Declaración de Siguatepeque
La Resistencia hondureña ha sabido plantarse con dignidad ante la embestida de los enemigos de la libertad y la democracia. Durante casi 6 meses de continua lucha pacífica, pero vehemente, hemos establecido que no aceptamos otra salida a la crisis que el restablecimiento del orden institucional, la condena a los violadores de derechos humanos y la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente. No solicitamos sumisos un favor a los usurpadores, somos conscientes de nuestras potestades y nuestras capacidades. Somos un poder real, constituido en todo el país por organizaciones de base donde se practica democracia verdadera y estamos legitimados por el sacrificio de un pueblo armado de la conciencia social forjada en las luchas del movimiento popular, la espiritualidad de los pobres y el ejemplo los hombres y mujeres que dieron su vida por transformar el país.
Los enemigos del pueblo; la oligarquía explotadora que se lucró con la miseria de los trabajadoras y el robo de sus recursos; las empresas transnacionales que saquearon al país y estafaron al Estado; los dirigentes de cúpulas eclesiásticas, mercaderes de la fe y aprovechadores de la ignorancia; los militares y policías siempre prestos a asesinar, violar y mancillar al pueblo por dinero; la falange de serviles que por alienación o interés son vigilantes de las riquezas robadas por otros; todos ellos, los que por muchos años usaron una débil democracia representativa como método de validar su poder político y su sistema económico de explotación y marginamiento, terminaron por desnudar su naturaleza genocida y totalitaria, y cerraron aún esos pequeños espacios de participación que permitieron, por primera vez desde que el proyecto morazánico fuera detenido, que un líder inesperado cuestionara la hegemonía de los millonarios y se atreviera al imperdonable pecado de dar al pueblo la oportunidad de hablar y decidir.
La crisis social y política actual es la agudización del conflicto que se desarrollaba desde hacía años enfrentando los intereses mezquinos de los grupos empresariales oligárquicos contra las necesidades y los derechos de los sectores populares. Campesinos, obreros, indígenas, negros, grupos LGTB, artistas, pobladores urbano- marginales, micro pequeños y medianos empresarios, movimientos ambientalistas, feministas, organizaciones estudiantiles, fuerzas políticas progresistas y democráticas, maestros, profesionales, grupos de derechos humanos, jóvenes, iglesias populares, y otras agrupaciones del pueblo, recorrieron un lento pero decidido camino de unidad, asumido como necesidad ante la aplicación de un modelo neoliberal que aumentó las contradicciones de clases, y un golpe de estado que terminó de revelar la intransigencia de una minoría a distribuir la riqueza que genera el trabajo de todos y todas.
Es una batalla enconada. La derecha cuenta para sí con el control del estado, el apoyo de los gobiernos reaccionarios del mundo, los medios de comunicación masiva y los cuerpos de represión. Pero los procesos sociales no se detienen con campañas mediáticas, no pueden revestirse con armas y no pueden ser adormecidos por los falsos ruegos de curas y pastores oligarcas. Mucho menos puede paralizarse al pueblo con simulacros electorales o llamados a falsos diálogos nacionales donde se pide la rendición de la dignidad a cambio del una falsa paz en la que coexisten la miseria y la opulencia.
La degeneración acelerada del bloque golpista es inevitable, la lógica del negocio y su ostentado egoísmo los llevará a despedazarse por el botín del estado y aplicar sin miramientos el modelo económico agotado que les asegura seguir acumulando capitales.
Esa clase decadente, no comprende la altura moral de un pueblo que ya no piensa en entretenerse con reformas y va por la refundación total de Estado. Un pueblo que se está llamado a aumentar sus niveles de organización y coordinación a nivel nacional para derrotar la dictadura y sentar las bases de una democracia participativa que asegure el cumplimiento de las demandas de justicia social y condena a los criminales que irrespetaron los derechos humanos.
Es también una batalla internacional. El golpe fue concebido dentro de un plan de control regional por parte de los poderes económicos transnacionales para frenar y revertir los procesos de cambio social latinoamericanos, que están mostrando la posibilidad de crear sociedades democráticas y justas, así como estados soberanos. El golpe de estado en Honduras es acompañante del Plan Colombia, de la reactivación de la Cuarta Flota, del bloqueo económico a Cuba, del asedio a Venezuela, de los planes desestabilizadores en Bolivia y Ecuador. El golpe es la intención de regresar a una Latinoamérica propiedad de la Texaco, la United Fruit Company, la Bayern, la Esso, La Carguill, La Alcoa y otras.
Pero la Resistencia hondureña está sola, nos sabemos acompañados por los pueblos y los gobiernos honestos del mundo; somos hermanos de las organizaciones populares, democráticas y revolucionarias de Latinoamérica. Son incontables las manifestaciones de solidaridad que ya se han recibido y los compromisos por mantenerla.
Honduras es hoy un escenario donde se debaten el futuro propio y el de muchos pueblos. Por eso no debe haber otro desenlace que la victoria.
En la Resistencia vamos hasta el final, hasta la transformación de la patria, hasta la integración centroamericana y latinoamericana, hasta la soberanía total de nuestros pueblos, hacia la libertad, la igualdad y la justicia.
¡Viva el pueblo heroico de Morazán!
¡Resistimos y Venceremos!
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Siguatepeque, M.D.C. 10 de diciembre de 2009