Ecos del IV FSMM Quito 2010
Derecho al Arraigo
Cuando me tocó intervenir en el panel “Migración: Desarrollando la integración de los pueblos”, aproveché la oportunidad para introducir el tema del Derecho al Arraigo y comencé señalando que, si revisábamos cuidadosamente el importante programa del IV FSMM, no encontraríamos mención alguna sobre el Derecho al Arraigo, salvo la referida al reclamo del Pueblo Palestino por el derecho de volver a su tierra.
Desde hace bastante tiempo, venimos sosteniendo desde “El Grito de los Excluidos” en Argentina, de la trascendental importancia que tiene el Derecho al Arraigo para nuestros pueblos, como también para el tema migraciones, si es que se desea tener una mirada total sobre la problemática que nos ocupa. Confesé que no habíamos tenido hasta ahora mucho éxito, no habíamos logrado introducirlo en el Foro anterior y recién en el documento del Grito de los Excluidos Continental, que diéramos a conocer en esta oportunidad, se lo incluyó entre los ejes relevantes de los temas a considerar. Decíamos también, que solo el esfuerzo y la constancia de nuestra compañera del Grito en Argentina Susana Merino, editora responsable de nuestro Boletín Quincenal, en donde en alguna oportunidad publicara el texto que a continuación compartiremos, hizo que continuáramos perseverando en la defensa de este derecho verdaderamente humano.
Pero antes debo reconocer, que ahora de alguna manera comenzó a señalarse el tema del derecho al arraigo, cuando Luiz Bassegio habló en nombre del Comité Internacional del Foro y al día siguiente en el Coliseo de la PUCE, Alberto Acosta al exponer en el primer Seminario Central del Foro al hablar sobre “Crisis globales y flujos migratorios”. Cuando afirmó que “.... es bueno el derecho a migrar, pero mejor es garantizar la permanencia de los pueblos en su territorio”.
Comenzábamos con el siguiente relato...
Un médico hondureño de familia aborigen contaba en un relato que su abuela solía decir que el hombre es del lugar adonde entierran su cordón umbilical y que el suyo había sido enterrado junto a un árbol típico de la región, lo que de alguna manera claramente significa el arraigo del ser humano a su lugar de origen.
La mayor parte de las migraciones son desde siempre producto de la miseria, agravada en nuestros días por el acoso del hambre, de la falta de fuentes de trabajo y de mínimas perspectivas de supervivencia que impulsan a individuos, familias y hasta comunidades enteras a buscar la subsistencia lejos de la propia tierra. Pero nadie se esfuerza por encontrar respuestas humanamente aceptables a una situación cuyas causas de ser coherentes con sus principios nuestra civilización judeo-cristiana debería condenar severamente y tratar de revertir.
Por el contrario antes de buscar los medios para solucionar los problemas en su origen, antes que en remediar las causas de las que son principalmente responsables, los políticos y los gobiernos se centran en atacar las consecuencias que les son incómodas y para ello sí no escatiman esfuerzos.
Tal el caso la creación en 2004 en Europa de una sofisticada fuerza policial denominada Frontex, cuyo objetivo es vigilar con sus 115 barcos, sus 27 helicópteros, 21 aviones. 400 radares y sus instrumentos de visión nocturna, vigilancia y comunicaciones toda tentativa de “inmigración ilegal” como si los seres humanos pudieran ser considerados como productos de contrabando, en lugar de dirigir esos esfuerzos económicos a resolver sus bien conocidas causas y no sus no deseados efectos.
Esa políticas junto a la Directiva retorno no hace mucho aprobada por el Parlamento europeo condena a la expulsión a los inmigrantes que sorteando los más duros escollos logran ingresar al continente europeo y que más que castigos merecerían lauros como los deportistas que con menores riesgos para sus vidas triunfan en las carreras de obstáculos.
Con un cinismo mayúsculo los países del hemisferio norte eluden la responsabilidad que les cabe en la expoliación de las riquezas de los países que se convierten así en expulsores de población, en las políticas de ajustes estructurales, en los tratados de libre comercio cuyas condiciones es harto sabido son por lo general simplemente expropiatorias. La experiencia europea de los años 60 y 70 puede ser un ejemplo, sin embargo, de cómo la voluntad política puede revertir esa afluencia inmigratoria. La oleada hacia la Europa industrializada fue en el caso de España de dos millones y medio de españoles que se vieron forzados a cruzar los Pirineos en busca de un bienestar que no podían encontrar en su tierra. Sin embargo este proceso pudo ser revertido cuando la CE resolvió crear un Fondo de ayuda que permitiera equilibrar las diferencias económicas entre los países miembros. Esta decisión permitió que los españoles pudieran regresar con gran beneplácito a su solar nativo.
Nunca o casi nunca el tema de las migraciones ha sido analizado desde el punto de vista del ser humano persona o de los grupos humanos impulsados a migrar, cuyo alejamiento forzoso de la tierra natal, de los afectos cotidianos, de su cultura tradicional agrega un componente dramáticamente doloroso e injusto.
En nuestro país y en América Latina las tendencias migratorias tienen fundamentalmente su origen en la falta de políticas, espontáneas o inducidas, que estimulen la permanencia de los habitantes en sus regiones de origen, ya sea mediante apoyos estatales a la producción agrícola, a su diversificación o a la generación de fuentes de empleo locales orientados a la industrialización de dicha producción y a su consiguiente inserción comercial en los circuitos de distribución internos e internacionales.
Por el contrario los actuales procesos agroindustriales tendientes a la concentración de la tierra y de la producción en pocas manos ha acrecentado la tendencia migratoria hacia los centros urbanos y es la principal causa de formación de los cordones periurbanos de indigencia extrema en los que la mayoría de sus habitantes pasan a integrar la economía sumergida olvidando su dignidad y sus derechos.
Los migrantes han sido siempre, y siguen siendo producto de duras e injustas condiciones de vida pero en las que también ocupaban un lugar, el medio natural que les vio nacer y al que estuvieron ligadas sus primeras vivencias, los lazos de amistad anudados durante la juventud, los afectos familiares, el ambiente en que se fue modelando su vida moral, intelectual, espiritual, sus raíces en definitiva, que nada ni nadie puede reemplazar. Migrar no solo es renunciar a esas vitales bases espirituales sino imponer a los que se quedan castigo similar privando a los hijos del fecundo aliento de los mayores y a los mayores del renovado impulso de los más pequeños. Emigrar debe ser fundamentalmente una elección individual, personal, meditada y nunca una huida desesperada hacia un futuro incierto, aleatorio y en la mayor parte de los casos seguramente no deseado.
En la mayor parte de los foros y reuniones internacionales en que se debate el problema de las migraciones se suelen tratar los problemas que se le presentan al inmigrante en el país de acogida.
Su masiva presencia genera en las poblaciones locales intolerancia, recelo, desprecio, desconfianza y hostilidad ya sea de carácter cultural o laboral que suelen convertir al inmigrante en una especie de “chivo expiatorio” de todas las calamidades que pudieran manifestarse en el seno de la comunidad. En casi ninguno o creo que ninguno se destaca lo inadmisible de tener que aceptar pasiva y compulsivamente entre dos únicas opciones, emigrar o perecer o lo que es aún peor perecer emigrando como sucede en los cayucos que frecuentemente naufragan en las peninsulares costas del Mediterráneo o en las proximidades de las islas Canarias.