Colombia: La invasión de nuestro imaginario
La estrategia de gobernantes y de poderosas multinacionales de armas, de hidrocarburos, de alimentos y de extracción de minerales consiste en propiciar e implementar la guerra como una forma de control y apropiación de los recursos naturales de distintos países. Esto lo logran a través de diversas maniobras, algunas ágiles otras perversas.
Muchas estrategias han sido recopiladas durante el desarrollo de las guerras mundiales y de conflictos armados entre países. Éstas las han perfeccionado mediante mecanismos más sofisticados como el uso de tecnologías y espionaje, hasta métodos psicológicos de presión, represión y tortura. También mediante inteligencia que permite conocer y realizar análisis profundos a los territorios utilizando mecanismos psicológicos y de propaganda.
La difamación y el desprestigio, por ejemplo, han permitido a los EEUU aumentar su presencia militar e invadir a otros estados. Hay diversidad de ejemplos, cabe mencionar la invasión a Irak bajo la excusa de existencia de armas de destrucción masiva, una mentira que disfrazó los verdaderos intereses encaminados al robo de las reservas de petróleo. Lo mismo pasó en Afganistán donde se precipitó la invasión militar con el fin de “exterminar el terrorismo”. En realidad lo que se ha hecho es acabar con pueblos enteros, si no físicamente sí con su dignidad y su soberanía.
La combinación de presión psicológica y propaganda incita a estados y sociedades que no hacen parte de los conflictos a que se involucren en la guerra. Son métodos aplicados a través de ideologías ficticias y confusas para crear escenarios de “compromisos” aparentes por la seguridad. Esto supuestamente busca la defensa del bien común para obtener el apoyo y respaldo a políticas implementadas por gobiernos y por empresas transnacionales.
Estas políticas no se dan a conocer y es difícil identificar el paquete de planes diseñados y el conjunto de métodos que se utilizan con el objetivo de persuadir a la gente.
En algunos casos como en el convenio militar firmado entre el gobierno de Colombia y el de Estados Unidos para la instalación de siete bases militares en Colombia, se recurre a diversidad de mentiras repetidas una y otra vez para que tengan la apariencia de verdad. El aparato de propaganda repite constantemente que estas bases tienen el objetivo de acabar con la guerrilla y luchar contra el narcotráfico pero oculta el interés del gobierno norteamericano de tener mayor incidencia política y militar en la región.
Estas políticas bélicas son presentadas por los medios de comunicación (y por otros sistemas de propaganda) como un modelo de desarrollo para la gente más pobre de cada país. Por eso cuando se refieren a la política del “Plan Colombia” hablan de seguridad, prosperidad y oportunidad para los campesinos e indígenas. En realidad, políticas como el “Plan Colombia” o la “Seguridad Democrática” lo que buscan es proteger a un limitado número de empresas que quieren explotar los recursos naturales del país.
A estas políticas militaristas se le suma otra serie de políticas que les facilitan aún más a las empresas sus intereses de explotación. Nuevamente la propaganda a favor de estas políticas se encarga de convencer a la gente que los beneficios que se otorgan a las grandes empresas representan desarrollo para los pueblos y que quienes resisten para exigir respeto a las poblaciones antes que a las empresas están promoviendo el atraso económico. Esta es otra mentira repetida con frecuencia para darle la apariencia de verdad.
Por eso es importante entender el mecanismo de la propaganda. La suma de estrategias, mensajes, ideas y herramientas encaminadas en implantar una doctrina o un pensamiento único es lo que se conoce como propaganda. Esto se hace a través de los medios de comunicación pero también a través de otros medios, por ejemplo, las iglesias, las políticas públicas, el sistema educativo y muchos más.
La propaganda dirigida por las empresas que controlan el mundo lleva a la gente a pensar que el camino para llegar a la felicidad es el consumo. Por eso muchos anhelan acumular riquezas para comprar productos que no necesitan pero que les dan prestigio social. Ropa, calzado, alimentos, vehículos, electrodomésticos son diseñados primero para satisfacer egos antes que para satisfacer necesidades. La misma propaganda hace ver a los productos hechos por comunidades como inseguros, inservibles o de menor valor.
La propaganda que se utiliza en Colombia por parte del gobierno y de los grupos con grandes intereses económicos tiene diversos objetivos. El primero de ellos es hacerle creer a la gente que las políticas que se hacen benefician a los pobres y a las pequeñas empresas, cuando en verdad benefician a los terratenientes y a los grandes empresarios. Un ejemplo claro es el TLC, el cual es negociado en nombre de la población rural colombiana pero sin su aprobación, puesto que –bien saben ellos- representaría su destrucción. Sin embargo es presentado a la opinión pública como un paso necesario en la economía colombiana con unos –según el gobierno- menores daños colaterales, como la ruina del sector lechero.
El segundo objetivo es promover la idea de que es necesario el incremento del gasto y la ocupación militar para defender a la gente de los ataques de la guerrilla. La verdad es que la violencia se ha recrudecido desde que la presencia militar ha aumentado. Las cifras de disminución de secuestros justifican esta propaganda, sin embargo ocultan el incremento de los asesinatos, las desapariciones, las amenazas y el desplazamiento. Además, la confrontación bélica se presenta como un medio para defender a la gente en sus territorios cuando lo que pretende es expulsarla de estos. Como bien lo dice Héctor Mondragón “en Colombia no hay desplazamiento porque hay guerra, hay guerra para que haya desplazamiento”.
El tercer objetivo es deslegitimar a las personas, los procesos y los gobiernos que piensen diferente al de Colombia relacionándolos con las Farc. Las luchas sociales, las marchas de indígenas, las protestas de los trabajadores son vinculadas con este grupo guerrillero para desprestigiarlas. Lo mismo sucede con sindicalistas, activistas, periodistas y académicos. Para legitimar esta estrategia se utilizó y se sigue utilizando el computador del abatido guerrillero Raúl Reyes.
El cuarto objetivo de la propaganda en Colombia consiste en distraer a la gente poniéndola a pensar en cosas inútiles para que no tengan tiempo ni ganas de pensar en situaciones que afectan sus vidas. Se le da una importancia injustificada al espectáculo, a la moda o a las telenovelas para restarle importancia a información útil que ayude a los pueblos a entender mejor su realidad. La gente tiene el derecho y el deber de entretenerse, pero en Colombia el entretenimiento masivo se utiliza para distraer, engañar y embrutecer.
Sin duda alguna la propaganda como estrategia tiene muchos objetivos más. Por eso es importante interpretar la realidad más allá de la que nos presentan sobre todo los medios de comunicación. Hay que aprender a buscar la información, a escuchar a los que por tanto tiempo los han silenciado para construir nuevas formas de percibir nuestra propia realidad.
Es claro que el actual modelo está en crisis, la Madre Tierra está siendo destruida, los gobiernos continúan sirviendo a un absurdo modelo consumista que arrasa pueblos, culturas y recursos. Es hora de escuchar otras voces. Recurrir a la sabiduría ancestral de los pueblos indígenas para aprender a vivir en armonía con la naturaleza. Liberar el territorio del imaginario que la propaganda ha invadido para reconocer de una vez por todas quiénes nos están engañando y para qué nos están matando.