Costa Rica: De cal y de arena

2007-03-08 00:00:00

Los acontecimientos del lunes 26 son suficientemente elocuentes como para tomarlos con indiferencia, subestimación o desdén. Las decenas de miles de personas que se manifestaron en San José (con réplicas en otras ciudades del país que aunque menos concurridas, en nada desmerecieron el simbolismo de la protesta) confirmaron la existencia de un caudaloso rechazo al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y los vecinos del istmo.

Yo me sentí muy bien sumándome a la marcha y al repudio de ESTE Tratado por rebasar todos los límites propios de un entendimiento de voluntades idóneo para facilitar el intercambio comercial y por constituirse en el torniquete con que foráneos van a decidir la suerte de las instituciones y del modelo de sociedad de Costa Rica.
Las más heterogéneas voluntades (no \"los izquierdistas\" con que quiso anatematizarnos alguien el 20 de diciembre) hemos encontrado un punto de coincidencia, de concordancia, de unión: la convicción de que este Tratado no es conveniente ya que va a significar la proscripción de la visión política que ha hecho posible —aún con sus errores y omisiones— construir con la concurrencia del Estado y de las fuerzas económicas y sociales, un país que ha evolucionado con justicia, equidad y libertad.
En nada ha hecho mella la descomunal y onerosa campaña de publicidad montada para exaltar apoyos al TLC y abatir las resistencias hasta la mínima expresión, campaña ineficaz para sus objetivos porque no convenció al segmento de población al que se dirigió, que la percibió sospechosa de no ser veraz. No corrigió el efecto de aquellas falacias sobre los 500 mil empleos que se perderían si se rechaza el convenio; o sobre la mágica llegada de cientos de millones en inversión extranjera; o la deformación de la realidad que bordea la industria de textiles; o sobre la extinción de la Iniciativa para la Cuenca del Caribe.

Los hechos confirman la polarización del país ante lo cual el Congreso debe ser cauteloso en el manejo de este expediente pues un atropello en la tramitación de cuestión tan trascendental podría ser la espoleta de la convulsión social. Los valores y los principios en juego —dijo un connotado partidario del convenio, Federico Malavassi— son más importantes que el TLC. \"No vale la pena —advirtió— hacer trampa para aprobarlo. En ello no hay honor ni decencia\".

El Tratado fue parte de las promesas de campaña del Dr. Arias. Es, entonces, válido su derecho a poner todo su arsenal político al servicio de la aprobación en la Asamblea. Pero esto no legitima la arbitrariedad con que una alforja política, cuya única razón es la fuerza del número, retuerce los procedimientos legislativos sin advertir, siquiera, los precedentes en que la Sala Constitucional ha tenido que enmendar la plana por encontrar atropelladas las elementales reglas del trámite y debate parlamentarios.
En medio de las diferencias marcadas por su formación profesional, cultura universal y posicionamiento político, hay rasgos comunes entre ellos que explican por qué terminan chocando entre sí. Oscar Arias y Hugo Chávez gustan de meterse con el vecino. Recuerdo a la \"vieja de patio\" y su protagonismo.