Colombia: El llanto de este país enfermo
En el norte del Cauca los comuneros indígenas han realizado acciones encaminadas a defender la vida y proteger el territorio. El pasado 31 de enero, la comunidad del resguardo indígena de Huellas Caloto hizo un recorrido por las veredas de su territorio para verificar el impacto ocasionado por la fuerza pública sobre la Madre Tierra. Encontraron un cuadro pintado con desolación y tristeza. Ríos contaminados, bosques talados, residuos de implementos militares, basura acumulada y mucho más. Los campamentos militares son los directos responsables de la desaparición de una laguna que los mayores consideraban un sitio sagrado donde se fertilizaban diversas variedades de plantas medicinales aptas para curar enfermedades y que servía también para armonizar la vida en todo el territorio.
“La gente ya no puede trabajar a gusto, no se puede coger un palo de leña” dijo un comunero de San Francisco preocupado por la constante presencia de los militares en el Resguardo, quienes causan inseguridad y zozobra en los habitantes por causa de los constantes retenes y señalamientos. “Estamos tomando agua sucia por la invasión territorial de los militares en los ojos de agua. Hay que exigir que se vayan para que no sigan acabando con el medio ambiente, causando temor en las personas y contaminando la madre tierra”, afirmó otra comunera.
Las comunidades indígenas del territorio exigen la retirada de todos los grupos armados, tanto de quienes se creen de izquierda como de quienes niegan ser de derecha. Saben muy bien que ninguno de ellos esta con la vida, y que la estrategia de terror que utilizan es una máscara que oculta su verdadero propósito: expulsar a la gente de sus territorios para sentirse dueños y señores de una riqueza que no les pertenece.
Mientras la guerrilla ataca población civil en el Cauca, el ejército aprovecha este accionar para incrementar su presencia y causar más terror, para causar más falsos positivos (que ni son falsos, ni positivos), para desplazar el estorbo que impide a las multinacionales llevárselo todo, ese estorbo llamado gente. Estorbo que primero acusaron de ser colaborador de la guerrilla y que ahora acusan de ser colaborador de los narcotraficantes. Excusas perfectas que justifican la invasión, la tortura y el asalto a mano armada que se viene realizando en cada uno de nuestros resguardos.
Con tristeza recordamos que este dolor no lo vivimos solamente nosotros. Este mes conmemoramos dos masacres que son fruto de la codicia que tanto denunciamos, las de El Salado en Bolivar y de San José de Apartadó en Antioquia. Víctimas inocentes que murieron por el delito de tener un ranchito humilde en un territorio fértil apto para los monocultivos. Hermanos que no pudieron ni siquiera continuar viviendo en la miseria porque hasta eso les negó el sistema que exige cuerpos en bolsas negras para alimentar las cifras de la muerte que oculten las cifras impunes de la corrupción.
Ese es el resultado de la aclamada política de seguridad democrática. Esa política que a través del DAS sistemáticamente siembra terror a periodistas, sindicalistas y miembros de la oposición. Así lo ha ratificado su ex director Jorge Noguera en declaraciones pronunciadas en el juicio que se viene adelantando por el escándalo de las ¨chuzadas¨. Ratifica además, que los resultados de las persecuciones que desde este organismo se hacían, eran enviadas directamente al presidente de la república. Algo que no nos sorprende y que desde mucho tiempo atrás venimos denunciando.
Mientras tanto, las campañas electorales avanzan. La disputa por decidir quien continuará con la actual política de terror se hace cada día más vergonzosa. Las marionetas hacen méritos para limpiar su pasado manchado con las políticas que antes implementaron y que solamente causaron dolor y hambre al pueblo. Ahora disfrazan sus discursos confiando en que esta sociedad sin memoria los suba de nuevo al trono del poder para que desde ahí aplasten y sometan a todo aquel que busque reclamar su derecho a vivir con dignidad.
Por eso, volvemos al Cauca con la comunidad que recorre sus territorios para defender y proteger la vida. Al Chocó con quienes resisten la llegada de los transgénicos y su proyecto de hambre y miseria. A Antioquia con sus víctimas que con orgullo levantan la cabeza a denunciar el exterminio que sobre ellos continúa. Son ellos quienes nos enseñan a resistir para que la Madre Tierra no tenga que sangrar con la presencia de las balas. Para que las víctimas no se queden solas en su dolor y sientan que la justicia puede llegar a sus casas. Para que la libertad y la palabra puedan surgir por fin en medio de las lágrimas que embargan a esta Colombia herida. Volvemos a ellos y a ellas con la convicción de que su sabiduría nos permitirá reconocer que sólo colectivamente podemos cambiar el llanto de este país enfermo por las millones de sonrisas de un país que respire libertad.
Tejido de Comunicación ACIN
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