Cuando lo que fuimos configura posibles cambios revolucionarios

2006-06-27 00:00:00

La Globalización y los Agronegocios, las cadenas agroalimentarias y el
supermercadismo, reconfiguran a diario nuestras vidas, nos imponen nuevos
hábitos, cambian nuestros entornos, modifican los paisajes que conocíamos y
además, nos acostumbran a los cambios permanentes, cada vez más y más
acelerados, y terminamos aceptándolos como algo natural, propio de los tiempos
que corren. Nos olvidamos así, que cuando fuimos niños jugábamos a la pelota en
las calles que eran nuestras y no de los automóviles, que el lechero solía tener
las llaves de las casas y que entraba en la madrugada hasta las cocinas para
dejar su espumante maravilla en la lechera que la dueña le dejaba preparada
sobre la mesada. Y nos olvidamos también, que para las fiestas nos reuníamos
decenas y decenas de parientes en casas de patios grandes como ya no existen, y
en reuniones donde había liderazgos familiares que imponían pautas de
comportamiento, por ejemplo: “de política no se habla”… Hoy ya no pueden
nuestros niños jugar en la calle, ni tenemos casas de patios, no existen
liderazgos ni siquiera códigos de convivencia, ni habría necesidad de prohibir
el hablar de política, y además de todo eso y de tomar una leche que no es
leche, porque es apenas un jugo turbio reconstituido, además de todo eso,
creemos que debemos aceptar esos cambios porque todo ello configura una idea de
progreso a la que rendimos pleitesía…

Pues no, no es el progreso, y si lo fuera maldito sea el progreso… mejor
estábamos sin ese progreso que nos vendieron en mala, malísima hora. En verdad
nos han recolonizado, nos han recolonizado a mansalva… y nos han acostumbrado a
comer basura y a idolatrar los autos, nos han convencido que las comidas
chatarra engordadas con soya son buenas y que los autos que matan a nuestros
hijos son un avance de la modernidad y no reparamos en que nosotros viajamos
como ganado en colectivos y trenes privatizados y que las rutas tienen ya dos
“animitas”(1) por cuadra recordando los innumerables muertos de las autopistas y
de un tránsito enloquecido y sin contención alguna. En verdad, extraviado el
sentido común, vivimos en un universo de zonceras, y nos timan impunemente con
la publicidad y con las campañas de la industria cultural, y no tenemos siquiera
los viejos sabios que nos indiquen las trampas del camino…. Y escribimos esto
desde el asco interior que nos abruma, desde el rechazo total y desde el
cansancio de tanto discurso de pretendida progresía que apabulla, pero con el
que no comemos ni volvemos a tener patria como la tuviéramos alguna vez…

El mundo ha vivido hasta el presente en la matriz del petróleo. Todo lo que nos
rodea proviene del petróleo o ha sido construido con recursos provenientes del
petróleo. Esta, es sin duda la civilización del petróleo y no lleva más de
ciento cincuenta años desde que suplantó a la madera y al carbón de piedra.
Algunos anticipan que esta etapa puede durar tal vez treinta o cincuenta años
más, pero no más. No lo sabemos con exactitud, pero lo que es evidente, es que
el petróleo está cada vez más caro y que extraerlo de la tierra o del fondo de
los océanos, será cada vez más difícil. Pero hay además otros elementos a tener
en cuenta: por ejemplo, que la industria del petróleo no consume patentes,
porque todas han vencido debido a los años transcurridos. Tal vez por eso, las
corporaciones petroleras no son las que hoy manejan el mundo como fuera en la
época de la posguerra. Ganan mucho dinero, pero no alimentan el proceso global
de lo que se llama “el Poder del conocimiento”: los patentamientos, las
regalías, las nuevas marcas y la privatización de las tecnologías y de las
invenciones. En ese sentido son el pasado. El poder del pasado que se va
haciendo paulatinamente obsoleto y que pierde poder cuando como ahora, una nueva
matriz comienza decididamente a sobreponerse sobre nuestras vidas. Nos estamos
refiriendo a la matriz de la biotecnología. La soja transgénica, los organismos
vivos genéticamente modificados, la nanotecnología y los biocombustibles,
alconaftas y etanoles originados en la agricultura, son parte de la nueva matriz
que comienza a instalarse sobre el planeta con el decidido respaldo del Imperio
y de las mayores transnacionales conocidas tales como Monsanto y Cargill.

Argentina, en forma oficial desde los años noventa y seguramente desde bastante
antes, parece haberse definido decididamente por la nueva matriz tecnológica, la
de la biotecnología. No es tan sólo la opción por la soya y las semillas
transgénicas, no es tan sólo el modelo de país proveedor de forrajes, ni ha sido
solamente el compromiso de nuestra política exterior con los peores intereses de
las corporaciones y de la organización mundial de comercio, es también el
encolumnamiento de las principales instituciones científicas y tecnológicas de
la Argentina, así como de las Universidades, que comienzan a involucrar
crecientemente sus equipos de investigadores y sus presupuestos en estrategias
vinculadas a la biotecnología y que comprometen masivamente sus políticas con
las grandes empresas de semillas y de tecnologías vinculadas al agro y que
expresan a la nueva matriz.

Presentar la producción de biocombustibles originados en la agricultura como una
estrategia de crecimiento se halla en esa misma línea de opciones globales pero
también de creciente colonización cultural, a que nos ha conducido el poder de
los agronegocios. De hecho, en la Argentina, hemos optado por traspasar el
problema energético: del petróleo a la agricultura, dejando graciosamente en
manos de Repsol la exportación de lo que nos queda de petróleo y condenando al
hambre a las próximas generaciones. ¿Por qué decimos lo que decimos? Porque ese
petróleo que exporta Repsol, en manos argentinas y racionalizado con
inteligencia, bien podría permitirnos sortear la crisis energética planetaria
que se avecina, e ir más allá de ella gracias a nuestras propias reservas y
dándonos de esa manera el tiempo necesario para generar nuevas fuentes de
energía conque reemplazar el petróleo que se termina. Todo lo contrario, la
opción que se ha tomado de producir biocombustibles para el mundo desarrollado,
nos pone en la opción definitiva de sacrificar las tierras actualmente dedicadas
a producir alimentos para nuestra gente, tierras que serán inevitablemente
dedicadas a producir energía para mantener los niveles de alto consumo de los
países centrales. Lamentablemente, la falta de conciencia sobre las acciones
legislativas o de gobierno, no modifica sus inexorables consecuencias. Estas
decisiones las han tomado las corporaciones y el grueso de los políticos,
incluyendo a las cámaras legislativas, ignoran lo que han votado cuando han
votado leyes de promoción a la biotecnología y además se encuentran
desinteresados de toda reflexión al respecto. Vamos a condenar una vez más a
nuestra población para saciar hambres lejanas, no tan sólo ahora de las vacas
europeas y de los cerdos y de las aves de corral de China, tendremos que
condenar los argentinos al hambre para saciar el hambre de combustibles de los
motores de Europa y la ambición de los nuevos ricos de China de hacerse
propietarios de un vehículo automotor.

Volvamos entonces al principio de nuestro editorial. Aquellas calles que eran de
los pibes, con el carrito del lechero que visitaba nuestras casas y nos
entregaba leche fresca. Aquellas reuniones familiares en casas grandes con
huertas, frutales y gallineros al fondo, aquellos ferrocarriles argentinos y los
tranvías y trolebuses, aquellos ganados que pastaban forrajeras naturales, el
ir de compras al almacén o a la panadería y no a la góndola del supermercado, y
el tener un Estado nacional que velaba por la seguridad del conjunto de la
población y que garantizaba una niñez feliz y una vejez digna para todos los
argentinos… Aquello, era en verdad el progreso, el verdadero progreso si es que
lo hay. Hoy no solo es un recuerdo sino que también y desgraciadamente, es un
horizonte deseable para el común de nosotros, y si continuamos construyendo
ciudadanía como lo estamos haciendo desde el GRR con tanto éxito de toma de
conciencia en la población harta de tanta mentira, podría llegar a ser,
asimismo, un objetivo de lucha y una propuesta revolucionaria de cambio social.
Crece el sentimiento de que necesitamos imperiosamente un país con desarrollos
locales, independencia económica, soberanía alimentaria y justicia social.

(1) Altarcito propio del devocionario popular que indica el lugar de una muerte
violenta.

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- GRR Grupo de Reflexión Rural, Buenos Aires www.grr.org.ar,
www.resistalosagronegocios.info