Raíces de la corrupción (Ecuador)

2003-02-14 00:00:00

Nuevos episodios de corrupción salen a la luz con cada vez menos intervalo, ya casi sin novedades ni sorpresas, confirmando que ésta es una constante, una dimensión que se ha tornado estructural, que ha arraigado en la vida económica y política a nivel nacional y global. Sin embargo casos como Enron, WorldCom, Bush y Cheney, resultan invalorables para ilustrar que, aún con los obvios matices, no hay una línea divisoria entre países del primer mundo transparentes y del tercero corruptos.

Este engañoso esquema, levantado sobre discursos y hasta indicadores de muy dudosa validez, ha llevado a estigmatizar países y regiones como intrínsecamente corruptos, a convertir la corrupción en rasgo cultural, en factor explicativo de todos los males que nos aquejan. Es un enfoque que viene bien para deslindar responsabilidades frente a hechos como el empobrecimiento masivo: análisis encaminados desde el entorno de las multilaterales aseguran que la política y la corrupción tienen mayor responsabilidad que la política económica como generadoras de pobreza, lo que equivale a decir que somos pobres porque somos corruptos.

Sin duda, acá las proporciones del problema son mayores, en directa relación con el debilitamiento del Estado y de las instituciones nacionales. Contrariamente a lo que inducen como necesario para nosotros, los Estados del primer mundo no se han debilitado, y mantienen una misión estratégica de velar por el bienestar de sus ciudadanos, aún con las variadas connotaciones de sus distintos gobiernos. Pero aquí y allá, quienes lideran prácticas corruptas son personas con intereses privados y empresariales, ubicadas en ocasiones en puestos públicos justamente para mejor encaminar el logro de sus objetivos de enriquecimiento. Este protagonismo directo se complementa o encubre con el de funcionarios “de alquiler” –no sólo los diputados hacen parte de esta extendida categoría-.

El tema está en debate, pero no siempre se aprecian a cabalidad los orígenes de la corrupción. Se tiende a vincularla con la ética, la moral, los valores, los principios, vistos como no pertenecientes al campo de lo económico, y más bien circunscritos al sistema educativo, la cultura, la familia (con infaltables alusiones a la inadecuada formación dada por las madres). Optica que a menudo conduce a estereotipos, a un reclamo de valores perdidos de tinte conservador, olvidando que la mayoría de barbaries han estado presididas por la invocación de la moral y los principios.

A nuestro entender, las modalidades de corrupción en boga son consustanciales al modelo económico aplicado en las última décadas, se entretejen con las concepciones y medidas económicas impuestas. Así, el debilitamiento simbólico y real del Estado en nuestro país ha supuesto la erosión de instituciones que despojadas de capacidades –aunque no de recursos- se convierten en una especie de cascarones vacíos, adecuados para promover y favorecer el interés privado de modo más desembozado que nunca, propiciando la apropiación privada de recursos públicos y el saqueo de recursos de particulares en condiciones de impunidad.

Toda acción y política económicas encarnan sin duda una ética; en el modelo neoliberal se llevan al extremo los principios de competencia, egoísmo, disputa de recursos, interés particular. En temporal desventaja pero con enorme potencial, coexisten concepciones y prácticas económicas presididas por el altruismo, la solidaridad, la búsqueda del bien común, la colaboración; una ética distinta para una economía diferente. Entonces, las políticas económicas resultan primordiales para salir de este modelo corrupto y corruptor.

* Magdalena León T., Red Latinoamericana Mujeres Transformando la Economía