¿Qué tipo de desarrollo se debe financiar?
INTRODUCCIÓN
El
presente documento surge como respuesta a la ausencia de la
perspectiva de género en los debates y documentos
preparatorios de la Conferencia sobre Financiación para el
Desarrollo. Recoge la inquietud de un grupo de mujeres
latinoamericanas reunidas en Cartagena de Indias en julio del 2001,
convocadas por la Red de Educación Popular de Mujeres, REPEM y
DAWN. En esa oportunidad, se tomó la decisión por
consenso de aportar al debate una mirada crítica al modelo
actual de desarrollo, sin la cual la movilización de recursos
financieros no asegurará un crecimiento sostenido ni el logro
de la equidad social y de género.
Una
de las características del mundo de hoy es la polarización
entre los que tienen y los que no tienen, como lo señala el
Informe Zedillo, documento preparatorio de la Conferencia sobre
Financiación del Desarrollo (Zedillo, Ernesto, 2001). Lejos de
resolver esta contradicción, el estilo de desarrollo actual ha
acentuado esta tendencia hasta convertirla en una profunda
preocupación de pueblos e instituciones. Los temas de la
equidad y redistribución se han mantenido como eje de la
agenda de las mujeres y sus propuestas de desarrollo. La feminización
de la pobreza y la transferencia de costos desde el ámbito
productivo hacia el reproductivo provocada por el ajuste estructural,
implican además de injusticia un aumento de la ineficiencia
económica. Sin embargo, los temas de la equidad y la
redistribución que prácticamente habían
desaparecido de la literatura económica en las dos últimas
décadas, hoy se encuentran nuevamente en el centro del
discurso sobre desarrollo (Kanbur and Lustig, 1999). Este puede ser
el primer paso para que las diferencias inexplicables e injustas
entre sectores de la humanidad, lleguen a convertirse en el centro de
la política económica y social.
La
dinámica de los acontecimientos en el mundo globalizado, exige
replanteamientos permanentes sobre la comprensión de los
fenómenos, sobre su prioridad y sobre los mecanismos adecuados
para abordarlos. Los recientes y dolorosos acontecimientos que
atacaron el corazón financiero y militar de los Estados Unidos
que desencadenaron un conflicto bélico de dimensiones
incalculables, marcan cambios significativos en el escenario mundial,
en las prioridades y en las posibilidades frente al desarrollo.
En
el documento Zedillo, la necesidad de abordar exitosamente la
reducción de las desigualdades, se plantea como un reto moral
y humanitario y se vislumbra el peligro que se cierne sobre la
población de los países ricos. En el mundo
global, la pobreza de algunos muy pronto se convierte en problema de
los demás: falta de mercado para sus productos, migración
ilegal, contaminación, enfermedades contagiosas, inseguridad,
terrorismo (Zedillo, Ernesto, 2001). No es evidente la
asociación entre pobreza y terrorismo. Pero sí es claro
que el odio es el motor del terrorismo y éste encuentra un
caldo de cultivo en el descontento de un mundo empobrecido e
insatisfecho.
En
muy poco tiempo la solidaridad -tan escasa entre los ricos y los
pobres- debería surgir con mucha más fuerza para
motivar políticas redistributivas. No solo se trata de
responder a un compromiso ético sino que está en juego
la supervivencia de la humanidad. Se invirtieron las prioridades y
surge la posibilidad de colocar el tema de la justicia social entre
los principales objetivos del desarrollo. Que la solidaridad
reemplace a la retaliación es la esperanza de gran parte del
mundo actual así como la necesidad de acordar un nuevo
ordenamiento internacional.
Dentro
de este nuevo escenario, se justifica más que nunca señalar
que el tema de la financiación para el desarrollo debe
ubicarse dentro de la discusión del modelo mismo. ¿Qué
tipo de estrategia es la que se debe financiar? Si el modelo actual
está agravando inequidades e insatisfacciones que llevan al
odio asociado con eventos como los anotados ¿se justifica
buscar nuevos recursos financieros para profundizar esa realidad?
La
Conferencia sobre la Financiación para el Desarrollo debe
empezar por el debate sobre el tipo de desarrollo que se quiere. Y
este punto exactamente no aparece ni implícita ni
explícitamente como tema de preocupación en los
documentos preparatorios. Por el contrario, estos documentos parten
de aceptar que se continuará con los lineamientos que hasta
ahora se han aplicado. No hay ningún tipo de cuestionamiento
sobre el esquema que ha dominado las políticas públicas
durante los últimos años, cuyos resultados no han
respondido a las expectativas que justificaron su difusión por
el mundo en desarrollo.
Tres
temas se plantean en este documento de posicionamiento desde la
perspectiva de las mujeres latinoamericanas. Primero, una discusión
sobre el modelo actual y las frustraciones que ha generado en América
Latina. Segundo, la necesidad de replantearlo señalando las
bases de un nuevo paradigma de desarrollo sustentable. Tercero, un
análisis de estas estrategias desde una perspectiva de género
y equidad social. Con base en los elementos anotados, se busca
influir con planteamientos críticos en el debate de la
Conferencia sobre Financiación para el Desarrollo.
LAS DEBILIDADES DEL MODELO ACTUAL
CEPAL
acaba de reducir a menos del 1% la proyección de la tasa de
crecimiento de América Latina para el presente año, muy
inferior a aquella registrada durante el año 2000, 4.1%. Las
grandes economías de la Región, bajan drásticamente
su tasa de crecimiento y aun la República Dominicana, la
economía más dinámica de la Región, se
desaceleraría durante 2001. El desempleo continúa
siendo alto (8.5%) a pesar de la reducción en la tasa de
participación en el mercado laboral, registrándose
casos como el colombiano, cuyo desempleo bordea el 20%, el más
alto de América Latina (CEPAL, 2001). A su vez, el contexto
mundial es cada vez menos favorable. La desaceleración de la
economía norteamericana y la difícil situación
de Japón, oscurecen tremendamente el panorama mundial y por
ende el latinoamericano. Se elimina así la esperanza de
recuperación de la Región, fuertemente golpeada durante
las décadas anteriores.
La
Asamblea del Banco Interamericano de Desarrollo ( BID) de marzo del
2001 en Chile, puso aun más en evidencia las grandes
frustraciones de los noventa, cuando se aplicó con dedicación
el famoso Consenso de Washington (Iglesias, Enrique, 2001). Sin negar
los logros en términos de estabilidad macro- económica
y de mayor credibilidad internacional de las autoridades monetarias
de estos países, la realidad es que ni en términos de
crecimiento y mucho menos en resultados sociales, se llegó a
los niveles esperados. Más aun, la acumulación de
frustraciones de unas sociedades que llevan más de dos décadas
esperando el milagro latinoamericano, está generando serios
problemas políticos que comprometen actualmente la
gobernabilidad de la Región. Para algunos analistas, los
noventa podrían considerarse otra década perdida.
América
Latina durante los años 90 retomó la senda de
crecimiento del ingreso per capita, pero a un
nivel muy inferior al necesario para reducir pobreza (6% o 7%) e
inclusive inferior al registrado en la Región entre 1945 y
1980 (5.5% promedio anual). Este crecimiento se logró con
estabilidad en los principales indicadores macro-económicos,
baja inflación y reducido déficit fiscal. Se consolidó
la apertura, con significativos avances en exportaciones que
crecieron en promedio 8.9% anual pero, se concentraron
fundamentalmente en México. La participación de las
exportaciones de América Latina en el total mundial sigue
siendo insignificante, ligeramente superior al 5%. Se atrajo un
volumen significativo de inversión extranjera pero
no se tradujo en su totalidad en la ampliación de la capacidad
productiva; cerca del 40% fueron fusiones y adquisiciones de activos
existentes (CEPAL, 2000) (López, Cecilia, 2000a).
En
el área social los logros son aún menores: se redujo la
pobreza con respecto a los niveles de los años 80, 36% frente
a 41% al finalizar la década perdida, pero el número de
pobres llegó a 211 millones. El gasto social con respecto al
PIB se incrementó a más del 12%, pero no
se avanzó en reducir la inequidad a niveles aceptables (CEPAL,
2000 y 2001).
Adicionalmente
los retrocesos son muchos. Durante los años noventa la
inversión en América Latina no llegó a los
niveles de los años 70, cuando evidentemente se consideraba
insuficiente. Más aun, la inversión extranjera que la
Región si logró atraer, no creó los activos
nuevos que se pronosticaban ni produjo la revolución
tecnológica que se había anunciado. Peor todavía,
en varios países de América Latina los inversionistas
extranjeros se aprovecharon del desorden interno de los países
para obtener ganancias desproporcionadas (López, Cecilia,
2000b).
Es
en el sector externo donde surgen varias desagradables sorpresas. Las
exportaciones sí crecieron pero fundamentalmente en México,
hacia Estados Unidos y gracias a la maquila de primera y segunda
generación. Poca o nula diversificación de productos y
de mercados. Así mismo, las importaciones se elevaron aún
más, generándose un peligroso desbalance en las cuentas
externas al llegar la Región a un déficit comercial
similar al que preocupaba en los años 70, con dos puntos menos
de crecimiento (CEPAL, 2000).
Ahora
bien, lo que ha sucedido con la productividad es realmente muy serio.
Se supone que la exposición a la competencia internacional
crea un reto a la industria nacional que lleva a la mejoría en
los niveles de competitividad. Sin embargo, la productividad laboral
media en la década pasada fue inferior a aquella registrada
entre 1950 y 1980, y la productividad total de los factores creció
al 1.3% anual frente al 2.1% en las tres décadas anteriores a
la crisis de los 80 (CEPAL, 2000).
Pero
probablemente lo más grave es que fueron los sectores
no-transables los que más crecieron mientras los transables,
cuyo futuro debería ser promisorio de acuerdo a los
pronósticos, perdieron importancia. Y para terminar, se dio un
proceso de concentración productiva, ganaron las
multinacionales y las grandes industrias y perdieron las pequeñas
y medianas empresas (CEPAL, 2000).
Debe
agregarse el carácter contaminante y por ende no sustentable
de este modelo basado en la explotación de recursos naturales,
particularmente en América del Sur. La apertura no produjo en
esta subregión la transformación productiva necesaria
para cambiar este patrón de crecimiento y garantizar así
la equidad intergeneracional. El futuro de las próximas
generaciones de sudamericanos está comprometido por la forma
como se siguen explotando los recursos naturales (CEPAL, 2000).
En
cuanto a los resultados sociales, los mayores problemas tienen que
ver con la equidad, tema prioritario en la Región y con el
comportamiento del mercado laboral, donde realmente lo único
positivo fue la entrada masiva de las mujeres, aunque con
persistentes patrones de discriminación laboral y segregación
ocupacional. No solo no se mejoró la distribución de
ingresos en el conjunto de los países latinoamericanos, sino
que algunos de ellos están en peor condición que hace
tres décadas (López, Cecilia, 2000a)
En
relación con el mercado laboral, el desempleo abierto crece
durante la década tres puntos porcentuales, manteniéndose
e incluso aumentando la tasa de desocupación femenina con
relación a la masculina. Por otra parte, de acuerdo a la OIT,
de cada diez nuevos puestos de trabajo seis se generan en el sector
informal. A su vez, la brecha entre trabajadores calificados y no
calificados se amplió significativamente en términos de
su remuneración. Pero probablemente lo más grave y tal
vez lo menos analizado, es que América Latina durante la
década anterior perdió la oportunidad de lo que se
conoce como el bono demográfico. Es decir, el mayor
crecimiento de su oferta laboral con respecto al crecimiento del
total de la población. Este fenómeno, que también
ocurrió en el Sudeste Asiático y que se asocia con sus
altísimas tasas de crecimiento económico hasta antes de
la crisis, en Latinoamérica coincidió con economías
débiles y, por lo tanto, la mayor oferta relativa de población
en edad de trabajar se tradujo en desempleo y no en crecimiento y
equidad (CEPAL, 2000).
Una
buena manera de describir las frustraciones sociales de la Región,
al comenzar el siglo, es el reconocimiento de que solo la mitad de la
juventud latinoamericana se considera en mejores condiciones que sus
padres (Lora, Eduardo, 2000). Definitivamente, los resultados de la
apertura no justifican continuar en el futuro con las mismas
estrategias económicas y sociales.
HACIA UN NUEVO PARADIGMA DE
DESARROLLO SUSTENTABLE
Los
propios documentos preparatorios de la Conferencia y las opiniones
que surgen entre los responsables de las instituciones de Bretton
Woods y de la OMC, ya sea para avanzar en las negociaciones sobre el
comercio internacional o para evitar los riesgos de ingobernabilidad,
muestran signos de apertura. Admiten que la ortodoxia del Consenso de
Washington no ha tenido el éxito que esperaban y que se
requieren cambios. Esto brinda un nuevo espacio para el debate. Por
un lado, están los que postulan algunos cambios en la
estrategia actual, es decir, una postura gatopardista,
cambiando algo para que todo siga igual. Pero también se abre
un espacio para explorar nuevas alternativas.
La
primera centra los esfuerzos en adicionar, con algunas medidas
compensatorias, las estrategias actuales que imponen la estabilidad
macro económica como eje fundamental de desarrollo (Birdsall,
Nancy y de la Torre, Augusto, 2000).
Pero
el deterioro reciente que ha llevado a bajar las expectativas de
crecimiento de la Región, revalorizan lo que podría
denominarse la búsqueda de un nuevo paradigma, que elimine la
dictadura del modelo único. Este es precisamente el aspecto
olvidado de los documentos preparatorios de la Conferencia sobre
Financiación para el Desarrollo.
Las
interrelaciones entre el manejo macro-económico y la calidad
de vida de la población son cada día más claras.
Los costos sociales de varias décadas de ajuste han puesto en
evidencia la no neutralidad, en términos de equidad, del
manejo de las variables económicas. Y al entrar a este terreno
surge la gran prioridad de la equidad de género, dado que es
imposible lograr una sociedad justa cuando existen desigualdades
evidentes entre un 50% de esa sociedad, las mujeres, y el otro 50%,
los hombres. Es necesario reconocer que estos costo