Los demócratas se han puesto en contra del mercado libre mundial, y eso significa problemas para Bush
Parecía otro gran golpe para George W. Bush. Llegó a Vietnam para una cumbre de comercio, la semana pasada, con las manos vacías, después de que su partido perdió la mayoría en el Congreso de EE UU ante los demócratas, quienes echaron abajo el plan bilateral que Bush había planeado presentar a sus anfitriones en Hanoi. Esto parecía el principio de la rebelión demócrata contra un presidente republicano, pero era más bien un rechazo al legado de libre comercio del último presidente demócrata de Estados Unidos, Bill Clinton.
Si nos remontamos de Clinton como gobernador de Arkansas, era un ferviente seguidor del libre comercio. Como presidente, su compromiso con el comercio derrotó las reservas en política de los republicanos y replanteó a los demócratas como un partido centrista. Fue Clinton quien impulsó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, pese a la oposición de las organizaciones sindicales. Robert Rubin, secretario del Tesoro durante el mandato de Clinton, surgió como una especie de metaburócrata, granjeándose a los genios de Wall Street y a los liberales de Washington con la doctrina de la mano invisible, guiando un beneficioso mercado libre. Tan imbatible era la fe de Clinton en el poder del comercio liberado, que los economistas usaron un término de la década de 1960 para explicarlo: neoliberalismo.
Hoy el credo neoliberal ha sido avasallado por una oleada populista que equipara al comercio con la destrucción, y no del tipo creativo. La oferta de EE UU de normalizar las relaciones comerciales con Vietnam murió, en gran medida, a causa de líderes republicanos impacientes que apresuraron su votación para coincidir con el viaje de Bush a Hanoi, con poco tiempo para recabar apoyo. No pudo obtener los dos tercios de mayoría necesarios, con los demócratas votando contra ella por 94 a 90, y se convirtió en la primera gran medida comercial rechazada por el Congreso de EE UU. El nuevo sentir anticomercial posiblemente tenga mayor fuerza en la Cámara de Representantes en enero, cuando su nueva mayoría demócrata tome el poder.
Durante la campaña los demócratas atacaron la globalización como una bendición para los depredadores capitalistas y la raíz de la pérdida de empleos por outsourcing, el crecimiento salarial estancado y la inmigración ilegal. Prometieron una moratoria de nuevos acuerdos comerciales, y ya la están dando. “Hay una reacción de oposición al neoliberalismo”, dice I. M. Desstler, profesor de la Facultad de Política Pública de la Universidad de Maryland. “Tenemos una economía en la que los dividendos están repartidos inequitativamente, y la manera más sencilla de responder a ello es culpando a los tratados comerciales”.
La fuerza detrás de la rebelión demócrata es sorprendente. Un mes antes de la elección, el aspirante a congresista Sherrod Brown, de Ohio, fue desestimado como candidato marginal por sus feroces posturas anticomerciales. Su libro “Mitos del libre comercio: Por qué la política comercial estadounidense ha fracasado” es un manifiesto populista y nacionalista, que desacredita la idea clintoniana de que el libre comercio es una tradición estadounidense buena, inevitable y bien establecida. Brown denostó al TLCAN, la piedra angular del legado neoliberal de Clinton, al que culpa de hundir el estándar de vida en todo el continente. Terminó por derrotar al senador republicano en funciones Mike DeWine con el 56 por ciento de los votos.
La victoria de Brown lo convierte en el abanderado del nuevo populismo demócrata. De los demócratas que ganaron asientos en la Cámara, antes en posesión de republicanos, según Global Trade Watch, de Public Citizen, un grupo de cabildeo fundado por Ralph Nader, cerca de un tercio hizo campaña en contra de los acuerdos comerciales ratificados por sus supuestamente débiles salvaguardas laborales y estándares ambientales. Heath Shuler, demócrata de Carolina del Norte, criticó a su oponente republicano por retractarse en su promesa de votar en contra del Tratado de Libre Comercio de Centroamérica.
Del lado del Senado, John Tester, demócrata de Montana, condenó los acuerdos comerciales por poner “en riesgo nuestros empleos y la viabilidad de las granjas familiares y los ranchos a lo largo de Montana”. James Webb, de Virginia, pidió que se reexaminaran las políticas comercial y tributaria de EE UU en nombre de la “equidad”. Bernie Saunders, de Vermont, quien se describe a sí mismo como socialista y se une políticamente a los demócratas, atacó al comercio con China como “un desastre absoluto… que ha llevado a la destrucción de 1.5 millones de empleos en EE UU”.
Que los demócratas pidan “equidad” en lugar de libre comercio puntualiza la creciente sensación de desilusión. Incluso Rubin, un ferviente seguidor del libre comercio, empieza a enfocarse en sus puntos malos. Su Hamilton Project, un centro político en la Brookings Institution, en Washington, advirtió sobre la creciente inseguridad debido a los salarios disminuidos para la mayoría de familias de EE UU, y un ensanchamiento de los períodos promedio de desempleo. “Les preocupan los costos humanos del libre comercio”, dice Howard Rosen, experto comisionado por el Hamilton Project para estudiar la creciente necesidad del seguro de desempleo. “Ya no hay apetito para un libre comercio ilimitado”.
Al hablar en Singapur, en camino a Hanoi, Bush apoyó una zona de libre comercio en el este asiático, y lanzó advertencias sobre el aislamiento y el proteccionismo, un golpe claro a los demócratas. El revés en Vietnam es una señal de problemas futuros para la Casa Blanca, que espera reiniciar las hoy detenidas conversaciones sobre comercio mundial y también está negociando acuerdos bilaterales con México, Perú, Colombia, Corea del Sur, Emiratos Árabes Unidos, la Unión Comercial Sudafricana y Malasia. “Estos nuevos acuerdos comerciales no pueden darse por hechos”, dice Desstler. “Los demócratas están preocupados de que los trabajadores de EE UU compitan con una fuerza laboral pagada inequitativamente”.
Bush está trabajando contra reloj. En junio expira su “autoridad” para enviar acuerdos comerciales al Congreso de Estados Unidos para una votación de “sí” o “no” sin enmiendas. Con un Congreso cada vez más “comercialifóbico”, es posible que Bush vea su autoridad negociadora reducida, o incluso anulada. Los observadores de Capitol Hill esperan que Charles Rangel, el posible nuevo presidente del Comité de Medios de la Cámara, asuma una postura dura hacia el comercio, de manera particular con China. Washington podría presentar en la Organización Mundial de Comercio una demanda contra el historial mixto de China sobre la aplicación de las leyes de derecho de copia, dice un alto auxiliar demócrata en la Cámara, así como a su resistencia a la liberalización de su moneda. “Ha habido una disminución en la vigilancia y aplicación de la ley, así que presionaremos a la administración para que tome acciones”, dice el auxiliar, quien solicitó el anonimato por no estar autorizado a hablar con la prensa. “Definitivamente se verá al Congreso jugar un papel más perentorio en una política comercial más balanceada” En pocas palabras, ello podría significar menos comercio.
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