Ella

2005-01-12 00:00:00

Ella era una niña indiferente, que trabajaba con su papá en la
labranza, en trabajos pesados para cualquier ser humano, más aún
para ella, con sus 10 años. Un día se cansó y resolvió buscar
otros destinos. Entró en un convento, creyendo que podría huir de
aquellos tormentos cotidianos.

Una mañana, un Padre la invitó a acompañarlo, porque él iba a
celebrar una misa en un lugar muy especial. Ella se vistió, se
arregló y siguió al Padre. Era un campamento de los trabajadores
sin tierra. La niña se enamoró de aquella gente, de aquella vida,
de sus escuelas, su trabajo, su lucha. No acompañó al padre de
vuelta al convento. Se quedó allí mismo.

Se quedó y se convirtió en una sin tierra. O mejor dicho, en una
participante de la lucha de los trabajadores sin tierra por la
tierra para todos, por la escuela, por el rescate de su identidad,
de su cultura, de su dignidad. Ella se quedó, pasó a estudiar, a
trabajar y a participar en sus luchas.

Después de seguir los estudios básicos, ella se presentó al
vestibular (examen de admisión a la universidad) y pasó a hacer el
curso de Derecho. Se casó con un trabajador sin tierra, los dos
tienen una linda niñita. Un día yo la encontré en un aeropuerto
internacional de Brasil, regresando de Europa, donde había ido,
muy orgullosa, representando al MST.

Es uno de los tantos casos de rescate de la dignidad de brasileños
logrado con la lucha de los trabajadores sin tierra. Y, sin
embargo, ellos suelen ser tratados por los medios de comunicación
como si fuesen portadores de violencia y no víctimas, portadores
del caos y no de la esperanza, de arbitrariedad y no de
escolaridad. Son criminalizados, cuando deberían ser reconocidos,
exaltados y recibir la gratitud de la sociedad y del Estado
brasileños, por haber rescatado de la miseria, del abandono, de la
ignorancia, a centenares de millares de personas.

Personas que morían anónimamente, en el abandono, sin tierra, sin
dignidad, sin esperanza, encontraron en el movimiento el espacio
para transformarse en ciudadanos, una condición que les fue negada
durante siglos por el Estado y por las elites dominantes. Son
personas como aquella niña, como millones que todavía sobreviven
en la penuria, sometidos a la violencia y a la arbitrariedad del
poder de los grandes propietarios de tierras y, mas recientemente,
de las grandes empresas exportadoras.

Muchas son personas que huyeron de ese infierno para venir a
sobrevivir pésimamente en la periferia de las grandes metrópolis
brasileñas, abandonadas, marginalizadas, discriminadas. Pero que
encontraron en los campamentos un lugar para trabajar, para
estudiar, para vivir dignamente.

Se puede decir que ese movimiento contribuye a la humanización de
los brasileños pobres del campo como ninguna otra institución,
estatal o no, lo haya hecho. Debe tener el reconocimiento de
haber sacado a la superficie el sordo conflicto social, de forma
organizada, consciente. De haber traído hacia la ciudadanía a
millones de brasileños, de niños, de mujeres, de ancianos, que
comenzaron a poder leer, a poder entender las raíces de las
injusticias que sufrieron decenas de millones de brasileños desde
que fuimos invadidos por los colonizadores, hace más de cinco
siglos.

El MST alfabetizó más gente en el campo que todos los programas
oficiales de alfabetización. Su sistema educativo incluye 1900
escuelas (léase bien: 1900 escuelas), en las que estudian 160 mil
niños/as y adolescentes y trabajan 4 mil profesores. Dos mil
alfabetizadores trabajan con jóvenes y adultos. Hay 10 cursos de
formación de profesores, entre otros.

Un millón de personas viven, trabajan y estudian en los
campamentos rurales. Producen sin agrotóxicos, preservan las
semillas naturales, organizan cooperativas, comercializan sus
productos, apoyan a los que todavía luchan por la tierra.

Ese trabajo de rescate tiene que ser reconocido y apoyado, al
contrario de descalificado, tiene que ser divulgado, en vez de ser
difamado, tiene que ser extendido y de ningún modo reprimido.
Visitar los campamentos de los sin tierra es una de las
experiencias mas extraordinarias que podemos tener hoy en Brasil,
recomendada incluso –y hasta especialmente- para aquellos que
tienen prejuicios respecto al MST.

El MST cumplió 20 años. Su historia tiene que ser conocida por
todos, tiene que encontrar en los medios de comunicación los
espacios que permitan a los brasileños/as conocer cómo viven, se
educan, trabajan y afirman su identidad los trabajadores del
campo, sus familias y sus hijos. Para que muchas y muchos –como
aquella niña indiferente- puedan escoger su destino, vivir con
dignidad y encontrar el camino de su emancipación. (Traducción
ALAI)