Colombia: Amnesia colectiva
“…Eso es una ley de injusticia, de impunidad. Porque esa ley, lo que quiere es favorecer a los victimarios, no a las víctimas. Exigimos que la ‘justicia terrenal’, que nos cobija, haga algo no solamente por la masacre del Naya, sino por todas las masacres y muertes selectivas que ha habido en el Cauca y Colombia. En cuanto a perdonarlos a ellos, yo creo que con el hecho de nosotros no volvernos violentos, estamos dando una señal de paz…” Testimonio de una sobreviviente de la masacre del Naya, rechazando la ley de justicia y paz.
Han pasado diez años de cometida la masacre del Naya. Diez años de dolorosas historias de víctimas opacadas por los medios, de cínicas y escabrosas declaraciones de “HH”, del “Alemán” y de los otros señores de la motosierra (ellos sí, protagonistas de las primeras páginas de los periódicos y a quienes se les hace apología hasta en las telenovelas). Diez años de impunidad y desarraigo. Diez años de amenazas a quienes reclaman justicia y reparación. Diez años de amnesia.
No es suficiente conocer el contexto de nuestro país o trabajar con una organización que haga denuncias. Creemos que desde la comodidad de nuestras casas estamos haciendo algo recordando los hechos sólo cuando los medios nos los recuerdan. La verdad es que cuando se trata del dolor del otro, no tenemos memoria. Cuando dejamos en el olvido el dolor de nuestros hermanos, nos estamos olvidando de nosotros mismos, de nuestra propia consciencia, de nuestra capacidad de exigir que se cumplan los derechos de todos, de sentir que estamos en este mundo para que todos podamos vivir con justicia y libertad.
Los procesos de lucha que adelantan los pueblos indígenas de diferentes rincones de Latinoamérica en defensa del territorio están siendo gravemente vulnerados. Agredidos por las políticas de los gobiernos que benefician al capital transnacional y en contra de sus propios Planes de Vida, sufren un proceso de exterminio que no sólo los afecta a ellos sino a toda la humanidad.
Estas comunidades que defienden la vida y que protegen los recursos naturales, son señaladas y asesinadas por parte de todos los grupos armados que invaden sus territorios. Las excusas que se utilizan cambian según el país. En Colombia la que utilizan es la guerra contra el narcotráfico y el terrorismo. Lucha que facilita la entrada de las multinacionales para sembrar terror y desplazamiento. Así como está sucediendo en el corregimiento La Toma, Suárez en el departamento del Cauca. Son cientos de familias las que están siendo desalojadas para que pueda entrar a explotar la multinacional Anglo Gold Ashanti.
Quienes tienen la conciencia para entender la situación y denunciarla son víctimas de la cobardía que los silencia. Así sucedió con Alex Quintero, quién sin temor denunció los verdaderos intereses que se ocultaban detrás de la masacre del Naya. Ese ataque a la verdad se hizo contra todo el proceso organizativo y contra todas las comunidades que luchamos por vivir. Alex, otra víctima más a la cual el pueblo colombiano ya se ha acostumbrado. Una nueva familia que se viste de luto que pronto será olvidada para darle paso a las nuevas víctimas que pronto llegarán. La memoria a las cual nos acostumbramos pertenece a la inmediatez. Los señores de la guerra se han adueñado hasta del territorio de nuestro imaginario, haciéndonos olvidar fácilmente el terror de ayer por estar pensando en el que llegará mañana.
Esta amnesia colectiva es el resultado de la falta de conciencia. Todavía no entendemos el contexto que vivimos, y aún más grave, desconocemos nuestros derechos. Pensamos que el plan de ocupación integral que se vive en todo el territorio Colombiano no tiene nada que ver con los ataques que se ciernen contra la justicia indígena. Las leyes internacionales que se han creado para los pueblos indígenas, son leyes que defienden la vida de todos los pueblos, porque la madre Tierra es de todos. Los asesinatos y demás atropellos a nuestras comunidades y a otras cometidas en el país y el continente, deben ser para nosotros un llamado a no caer en el olvido o en la indiferencia.
No debemos pensar que los asesinatos, la firma del TLC, el desplazamiento o la falta de oportunidades para estudiar y trabajar, son hechos aislados entre sí que no nos afectan. Directa o indirectamente, cualquier atropello en contra de la dignidad de cualquier pueblo representa un atentado en contra de la vida toda. Por eso debemos acostumbrarnos a sentir el dolor del otro, a buscar conjuntamente la libertad y a exigir el respeto de todos los derechos de todos los pueblos. Acostumbrémonos a ser todos en uno solo.
A los lecheros los van a dejar en la miseria por culpa del TLC con la Unión Europea. A las comunidades del Chocó, del Cauca, de Nariño, de Antioquia y de muchas otras partes las desplazan para adueñarse de sus territorios. Están asesinando a los líderes comunitarios de todo el continente. El conflicto armado se agudiza en donde hay riquezas naturales. Se privatizan las empresas estatales de salud y educación. Esto sólo por mencionar algunos hechos. Ante ese panorama es necesario no quedarnos como espectadores. Es cierto que el terror en todas sus formas avanza pero es necesario que los pueblos no nos dejemos ocupar por el miedo y aprendamos a resistir por la vida.
Si nos escuchamos, si nos organizamos, si construimos una gran minga de todas y todos podemos lograrlo. Si convocamos la articulación de los procesos de resistencia pacifica para rechazar la ocupación militar en nuestros territorios con estrategias concretas de resistencia y expulsión de los actores armados. Si, sobre todo, las bases populares se informan y se sensibilizan de la situación de riesgo en que están la Madre Tierra y la vida. Si dejamos de olvidar lo que el mundo inmediatista nos dice que olvidemos. Así, conservando la memoria de los pueblos y actuando en consecuencia de nuestras propias decisiones y desafíos, podemos curarnos de esta amnesia colectiva que nos está matando.