Costa Rica: ¿Democracia?
En esta “democracia” centenaria ya nada sorprende. Los cautivos aquí somos los ciudadanos, no nos dejan decidir, mucho menos elegir. Eso de que somos nosotros los que con nuestro voto distinguimos a quienes nos representan de quienes no, en los poderes republicanos, no lo defiende nadie que tenga un mínimo de vergüenza. Las amarras a la voluntad soberana del pueblo costarricense han calado tan hondo que la gente ha decidido ni siquiera participar. Listas cerradas que inducen al elector a tener que escoger entre una o dos de las candidaturas. Sin descontar, claro está, el des-sistema de financiamiento de la política. Anodino y falacioso entre otras cosas porque al no ser adelantada la deuda no se logra evitar la infiltración de dineros privados en los partidos, pero sobre todo injusto y regresivo porque reserva la tajada más sustanciosa para financiar a los partidos tradicionales, con lo que el cuerpo electoral no recibe información sino de dos opciones y con alguna suerte de algún mal tercio.
En lo municipal, no solo no existe financiamiento público de las nuevas iniciativas políticas ciudadanas y listas cerradas sino que, además, un líder comunal independiente –léase valiente, original y sano– debe someterse a los designios de un partido político para candidatearse. En consecuencia, el ciudadano no existe en el tanto no se pliega a un partido político, quiero decir: mientras no se someta a la aplanadora que implica la adhesión a un partido político.
El cerco lo redunda una clase político-económica que se ha ido adueñando de los medios de comunicación más comerciales, estos, por cierto, en franco deterioro de credibilidad.
Semejantes carceleros tienen tanto poder político como el que sus chequeras, durante más de medio siglo, les ha permitido comprar. Llevan su tiempo colocando a sus cohortes en los cargos que sirven al mantenimiento del statu quo. Estos son las mismas “fichitas” que aquellos mueven, como si de ajedrez se tratara, de un cargo a otro, y son a su vez, quienes se encargan de garantizar el mínimo de infiltrados a la estructura. Todo lo nuevo es una amenaza y más si declara voluntad de cambio. Ni que decir si se jura contra la corrupción, ese vicio que desde hace un buen tiempo ya no compite con el sistema sino que se ha constituido en el sistema.
Como corolario de tan ilustre “democracia”, se niega ahora el Tribunal Supremo de Elecciones a que sea el ciudadano el que decida sobre el TLC. Dos posibilidades existen: o la indicación de arriba ya les llegó, con lo cual se instrumentaliza el poder electoral y se condiciona todo el sistema democrático, o bien, los Magistrados no creen en la participación ciudadana como vía única de evolución y progreso civilizado, contrario a sus colegas suizos, noruegos y muchos otros que, confiando en la madurez del pueblo al cual pertenecen, de lo cual tampoco se olvidan, les permiten opinar incluso sobre nuevos impuestos.
Prefiero pensar en que es lo segundo y no lo primero, reduciendo así el asunto a estas dos únicas motivaciones “magistrales”, por cuanto nadie con dos dedos de frente y un poco de testosterona para expresarlo, evitaría denunciar que lo argumentado por el TSE al cerrar la posibilidad de una consulta popular no vinculante es, y espero se disculpe el criollismo: “pura paja”.
¿Para qué un flamante artículo 9 constitucional que desde hace más de tres años prescribe que el Gobierno es “participativo” si no contamos con Magistrados Electorales valientes que hagan valer tal enunciado, le guste o no al Presidente de la República, a los Magistrados de la Corte Suprema que los nombran o a los Diputados que nombran a su vez a estos otros, todos ellos por cierto, de turno? ¿Para qué?
Entonces si se pregunta ¿cuál democracia? debe preguntarse inevitablemente ¿cuál ciudadanía? O es que se olvida que la ciudadanía también se atrofia. No entiendo por qué se sorprenden cuando el abstencionismo ronda el 80% en las elecciones municipales y amenaza con arribar al 40% en las nacionales. Cualquier ciudadano encarcelado se pregunta ante lo evidente: ¿Para qué participar?
Dejo constancia, finalmente, y por aquello de las malas intenciones para las cuales, como bien vale advertirlo, no escribo, que con esto último no estoy haciendo oda, ni siquiera justificando el abstencionismo, sino explicándolo, que se parece pero no es lo mismo, es más bien lo contrario si se considera a Espinás Massip, a quien sigo en esto: “La denuncia del mal es siempre el tránsito necesario para arribar al bien”.