de las mujeres en el ambito reproductivo.
Así como es necesario devolver al trabajo su estatus económico, es indispensable que las mujeres nos afirmemos en nuestro papel económico; sólo así podemos mirar los hechos desde otra perspectiva. La inserción de las mujeres en el mercado de trabajo, sin superar la división sexual del trabajo, ha llevado a ubicar a las mujeres en las áreas de peor calidad de empleo, manteniendo brechas de ingresos, con tasas de desempleo que son el doble que las masculinas y sin protección social. Se estima que 80% de las mujeres vinculadas al mercado laboral no tienen ninguna protección. Y hay que agregar un elemento que no es secundario, esa incorporación al mercado laboral no ha tenido como contraparte la resolución de los problemas de la reproducción, no ha tenido como contraparte medidas políticas o cambios orientados a defender el cuidado humano y la reproducción.
La actual presencia de las mujeres en el mercado laboral no corresponde con un período de crecimiento, de dinamismo económico, sino que ha sido empujada por los resortes del empobrecimiento masivo. Al analizarla desde la perspectiva histórica de los derechos de las mujeres el balance es crítico, ya que en este marco de privatización, de ajustes estructurales, no sólo no se han creado empleos sino que se han suprimido y se han precarizado. Entonces hay una avalancha de mujeres y jóvenes en el mercado laboral en este contexto de empobrecimiento y precarización. Tendencia inseparable de las economías volcadas a la exportación reprimarizada, que cada vez más incluyen la directa exportación de seres humanos. Es el fenómeno de las migraciones masivas que en el caso de las mujeres vienen marcadas por la migración para el servicio doméstico y, de manera muy preocupante, vinculada al tráfico y la explotación sexual.
Son procesos que vienen acompañados de flexibilización laboral, que es una flexibilización no solamente de ajuste a una producción que se ha reestructurado, sino que en términos más amplios se refiere al predominio de la economía especulativa. Y en este marco de economía especulativa lo único seguro es la inestabilidad. Por eso la flexibilización -que coloca a todos en este ambiguo margen de inestabilidad- en su dinámica perversa está acabando con los esquemas de seguridad social en los países capitalistas, que han sido de algun modo el paradigma (lo que alimentaba la aspiración de nuestros países de tener un sistema de seguridad social como en ellos).
Todo esto se viene abajo en el marco de la economía especulativa. Más aún si observamos los fondos de pensiones que se han esfumado en el marco de las crisis financieras y empresariales en los últimos años. Entonces, estos sistemas colocados en la lógica del capital financiero tienen ahora una gran vulnerabilidad y de algun modo hemos quedado sin un modelo del manejo de los recursos destinados a sostener fondos de pensiones.
Es relevante considerar la interrelación que hay entre mercado laboral y ámbito reproductivo. El ámbito reproductivo es un condicionante, plantea limites para la inserción de las mujeres en el mercado laboral, pero también supone una entrega de subsidios por parte de las mujeres, de trabajo no pagado para la generación de bienes y servicios. Aquello de las dobles y triples jornadas, la extensión e intensificación del trabajo femenino, sigue siendo la base para la acumulación y ganancia capitalista.
Tenemos pues un modelo en crisis, un modelo que se derrumba, pero que, sin embargo, de algún modo se sostiene; y una población empobrecida que de algún modo sobrevive. Ahí hay una cantidad de trabajo que sigue a cargo de las mujeres y que no es reconocido. Pero al mismo tiempo, al lado de estos hechos económicos, estamos hablando de una economía que es sexual. La economía es un campo cruzado por relaciones y por símbolos en los que nada es neutral: ser hombre o ser mujer, tener una u otra orientación sexual. Pero el discurso económico convencional omite este tipo de ubicaciones sociales.
En una perspectiva convencional y normativa, el modelo de pleno empleo que hemos mantenido en el horizonte tenía subyaciente un modelo de hogar, de familia, de organización de la reproducción, basado en la supuesta complementariedad, con mujeres a cargo de la reproducción. Con este modelo de familia, de convivencia, que finalmente se traduce en el mantenimiento de la autoridad masculina en todos los campos, la idea de salario familiar, la de cobertura de beneficios sociales, que hasta ahora hemos manejado, dejan por fuera no sólo el trabajo informal, sino formas distintas a la de la familia nuclear con jefe varón.
Así mismo, las políticas sociales, los servicios sociales, las políticas laborales, tienen de alguna manera este modelo implícito de familia, que en algunos contextos nacionales quizá llega a ser apenas la mitad de las unidades familiares, mientras hay una similar cantidad de hogares, de unidades familiares, cuyo funcionamiento no está reflejado en ese modelo.
Hay una fuerza de lo simbólico para definir hechos económicos. Esto queda evidente cuando tratamos de la maternidad, por ejemplo, que sigue siendo una identidad básica de las mujeres, que se expresa en el rol principal de domesticidad que nos es atribuido, y que tiene una repercusión en el mercado laboral. Seguimos siendo vistas ahí como fuerza de trabajo secundaria. Y no por el hecho de que experimentemos una trayectoria de ingresos y salidas del mercado de trabajo, que me parece fue un comportamiento que tuvo su momento histórico, pero que ya no tiene más. Hoy se ingresa al mercado de trabajo y ya no se sale más, mismo que se viva en condiciones de desempleo y precaridad.
Se expresa esta noción de fuerza de trabajo secundaria en las brechas de ingreso que no ceden. No hay razones de productividad, no hay razones de capacitación y, sin embargo, persisten brechas de ingreso entre hombres y mujeres. Cuál es la explicación? Parte de la explicación última es el hecho de que aparentemente los ingresos que nosotras percibimos son complementarios o secundarios, lo cual desde luego es un mito. Pero este simbolismo no sólo marca la situación de las mujeres, sino a veces nuestra propia autopercepción.
En actividades participativas que hemos impulsado, al momento de definir cuáles son nuestras demandas en el terreno económico hemos constatado la dificultad que tenemos las mujeres para reconocernos como actoras económicas plenas, para disociarnos de esta idea de que somos ante todo madres. Y siempre nuestras reivindicaciones están relacionadas con otros, tenemos una gran dificultad de definir demandas propias.
Hay una relación estrecha pero poco vista, poco registrada, entre estas tendencias y la violencia de género. Cabe preguntar: la violencia es un hecho económico, sí o no? En los últimos años ha emergido como un hecho económico desde el punto de vista de los costos. Se dice que la violencia doméstica tiene costos por ausentismo laboral, por atención de salud, pero los costos van mucho más allá. La violencia es parte constitutiva de las relaciones económicas.
Y esto tiene un amplio rango de expresiones que va desde la familia al campo laboral: trabajo forzoso, acoso sexual, negación de derechos reproductivos, hasta la cotidiana y bastante silenciada violencia intra-familiar.
Entonces, la violencia así como los afectos son polos que están coexistiendo, a veces combinándose, para armar estas relaciones económicas. Los todavía pocos datos disponibles indican, por ejemplo, que los varones golpean a las mujeres usando “pretextos” relacionados con el control de las tareas domésticas (que la comida no está buena, que la ropa no estuvo planchada, o cosas así). Esta es, entonces, una relación de trabajo mediada por el afecto y mediada por la violencia. Y que supone el control del trabajo, del tiempo, del espacio y de la autonomía de las mujeres.
Así pues, si ampliamos nuestro campo de análisis -y este es el horizonte del que queremos hablar cuando tratamos del pleno empleo-, quiénes son los protagonistas de la construcción del pleno empleo? Cómo vamos a hacer este nuevo paradigma, este nuevo contrato social del que se habla? Desde luego, esto no se limita a la relación capital/trabajo como algo distante, visto como algo abstracto. Tampoco aparece este desafío en la relación entre empresarios y trabajadores, entre organizaciones patronales y organizaciones sindicales, que son espacios que dejan por fuera a la mayor parte de los actores de la actividad económica. Somos todas y todos quienes tenemos que construir esta nueva visión de lo que puede ser el pleno empleo.
Siendo así, nosotras consideramos que hay algunos supuestos básicos para nuestras estrategias. Uno principal, que el modelo de pleno empleo que vamos a adoptar tenga como uno de sus ejes la igualdad de género. Pero una igualdad de género que tenga efectividad, que no sea declarativa. No puede hablarse de pleno empleo si se mantienen discriminaciones y exclusiones sobre las mujeres. Y no puede hablarse de pleno empleo e igualdad de género si no se dan cambios substantivos en la organización de la producción y de las familias, en la organización de las comunidades.
Otro supuesto básico es la interrelación entre los ámbitos productivos y reproductivos, que están intimamente ligados, y que tienen que ser así tratados por el conjunto de instituciones y normas. No podemos más seguir viendo al empleo como una esfera aislada del resto de la vida, de la sobrevivencia, del trabajo, tenemos que mirar esta integralidad. Y por lo tanto las normas e instituciones deben estar organizadas en funcion del bienestar humano, del cuidado de la vida como responsabilidad de todos y todas, y también como misión central de los estados.
Otro supuesto clave es que trabajo y empleo son hechos y procesos económicos. Ya he mencionado cómo sistemáticamente trabajo, pobreza, etc. han sido tratados como hechos sociales despojados de carácter económico, lo cual invisibiliza situaciones y derechos, y también cierra posibilidades para tratar esos problemas.
Es preciso también, como una premisa, que haya un combate explícito a las culturas laborales sexistas, al acoso sexual, a la violencia simbólica, a la comercialización del cuerpo de las mujeres y niñas.
Como acá se decía, estamos muy lejos de tener una formulación de cómo llegar al pleno empleo, máxime en un contexto en que la crisis de producción y la situación internacional han agravado las restricciones, lo que hace que éste sea un objetivo más bien de largo plazo. Pero tenemos que dar pasos para llegar allá. Y dentro de esta perspectiva de situar la igualdad de géneros como parte de la integralidad de los análisis y visiones económicos, creemos que podemos dar algunos pasos.
Uno de ellos es la visibilización y afirmación de las mujeres como actoras económicas, considerando tanto la magnitud de las contribuciones que hacemos, que históricamente hemos hecho para la sobrevivencia de la humanidad, como también las injusticias que estamos enfrentando. Debe ser una constante poner sobre el tapete esta situación. Esto va de la mano con la producción de información y análisis desde la perspectiva de la economía feminista, que nos muestre la dinámica de género que hay en el empleo y en el trabajo. Esto es clave para fundamentar acciones y campañas. Por ejemplo, una pequeña investigación hecha en Perú permitió desarrollar la campaña de reconocimiento del estatus laboral que tiene el trabajo supuestamente voluntario que estaba siendo utilizado en el marco de políticas de combate a la pobreza. O sea, la información y los datos tienen este potencial de provocar cambios.
Es importantísimo el impulso del tema de la igualdad en el trabajo productivo y reproductivo en las agendas todas las organizaciones y los movimientos, no solamente en los de mujeres sino de todos. Hasta ahora, en las exposiciones que hemos escuchado aquí en este panel, éste es un tema ausente; se nos ha hablado de agendas relativas a la producción, a la estructura productiva, al cambio sindical, a la dimensión política y al poder que se debe tener, pero nada se ha dicho sobre la igualdad entre hombres y mujeres en el trabajo. Es indispensable dar ese paso de incorporación en la agenda de todos los movimientos.
Desde luego sigue siendo importante la presión y movilización para incorporar derechos laborales a las mujeres -no solamente los existentes, sino nuevos derechos- en los instrumentos internacionales y en las políticas económicas. La movilización y la presencia de las mujeres en torno a los procesos globales es fundamental. Tenemos que estar en estos procesos de definición y redefinición de derechos. En el proceso crítico frente al ALCA en nuestro continente la presencia de mujeres ha sido sustantiva. Lo mismo debemos hacer en relación a la OMC .
Visualizar las iniciativas económicas de las mujeres, por pequeñas que sean, de gestión y acceso a recursos, nos pueden dar pistas sobre como ir cambiando.
Y un asunto medular: la demanda de políticas y de servicios públicos de carácter universal para el cuidado humano. Ya no puede seguir siendo responsabilidad de las mujeres el cuidado humano. Es una responsabilidad de todas y todos. Y para eso deben existir políticas de carácter universal. Lo que supone una recuperación y fortalecimiento del espacio de lo público tan venido a menos en estos tiempos de ajustes y privatización. Necesitamos de espacios que sean capaces de dar respuestas a esta necesidad.
En términos más amplios, como ya se ha dicho, apelamos a un cambio de modelo económico. Queremos una economía productiva, volcada a las necesidades de la gente; nuevos esquemas de relación, intercambio y comercio internacional. Junto con ello, algo que en buena medida está en nuestras manos: la redistribución de los tiempos, responsabilidades y reconocimientos entre hombres y mujeres, frente a lo cual es preciso hacer un compromiso, que puede ser hecho aquí y ahora.