La trampa del libre comercio

2005-04-28 00:00:00

Iniciamos el IV Encuentro Hemisférico de Lucha contra el ALCA dándoles la bienvenida en nombre del Comité Organizador cubano a los representantes de los movimientos sociales que protagonizan la campaña anti-ALCA y a todos los que de una forma u otra contribuyen a la derrota del proyecto estadounidense para la anexión y recolonización de América Latina y el Caribe. Nuestra mayor satisfacción es que puedan contar con adecuadas condiciones organizativas para que este Encuentro continúe la tradición de los 3 anteriores en cuanto a actuar como taller de trabajo donde afanosamente buscamos alcanzar esa otra América mejor en la que el ALCA, el neoliberalismo, las oligarquías sometidas y el dominio imperialista, sean no más que recuerdos del pasado.

Desde el Encuentro anterior efectuado en enero del 2004, han transcurrido quince meses de luchas entre los que quieren imponer el proyecto de anexión del gobierno de Estados Unidos y los que lo combatimos, porque deseamos una integración que tenga como protagonista a los pueblos y no al capital trasnacional.

En ese lapso han ocurrido importantes sucesos en la lucha contra el ALCA y también en planos más generales relacionados con la economía y la política de Estados Unidos y Europa, los cuales conviene examinar para extraer las conclusiones que nos permitan ser más efectivos en esta batalla contra un enemigo tenaz, poderoso y que no cesa de aplicar nuevas tácticas para imponer su esquema de dominación.

Comencemos por recordar que en diciembre de 1990 George Bush padre viajó por América del Sur para anunciar a tambor batiente un plan que más tarde se llamaría Área de Libre Comercio de las Américas y que al hablar ante el Congreso argentino dijo que sería “la nueva declaración de interdependencia de nuestro hemisferio….. el brillante amanecer de un espléndido mundo nuevo”.

Esta superlativa retórica de tiempos alegres para el imperio, cuando el ALCA, que todavía no se llamaba así, parecía indetenible debido al poderío estadounidense multiplicado por la fama del neoliberalismo triunfante, contrasta con la patética declaración de Colin Powell el pasado 6 de octubre de 2004 en un desayuno con 250 empresarios en la Cámara Americana de Comercio de Sao Paulo.

Cuando para todos era evidente que la meta de darle vida al ALCA en enero de 2005 era ya cadáver, el Secretario de Estado tuvo que decir la tontería de que “el Presidente George Bush está totalmente comprometido con la conclusión del ALCA, la que espera ver terminada al inicio de 2005”.

Enero de 2005 ya quedó atrás y el proyecto ALCA original, el de los 34 países, excluida Cuba; está empantanado y su futuro, sea como ALCA o ALCA “suave”, se inclina hacia la desaparición con penas y sin glorias.

Es una victoria para los que trabajamos por la derrota del ALCA, aunque una victoria parcial. En lenguaje militar diríamos que se ha ganado una batalla, pero todavía no la guerra.

Y es que el ALCA no es un simple Acuerdo de Libre Comercio, que se firma o no, sino una expresión de alta intensidad de un proyecto de dominación continental, un esquema para el saqueo sistemático de la región, una concepción sobre el desarrollo socioeconómico y sobre la soberanía y las funciones de los estados nacionales. El ALCA es el nombre con el que en cierta coyuntura aparece este proyecto, pero su contenido esencial adopta formas y procedimientos variados para imponerse, lo que obliga a una lucha múltiple e integral, para impedir que aun desapareciendo el ALCA de la escena, se imponga en la realidad el proyecto imperialista con otros rostros y nombres.

El proyecto ALCA de los 34 países sometidos a iguales disciplinas, está en crisis terminal, pero la estrategia del gobierno de Estados
Unidos para reforzar su dominio sobre América Latina y el Caribe, para integrar sus economías a la gran potencia como apéndice subordinado, para apoderarse del petróleo, el agua, la biodiversidad y explotar la fuerza de trabajo de la región, no ha desaparecido ni ha disminuido su agresividad.

La respuesta del gobierno de Bush a los complejos problemas mundiales es la militarización y la represión. La militarización se expresa en un gasto militar de unos 500 mil millones de dólares, que es más de la mitad del gasto militar mundial y que no obstante, no puede impedir un vergonzoso empantanamiento en Irak. Al mismo tiempo, la represión se proyecta incluso hacia el interior de Estados Unidos mediante una Ley Patriota que mutila severamente los derechos ciudadanos y refuerza la acción de un Estado policía que se justifica con el llamado combate contra el terrorismo.

En Irak se ha puesto en evidencia que Estados Unidos puede bombardear, invadir y arrasar países, pero no puede ganar una guerra. No basta con bombardear desde el aire con ostentoso derroche de superioridad tecnológica. Ganar una guerra implica ocupar un territorio, someter a la población derrotada y establecer cierto orden social y económico sostenible.

Esto no lo ha logrado Estados Unidos en Irak y lo que si ha logrado es contemplar el triste espectáculo del regreso a casa de unos 1 500 soldados en ataúdes. Están atrapados en el dilema del que no puede irse y tampoco puede quedarse.

En el pasado año 2004 y lo que ha transcurrido del 2005 destacan, en cuanto a la batalla entre los que quieren el ALCA y los que no lo queremos, el estancamiento de la negociación gubernamental del ALCA total, la incapacidad para definir siquiera el ALCA suave y las presiones del gobierno de Estados Unidos para avanzar en los Tratados Bilaterales o Plurilaterales de Libre Comercio.

Estos Tratados de Libre Comercio se promueven con los gobiernos más complacientes hacia Estados Unidos y es evidente su propósito de ir socavando la resistencia de los gobiernos que resisten, mediante el cerco y el aislamiento.

En ellos se ha manifestado una dura posición estadounidense que se ve facilitada por la negociación bilateral en la que la desigualdad de fuerzas es abismal, y que consiste en sostener que es un honor poder negociar un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y que para merecerlo es necesario presentar un buen expediente liberalizador. Ahora el Tratado de Libre Comercio no sería tanto un estímulo para liberalizar todo lo que Estados Unidos quiere, sino que para ingresar a él debe haberse liberalizado ya hasta donde le satisfaga a Estados Unidos, quien es además el que decide cuáles de los aspirantes merecen el premio.

Endureciendo más su posición, Estados Unidos ya no sólo quiere más neoliberalismo con el ALCA, sino que exige un inmaculado expediente neoliberal para conceder a sus satélites el privilegio de comenzar a negociar un Tratado de Libre Comercio.

La Administración Bush sigue aferrada a la tesis de que el remedio para América Latina y el Caribe consiste en dosis aún mayores de neoliberalismo aún más puro, y que los Tratados de Libre Comercio son el envase que contiene ese tónico infalible.

Pero, la aplicación del tónico neoliberal durante más de dos décadas se parece más a la ingestión de un tóxico que está produciendo terribles consecuencias socioeconómicas, las que conducen a estallidos sociales y ha provocado la caída antes de terminar sus mandatos, de 9 presidentes latinoamericanos de sólidas convicciones neoliberales en la última década y media.

El más reciente de ellos -Lucio Gutiérrez- había sido condecorado el pasado 11 de abril por el general Richard Myers, jefe del comando de las fuerzas armadas de Estados Unidos, por sus esforzados servicios que incluyeron otorgarle inmunidad a los militares estadounidenses en Ecuador. Su obediencia y fidelidad le habían hecho merecedor de estar negociando un Tratado de Libre Comercio con Washington.

Otros gobiernos de profunda fe neoliberal y ejemplar docilidad hacia Estados Unidos como los de México y Nicaragua enfrentan gravísimas crisis. En México por el intento de anular la candidatura del aspirante con mayor apoyo popular y en Nicaragua, donde el gobierno está empleando una sangrienta represión contra el pueblo.

En Uruguay la obediencia al amo imperial y a la liberalización, condujo a la victoria del primer gobierno de izquierda en más de un siglo, en lo que fue otra ruptura del frente de dominio neoliberal y pro-ALCA en la región.

El tóxico neoliberal ha producido efectos devastadores que no es necesario repetir en detalle. Baste recordar que en lo más reciente, el año 2004 fue considerado por los analistas convencionales como año de recuperación del crecimiento porque América Latina creció 5,5%.

Esa mejoría no es más que patética porque los avances consistieron en disminuir el número de pobres de 224 a 222 millones y el desempleo de 10,7% a 10%. Pero América Latina sigue siendo la región del planeta con la más injusta distribución del ingreso, arrastra una deuda externa de 723 mil millones de dólares que mantiene a los países en constantes renegociaciones bajo las reglas y la condicionalidad del FMI, tiene al 60% de sus niñas y niños sumidos en la pobreza, 53 millones de sus habitantes padecen hambre, y son analfabetos 42 millones de latinoamericanos.

El ALCA y los Tratados de Libre Comercio ni siquiera mencionan a la deuda externa. La propaganda del libre comercio evade este tema, pero su importancia es de tal magnitud que no puede hablarse con seriedad del desarrollo económico y social o de la integración latinoamericana sin una solución a este crucial problema.
El silencio sobre la deuda externa implica que ningún Tratado de Libre Comercio de los que hoy se proponen o se negocian se propone enfrentar los verdaderos retos para el subdesarrollo, la inequidad social y la pobreza. En ellos el libre comercio no es más que la frase engañosa tras la que se encuentra el interés real en la liberalización financiera, la libertad al movimiento del capital y en un comercio que no es ni ha sido nunca libre y que su nombre verdadero es el de intercambio desigual.

Entre 1995 y 2004 mientras tenían lugar las largas y estériles negociaciones sobre el ALCA, mientras nueve grupos de negociación trataban de resolver la cuadratura del círculo y descifrar la filosofía del “ALCA light”, la América Latina pagó como servicio de su deuda externa 1 millón de millones 554 mil millones de dólares , a un ritmo de desangramiento promedio anual de 155 mil millones de dólares.

La enorme suma entregada sólo en los últimos diez años es más del doble que la deuda latinoamericana actual. El siniestro mecanismo que conduce a pagar más para tener una deuda creciente y eterna, es el primer responsable del subdesarrollo, la pobreza y los repetidos fracasos de la integración regional.

Es imposible que puedan integrarse economías que viven en permanentes renegociaciones de deuda y que antes de emprender acciones de integración regional, deben cumplir con los “ajustes” del
FMI que desajustan del todo la posibilidad de avanzar en políticas y proyectos comunes. Cada país endeudado suscribe compromisos en los que se definen porcentajes de superávit fiscal, cronogramas para el cumplimiento de las metas puestas por el FMI y otras muchas cosas.

De ese modo, cada país recibe su plan de ajuste que no es más que el permiso para acceder a otra próxima renegociación, y se crea un variado mosaico de planes de ajuste que constituyen el centro rector de la política económica e impiden cualquier política común. En tiempos de crisis financieras muy frecuentes que los gobiernos intentan remediar con ajustes recesivos desincronizados y dictados por el FMI, las políticas comunes y la integración regional misma se hacen retóricas.

Al ignorar el tema de la deuda externa, el ALCA y los Tratados de Libre Comercio pretenden convertirnos a todos en avestruces que en tanto repiten las alabanzas a la liberalización, entierran las cabezas en la arena para no ver el principal y enorme obstáculo.

Es necesario recordar de nuevo, a propósito del libre comercio que promete el acceso al gran mercado de Estados Unidos, que la realidad de esa economía demuestra lo contrario de lo que el discurso promete.

En el año 2004 el déficit comercial de Estados Unidos implantó un nuevo record histórico de 617,700 millones de dólares. Este enorme déficit es uno de los factores que provoca la desconfianza en el dólar y es evidente que no es sostenible indefinidamente.

A la economía que realmente funciona en Estados Unidos le interesa exportar hacia cualquier mercado con alguna capacidad de compra. Le interesa abrir y penetrar mercados externos por cualquier medio y evitar la competencia extranjera dentro de su mercado, para lo cual dispone de un verdadero arsenal de medidas proteccionistas para los productos agrícolas, el acero, los textiles y otros muchos productos protegidos por subsidios, apoyos internos a la producción, barreras técnicas al comercio, medidas anti-dumping, disposiciones fitosanitarias y muchas más.

El libre comercio es la frase de moda y es también el centro de una de las más grandes manipulaciones mediáticas, junto a otras frases como derechos humanos, lucha contra el terrorismo, democracia representativa, etc.

En los años 90 la resistencia de los movimientos sociales fue contra el modelo neoliberal, que entonces se asociaba con los “planes de ajuste estructural” del Fondo Monetario Internacional, cálidamente apoyados por el Banco Mundial.

Ahora enfrentamos la “ola del libre comercio” que ha rebasado con mucho el significado tradicional del término libre comercio y que hoy significa no sólo y no tanto comercio, sino la proyección global
de una estrategia de dominación imperialista que utiliza al neoliberalismo como su modo de ser, y que se ramifica y extiende constituyendo un paquete integrado.

Hoy, cuando escuchamos el término libre comercio en labios del gobierno de Estados Unidos, del G-7, del FMI, del BM, esto significa mucho más que comercio e incluye el ALCA y las negociaciones de la OMC, los Tratados Bilaterales y Plurilaterales de Libre Comercio y de Inversiones, los Acuerdos Regionales como el Plan Puebla Panamá, el Acuerdo Andino sobre Comercio y erradicación de drogas, los planes de militarización y represión como el Plan Colombia, la instalación de bases militares y la deuda externa.

Para el paradigma neoliberal el problema es bien claro y simple: a mayor liberalización comercial, mayor crecimiento económico, reducción de la pobreza y progreso general. Según él, sólo en un comercio genuinamente libre, el mercado funcionará de modo perfecto, hará las mejores asignaciones de recursos y establecerá la especialización óptima para cada país. Para que el mercado funcione de modo perfecto, nada debe perturbar su libre accionar. El estado debe sacar sus manos del comercio y de la economía en general para dejar que el mercado y las ventajas comparativas decididas por él, lo resuelvan todo de la mejor manera posible.

No es más que la vieja teoría liberal que se remite a Adam Smith y “Las Riquezas de las Naciones” en 1776, ahora maquillada con modelos econométricos, y sofisticada retórica pero con las carencias que desde su origen tuvo y no ha podido borrar, esto es, ventajas comparativas estáticas concebidas para que el libre mercado las profundice y haga eternas, combinación de recursos y factores también estáticos en un mundo de pequeñas empresas en el que ninguna podría tener ventajas decisivas sobre otra en cuanto a información, financiamiento o tecnología. Un mundo sin empresas transnacionales, con un comercio internacional casi exclusivamente de bienes, sin monopolios de propiedad intelectual, sin comercio intrafirma ni cadenas corporativas gigantescas que controlan dentro de su circuito desde la siembra de café hasta su comercialización final. Un mundo sin las realidades determinantes del capitalismo contemporáneo y por tanto incapaz de explicar lo que ocurre, pero al que los neoliberales invocan siempre como suprema raíz de la ciencia económica.

No es posible olvidar que el libre comercio al nacer como teoría con Smith adjudicó a Estados Unidos una creciente prosperidad basada en su agricultura. Debían ignorar las manufacturas industriales y aprovechar su ventaja agrícola mientras importaban manufacturas británicas. Pero, personajes de gobierno en Estados Unidos como Abraham Lincoln hicieron todo lo contrario y podrían ser hoy calificados por la retórica liberalizadora del gobierno de Bush como horribles proteccionistas porque pusieron al gobierno a jugar un papel activo en modificar la ventaja comparativa estática y crear otras ventajas que hicieron a Estados Unidos abandonar su papel como país agrícola.

Para los países subdesarrollados el libre comercio es otra cosa bien distinta.

Para Eduardo Galeano “la división del trabajo entre las naciones consiste en que unas se especializan en ganar y otras en perder”. Examinado con objetividad el comercio internacional cumple hoy varias funciones en el sistema imperialista de dominación.

Esas funciones son: instrumento de dominio en favor de los países ricos, factor de acentuación y perpetuación de desigualdades e inequidades y escenario de una virtual guerra por controlar los mercados actuales y los del futuro.

Incluso más: el libre comercio ni es libre ahora ni lo ha sido nunca, ni es ya siquiera comercio de acuerdo al concepto clásico de éste, ni su práctica genera crecimiento económico per se, ni reduce la pobreza, ni reparte “beneficios mutuos” entre las partes que comercian.

En 1963 Che Guevara diría: “¿Cómo puede significar beneficio mutuo vender a precios de mercado mundial las materias primas que cuestan sudor y sufrimiento sin límites a los países atrasados y comprar a precio de mercado mundial las máquinas producidas en las grandes fábricas automatizadas del presente”? También pertenece a Che Guevara esta exacta definición del libre comercio: “libre competencia para los monopolios; zorro libre entre gallinas libres”.
Por desgracia, casi todo el Sur se ha tragado la píldora del libre comercio. No pueden los voceros de la apertura comercial acusar de rebeldía o siquiera de falta de cooperación a buena parte de los gobiernos de países del Sur en los años del neoliberalismo en auge.

Siguiendo la prédica del G-7 hicieron un desarme arancelario y en general, una apertura comercial más rápida y profunda que la realizada por los mismos padres de la propuesta. De allí resultan realidades tan absurdas que causarían risa si no tuvieran un significado tan doloroso para los pueblos.

Dieciseis países de África Subsahariana tienen economías más abiertas que la de Estados Unidos, pero no le quitan el primer lugar a América Latina (insuperable discípula neoliberal) que tiene 17 países en esa condición.

El liderazgo mundial lo tiene Haití. Reúne varias cualidades que revelan una coherencia impresionante. Es el país más pobre del hemisferio occidental y uno de los más pobres del mundo. Su pobreza es antológica, dolorosa y cruel.

Pero desde 1986 Haití alcanzó el galardón como economía totalmente abierta, según clasificación del FMI. Ha recibido cálidos elogios por su ejemplar voluntad aperturista.

Es un ejemplo irrefutable de que la obediencia al modelo neoliberal de libre comercio es incapaz de resolver la pobreza y el subdesarrollo.

Noam Chomsky, refiriéndose al ALCA sintetizó lo esencial del proyecto imperialista, al expresar: “No se trata de un área de libre comercio. Los que están enfrascados en su diseño no están a favor del libre comercio. Si lo estuvieran, todo se podría recoger en un documento de una solo página. Sin embargo, de lo que se trata es de una serie de documentos muy detallados que son una combinación de liberalización con proteccionismo, que de hecho en su mayor parte no se refieren a nada que pueda considerarse comercio. Más bien digamos que se busca introducir cosa como precios monopólicos de los productos, de los propios medicamentos. Por ejemplo, las