La Mística del MST
La elite brasileña ha decidido que el MST es su principal enemigo.
Tiene razón. Desde la época del descubrimiento del Brasil, el MST es
el primer movimiento popular que la desafía abierta y exitosamente.
La elite admite que el pueblo pida respetuosamente. Pero exigir,
reclamar, denunciar, tomar iniciativas por cuenta propia, nunca. Eso
es un desafuero. Y eso es precisamente lo que hace el MST: ocupa
tierras, bloquea la entrada de edificios públicos, cierra calles,
destruye plantaciones de cultivos transgénicos sin pedirle permiso a
nadie.
La indignación se torna aún mayor porque el MST hace política. Sus
dirigentes y militantes están afiliados a partidos políticos,
presentan su candidatura a cargos electivos, apoyan públicamente a
candidatos para ocupar cargos públicos. Como la elite considera que
la política es su "coto privado de caza", la reacción es violenta.
Pero eso aún no es todo: el MST organiza y participa en cuanta
protesta social se produce. No hay manifestación feminista, acto
público en pro de los derechos indígenas, demostración contra el pago
de la deuda externa en que no estén presentes las banderas del
movimiento y la palabra inflamada de sus dirigentes. El contenido de
esas manifestaciones es siempre el mismo: la necesidad de completar
la construcción de la nación brasileña. El MST es un movimiento
político de carácter nacionalista. Un nacionalismo atemperado por el
más puro internacionalismo, que no piensa en aislar al Brasil, sino en
alinearlo junto a las naciones que luchan para crear un orden
internacional democrático por oposición al mundo gobernado por siete
potencias.
Al mismo tiempo que cuestiona, desafía, provoca, el MST mantiene
escuelas en todos los estados del país para educar a cerca de 160 mil
hijos de los asentados de la reforma agraria bajo principios
completamente distintos a los que orientan el sistema de educación
individualista de las escuelas de la elite. Además, organiza, por
intermedio de sus militantes, la producción de las 350 mil familias
asentadas. Y para evitar que las exploten las agroindustrias, los
comerciantes mayoristas y los exportadores, organiza también la
transformación industrial y la comercialización de sus productos. Lo
hace todo en condiciones sumamente difíciles. Desde su fundación, el
MST registra 124 militantes muertos a manos de sicarios o de la
policía, más de 3800 heridos, más de 5 mil procesados por la ley. La
democracia brasileña no tolera un movimiento popular que no se someta
a la elite dirigente.
¿Qué mueve al MST a realizar este ciclópeo trabajo? Todo se resume en
una palabra: mística. Mística, "percepción de la naturaleza oculta,
no comunicado sobre la realidad", que, como explica Leonardo Boff, "no
es el límite de la razón, sino lo ilimitado de la razón".(1)
La mística del MST tiene raíces en el milenarismo campesino. En todo
el mundo, y desde el origen de los tiempos, el campesino es una
persona que aspira a creer en la posibilidad de un mundo justo y en
armonía con la naturaleza. En nombre de esa utopía, las masas rurales
se han alzado, a lo largo de los tiempos, contra el mundo real,
siempre injusto, cruel y desequilibrado,
En sus luminosos trabajos sobre el milenarismo, Eric Hobsbawm delineó
las características de esos movimientos. Esas características se
repiten desde los taboritas y los anabaptistas del siglo XV hasta las
sublevaciones de campesinos ingleses, andaluces e sicilianos en el
siglo XIX y las revoluciones socialistas modernas de México, Rusia,
China, Cuba y Vietnam. En todas ellas se aprecia la inconformidad del
hombre de campo con el advenimiento de un mundo que no comprende y que
destruye su modo de vida: el de un pasado idealizado como Edad de Oro.
En todas esas manifestaciones resplandece la fe en las grandes
transformaciones, en el hombre nuevo, en un mundo regido por la
conciencia social. Es esa mística la que pone en tela de juicio un
orden capitalista deshumanizante que un pueblo domesticado y humillado
por la sumisión a él acepta como ineluctable.
La mística campesina provoca antagonismos, pero también genera
adhesiones decididas y produce efectos concretos.
Hay quienes creen que no, que las rebeliones campesinas no conducen a
un orden social nuevo, porque el culto al pasado no puede organizar el
futuro. Sin entrar en los méritos que pueda tener esa discutida
tesis, lo cierto es que todas las revoluciones sociales del siglo XX
tuvieron como condición básica de éxito la esperanza de los campesinos
en un mundo mejor.
Así pues, la base de la mística del MST es esa cultura de la población
rural del país. Es en la fuerza telúrica de esa población que el
movimiento fundamenta su fe en la posibilidad de un cambio y de ella
extrae los valores, los sentimientos, las intuiciones que alimentan su
mística.
A ese cimiento se suman dos grandes vertientes místicas; la cristiana
y la socialista marxista.
El MST nació en el sur del país, al amparo de las casas parroquiales,
fruto de la indignación de un puñado de campesinos jóvenes del sur,
asqueados por la devastación que la modernización capitalista de la
agricultura estaba produciendo en los modos de vida, las tradiciones,
los valores culturales de sus padres. Bendecidos por su obispo, esos
jóvenes militantes cristianos se lanzaron de lleno a la lucha contra
esa modernización empobrecedora. No contra la técnica, sino contra el
uso que de ella se hace para exacerbar la dominación del capital sobre
el trabajo, aumentar la destrucción del medio ambiente, vaciar de
sentido la cultura del hombre del campo. En el seno de esa lucha
comenzaron a comprender los valores humanistas de la cultura marxista
y se convirtieron en socialistas confesos.
La mezcla de esos tres elementos –el milenarismo campesino, la fe
cristiana en la vida eterna y la esperanza socialista de construir
aquí en la tierra una sociedad igualitaria y democrática-- dio por
resultado la mística del MST.
Resulta fácil comprobar esa afirmación cuando se examinan con atención
sus valores. Ademar Bogo, uno de los dirigentes más influyentes del
MST, los ha enumerado: solidaridad, indignación, compromiso,
coherencia, esperanza, autoconfianza, alegría y ternura.(2)
Vale la pena estudiarlos más de cerca.
El valor de la solidaridad se entiende no sólo en el nivel de la
familia, de los vecinos o incluso del país. Se proyecta en los
intereses de clase, tanto en el territorio brasileño como fuera de él.
Se trata de una solidaridad con todas las víctimas de la injusticia
en el mundo. "Aunque tengamos que reanimar los proyectos nacionales,
porque es en ese nivel que tiene que resistir la nación", dice la
mística del MST, "no podemos cerrar los ojos ante los problemas
internos, incluso porque muchos de ellos sólo se resuelven con luchas
internacionales."
El valor de la indignación completa el de la solidaridad. En la
mística, la indignación ante la injusticia cometida en cualquier
rincón del mundo debe caracterizar al militante.
El valor del compromiso consiste en el respeto a los propósitos
adoptados colectivamente y se completa con el valor de la coherencia,
que exige la correspondencia entre la palabra y la conducta.
Para el pueblo no existen derrotas definitivas, y ese es el contenido
del valor de la esperanza, que se suma al de la autoconfianza:
superar el complejo de inferioridad que aplasta al hombre del campo.
En el terreno de los valores que el militante debe cultivar están el
de la alegría que proviene de la lucha, y el de la ternura, "que no
significa perdonar al enemigo y dejarlo ir para que se recupere y
regrese a atacarnos con más fuerza, pero sí no descalificarlo nunca en
tanto ser humano".
A todos esos valores los corona la utopía: vivir "como si
estuviéramos preparándonos siempre para un gran encuentro".
La liturgia
Toda mística se expresa en una liturgia, o sea, en un lenguaje de
símbolos que une la palabra al gesto. Toda liturgia es una estética
que traduce la visión transfigurada del mundo: "el rescate de un
drama que tendrá un buen final".
La liturgia del MST es bastante diversificada y muy bella, y su forma
es de una sencillez que devela la presencia de la cultura del pueblo
rural. Esa cultura expresa la lucha de una población siempre oprimida
por una vida cotidiana en el límite de la sobrevivencia física,
humillada por la prepotencia de la clase social que la explota,
sojuzgada por un trabajo que se transformó en yugo. Lo extraordinario
es que, a pesar de esas condiciones de vida, el campesino brasileño
haya sido capaz de producir belleza, solidaridad, ternura, alegría.
Veamos ahora cuáles son los elementos de esa liturgia.
Los regalos
Nadie habla con el MST, lo visita o le presta alguna ayuda sin
recibir un regalo: una gorra, una camiseta, una banderita, un libro,
un CD, una flor. Si es hombre, le entregará el regalo una mujer; si
es mujer, un militante hombre. Un saludo, un abrazo, aplausos.
Simple, sencillo, conmovedor. Si todavía fuera necesario algo más
para vincular la mística del MST con las raíces más profundas de
nuestra nacionalidad, bastaría recordar que hacer un regalo al
visitante es una costumbre rural cuyos orígenes se remontan al fuerte
componente indígena de nuestra población.
La bandera del MST
Un hombre y una mujer que simbolizan la igualdad entre los sexos. En
los asentamientos del MST no se obliga a las mujeres a desempeñar el
papel subalterno que la cultura machista del país les impone. El
hombre empuña la hoz para recordar el compromiso con la producción.
Los dos están enmarcados por el mapa de Brasil, a fin de afirmar el
compromiso con la construcción de la nación.
La bandera del Brasil
No hay reunión, grande o pequeña, en la cual no penda de algún lugar
sobresaliente la bandera brasileña. Lo curioso es que esa bandera es
un símbolo del poder de la elite que proclamó la república en el siglo
XIX. ¿Cómo puede un símbolo del opresor presidir una asamblea de
militantes socialistas? La explicación es simple: en el transcurso
de la historia, un pueblo despolitizado se apropió del símbolo de la
elite sin percatarse de su significado y le atribuyó otro: el de la
nación que quiere construir. ¿Acaso no ocurrió lo mismo con el
símbolo romano de la muerte execrable, que fue transformado por los
cristianos en símbolo de una vida gloriosa?
La celebración
Las reuniones, pequeñas, grandes o enormes, comienzan siempre con una
celebración. Es corta en las reuniones pequeñas, larga y compleja en
las grandes. Los elementos de esa celebración son siempre los mismos:
la tierra, el agua, el fuego, las mazorcas de maíz, el cuaderno del
estudiante, la azada, la flor. Las palabras no son muchas. Poéticas
y convincentes, rescatan la voz de los poetas populares y de los
grandes poetas brasileños como Haroldo de Campos, Drumond de Andrade,
Pedro Terra. Los gestos son contenido y significado: el canto, el
puño cerrado que indica indignación, disposición a la lucha,
esperanza. Canto puro de los trovadores populares surgidos de lo
hondo del país, como Zé Pinto, Zé Claudio, Marquinho, que se junta al
canto de la más fina flor de los artistas brasileños: Chico Buarque,
Tom Jobim, Caymi, Milton Nacimento.
Las imágenes
Las celebraciones siempre se enmarcan en los grandes relatos sobre los
luchadores del pueblo. Aquí hace erupción el sincretismo de la
mística de los sin tierra: Marighela, el líder comunista guerrillero,
figura al lado de Paulo Freire, el pedagogo revolucionario católico;
Rosa Luxemburgo junto a la Madre Cristina, una monja católica;
Florestan Fernandes, profundo intelectual marxista vecino al Padre
Josimo, cura del sertón asesinado por los sicarios del latifundio;
Carlos Marx al lado de Jesucristo.
La verdad es que quienes se espantan de esa mezcla conocen muy poco la
mentalidad del pueblo brasileño y no parecen estar al tanto tampoco de
las verdaderas dimensiones del humanismo socialista.
Toda liturgia es una pedagogía. Las celebraciones que anteceden a las
reuniones de trabajo traen a la memoria de los participantes los
valores de su mística: la solidaridad, el internacionalismo, la
disposición a la lucha. Esa simbología identifica al grupo y lo
vincula al pasado, pero, al mismo tiempo, lo proyecta al futuro, con
la imagen de un Brasil justo en el que manen "leche y miel".
El MST y las izquierdas
El peso de la mística en la conducta del MST lo lleva a un conflicto
permanente con la elite dominante, que no admite la independencia del
movimiento. Pero incluso en el seno de la izquierda, el MST crea
fricciones.
Como han tenido que actuar en una coyuntura sumamente adversa, los
partidos de izquierda desarrollaron, no sólo en Brasil, sino en todo
el mundo, estrategias defensivas que dejan a un lado las propuestas de
transformación radical de la sociedad para hacer énfasis en los
"pequeños avances" (este es, como sabemos, un viejo debate). En ese
contexto minimalista, la acción del MST, al proponer la revolución
socialista, igualitaria, libertaria, ética, parece una crítica y una
elemental desviación voluntarista.
Esa izquierda que se rindió al imposibilismo en nombre de la
modernidad no logra entender que se hable abiertamente de revolución
socialista en una sociedad en la cual la alienación se convirtió en
elemento orgánico de la conciencia colectiva. De ahí la crítica fácil
y enérgica de que se trata de un milenarismo primitivo, desvinculado
del mundo real, incapaz de liderar un proceso efectivo que transforme
gradualmente al capitalismo en un régimen humano. El error consiste
en que esa crítica no ve que en el milenarismo del MST el componente
del pasado constituye el rescate de la cultura campesina, matriz de la
nacionalidad, y que junto a esa referencia al pasado, la mística
apunta con fuerza al futuro socialista.
Resulta un grave error subestimar la importancia del mundo rural en
los procesos revolucionarios modernos. Todos ellos, como hemos visto,
sólo lograron vencer la represión del sistema porque los guerrilleros
andaban en el campo "como el pez en el agua". ¿Qué son las FARC, el
EZLN o el MST sino demostraciones palmarias de que el milenarismo
agrario es altamente significativo en sociedades fundamentalmente
agrarias? Y no debemos albergar duda alguna: a despecho de la
urbanización irracional y de la industrialización postiza, la sociedad
brasileña sigue siendo fundamentalmente agraria y no se ha liberado,
por más que se trate de ocultar, de su pasado colonial y esclavista.
Sin exorcizar ese pasado, Brasil jamás será una nación independiente,
y menos aún una sociedad socialista.
Dos frases de Caio Prado Jr., uno de nuestros más importantes
pensadores, resumen el problema. La primera: "... en el campo
brasileño es donde se encuentran las contradicciones fundamentales y
de mayor potencialidad revolucionaria en la fase actual del proceso
histórico-social que atraviesa el país". La segunda: "No es preciso
insistir mucho en el hecho de que no resulta posible construir una
nación moderna y de elevados niveles económicos y sociales sobre la
base de la miseria física y moral que predomina en el campo brasileño,
y que, como no podía dejar de ser, se refleja de manera tan intensa en
los centros urbanos."(3)
Los intelectuales que se dicen modernos (algunos de ellos tránsfugas
del propio MST) no se han percatado de que el socialismo en Brasil
está ligado umbilicalmente al proceso de construcción de la nación
brasileña, y que la energía de ese proceso proviene de la enorme
contradicción de una sociedad que les dio la libertad a los esclavos,
pero les negó el acceso a la tierra, con el evidente propósito de no
cambiar la situación de superexplotación de la fuerza de trabajo
rural.
El economista brasileño Celso Furtado vio lo que muchos de sus colegas
no lograron apreciar: la importancia estratégica del MST para la
construcción nacional, y, por eso, no tuvo dudas en afirmar
enfáticamente, a contrapelo incluso de su estilo sobrio, que ese
movimiento es el más importante del siglo XX en Brasil, y que se
vincula orgánicamente. al movimiento más importante del siglo XX: la
abolición de la esclavitud.(4) El MST es la continuación de aquel
movimiento, pero con un significado histórico distinto. Mientras que
la campaña abolicionista, cuando estaba casi a punto de conseguir la
victoria fue abortada por un golpe palaciego que la diluyó en una
conciliación de las facciones de las clases dominantes, transformando
la liberación de los esclavos en "un negocio de blancos para blancos",
el MST impide que la elite actual aborte la reforma agraria. Su lema:
"la reforma agraria es una lucha de todos" es un llamado general que
no se agota en el campo, sino que se refiere a la construcción
nacional. El motor de esa lucha es la mística liberadora.
1) Boff, Leonardo. "Alimentar a nossa mística", mimeo, 2001.
2) Bogo, Ademar. "Valores que debe cultivar un lutador do povo" en
Valores de una prática militante, Consulta Popular, cuaderno 09, 2000.
3) Caio Prado, Jr. A revolução brasileira, 7ma. edición, 1987.
4) Furtado, Celso. Brasil: A construção interrompida, Paz e Terra,
1992.