Por pan y rosas (Ecuador)
Con esta frase las mujeres del mundo han simbolizado su demanda de acciones urgentes contra la pobreza y la violencia, denominador común en la vida de la mayoría de ellas. Tal demanda fue el eje de la Marcha Mundial de las Mujeres 2000, que culminó el 17 de Octubre en Nueva York con una masiva marcha ante las Naciones Unidas protagonizada por delegadas de 160 países, entre ellos Ecuador. De manera simultánea se cumplieron acciones en todo el planeta.
Por qué estos reclamos, si en los últimos años se han dado logros sustantivos en el reconocimiento de derechos para las mujeres, y la misma ONU ha impulsado varias cumbres mundiales para establecer compromisos sociales y evaluar su aplicación? Porque a pesar de esos adelantos –siempre mayores en el papel que en los hechos-, se constata la persistencia y hasta el avance del empobrecimiento, fenómeno atado a las políticas de ajuste estructural así como a la dinámica perversa de la deuda externa. Se trata de un empobrecimiento que además, como lo han mostrado balances mundiales al respecto, tiene rostro femenino: se estima que en el mundo existen 1300 millones de personas bajo el umbral de la pobreza absoluta, 70% son mujeres; sólo la décima parte del ingreso mundial va a manos femeninas, y ellas poseen menos de la centésima parte de la riqueza.
En el país, los datos disponibles señalan que el ingreso promedio de las mujeres es inferior en un 34% en el área urbana y en un 44% en el área rural. El desempleo abierto afecta al 10,2% de hombres y 17,9% de mujeres, en tanto que el subempleo femenino alcanza el 51,6%. Crisis como la que estamos atravesando, que ha significado para el país el brusco retroceso de 19 puestos en la clasificación según el Indice de Desarrollo Humano del PNUD, golpean a toda la población, pero en éste esquema de injusticia los impactos resultan más severos con las mujeres: testimonios de sus experiencias, tanto en el campo como en la ciudad, revelan mayor precariedad en el empleo y en los ingresos, más trabajo doméstico, mayor postergación de sus necesidades para atender las urgencias familiares, y hasta más violencia.
Pero además las mujeres querían llamar la atención sobre la magnitud de sus aportes económicos, todavía no cuantificados adecuadamente y menos aún retribuidos. Siendo la mitad de la población mundial ellas efectúan los dos tercios de las horas de trabajo. En Ecuador la PEA femenina va en aumento: para 1995 llegaba ya al 54% en el área urbana, 57% en la rural, 82% entre mujeres indígenas y 61% entre mujeres campesinas. En el campo 8 de cada 10 mujeres indígenas se dedican a la agricultura y atienden además labores domésticas; ésta producción cubre el 27% del consumo en sus hogares.
Mención especial merece el aporte del trabajo doméstico gratuito, que en el país representa unos 1.700 millones de horas de trabajo al año, con un valor equivalente al 28% del PIB. En términos monetarios estamos hablando, sólo en la última década, de unos 40.000 millones de dólares. Por eso en la Marcha celebrada en el país las organizaciones ecuatorianas pusieron énfasis en el pago de ésta deuda con las mujeres, para lo cual plantearon como medida primordial detener el pago de la deuda externa, y reorientar esos recursos, con criterios de equidad, a la reactivación productiva, al fortalecimiento de las políticas y servicios públicos de educación, salud, cuidado infantil, entre otros.
Rasgo importante de la Marcha Mundial fue la promoción de la solidaridad entre mujeres y la defensa de la diversidad cultural, requisitos para darle más fuerza a las demandas que fueron también expuestas, el día 15 en Washington, ante los principales del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional: que se ponga fin a las políticas de ajuste estructural y al recorte de presupuestos sociales; que se anule la deuda del Tercer Mundo; que se redefinan las reglas de los sistemas financiero y comercial mundiales, en base a la distribución equitativa de recursos y al control democrático de mercados; que se garantice la autonomía económica y social de las mujeres mediante el ejercicio pleno de sus derechos y el acceso a recursos. Cambios indispensables para hacer realidad ésta sencilla demanda de pan y rosas.
* Magdalena León T. Mujeres Transformando la Economía