Autocrítica frente al neoliberalismo y TLC
Una de las más importantes noticias del año son las declaraciones del ex secretario de la OEA y ex presidente de Colombia, César Gaviria, en el foro “Globalización y Democracia”, realizado en Bogotá. Al hacer un balance sobre los más de quince años de aplicación del modelo neoliberal en Colombia que él emprendió en 1990, dijo: "reconozco mi cuota de culpa de haber creído que esos cambios económicos iban a generar crecimiento sostenido y mejoramiento de los indicadores de la desigualdad y la pobreza”, agregando que las reformas económicas son importantes, pero no la tarea fundamental, y, dentro de lo que catalogó como “factores no económicos del crecimiento”, insistió en el papel del Estado y de sus instituciones,”ya que la solución de los problemas sociales depende que éste funcione y no empujar sin criterio la privatización”.
Esa palabras, aunque en una entrevista posterior en el semanario El Espectador aparecen más moderadas, pero de todos modos en el sentido de las anteriores, al expresar en claro circunloquio que “no es que las cosas que hicimos estuvieron equivocadas, sino que a algunas les atribuimos más mérito que el que tenían…”, constituyen un juicio que tiene hondas repercusiones en el balance histórico del periodo conocido como la apertura económica de la cual César Gaviria fue su gestor más destacado. En términos de la discusión académica significa que los Hommes, Echeverry, Caballero Argáez, Montenegro (Santiago y Armando), todo lo que en una época se conoció como la “panda de los Andes”, además de Kalmanovitz, han quedado, como dicen los comerciantes, “como bulto sin marca”. ¿De qué valieron tantos textos, artículos y comentarios que magnificaron el papel de la “mano invisible” en los mercados, tanto en los financieros, como en los de las mercancías y los servicios, si hoy a la idolatrada criatura su principal mentor le atribuye muchos de los males que la ortodoxia neoliberal se dio en ocultar por una década? Existen trabajos de Echeverry, por ejemplo, que, en pocas palabras, afirman que el mundo es así y que “qué lo único que podemos hacer es orden fiscal”.
Una consecuencia de lo acontecido en términos de la disciplina económica en Colombia es que como mínimo deben repensarse los currículos académicos de los centros de enseñanza, fundados ahora en cómo propiciar el “efecto goteo” que recaería sobre el resto de la sociedad debido al enriquecimiento de las oligarquías extranjeras y nacionales, nominadas con el eufemismo de “empresarios”, y para lo cual, como lo ha hecho Uribe en sus dos administraciones, se colocan todos los empeños y recursos de la sociedad así como las políticas públicas y las instituciones. La opinión de César Gaviria, pese a que se demoró no poco en entenderlo, es que esto no se dio y que además “seguramente cometimos errores”. Con secuelas perversas, como que después de 10 años, tal como lo verifican recientes mediciones oficiales, el desempleo agobie a más de dos y medio millones de colombianos, al 13% de la fuerza laboral colombiana, que los doce millones de colombianos que viven en el campo lo sigan haciendo en medio de la desolación y que más de uno de cada tres empleos urbanos sea informal.
Las declaraciones de César Gaviria también contemplaron las consecuencias del TLC de Colombia con Estados Unidos “Dejará muchos perdedores…mucha gente que no se beneficiará…el presidente Uribe salió a decir por la televisión que en Colombia todos eran ganadores…Esa fórmula de discusión desbalanceada no permite ayudar a entender y medir el impacto del TLC con Estados Unidos" ¿Cómo será lo que está por venir que suscita la sonada autocrítica y una salvamento de voto para lo que se viene? El país está todavía a tiempo de impedir que el TLC juegue su papel de “ángel exterminador”, que sirvan en algo las palabras del ex presidente Gaviria para que aquellos colombianos que miran con prevención e indiferencia a quienes reclamamos la imperiosa necesidad de conformar la más amplia resistencia civil para impedir la imposición del TLC, se unifiquen en torno a esa oposición; detenerlo es sin duda la más apremiante iniciativa nacional de comienzos del siglo XXI. Con seguridad, de entrar en vigencia, no pocos en unos cuantos años dirán que se trató de otro “gran error”. Y ahí vale el refrán, “con un ojo afuera, no habrá Santa Lucía que valga”.