Un gobierno al servicio de las transnacionales

2008-01-09 00:00:00

Uno de los temas de discusión más importantes que ha sostenido el pueblo patriótico de Costa Rica frente al señor Oscar Arias Sánchez, dueño de esa casa frente a la que nos encontramos hoy, y las fuerzas locales e internacionales que lo respaldan, ha tenido que ver con la demostrada capacidad del pueblo costarricense para salir adelante y construir un país mejor, apoyándose en sus propias fuerzas.

El señor Oscar Arias no se ha cansado de repetir que Costa Rica puede convertirse en el primer país desarrollado de América Latina. Dicho así, pareciera una sana y noble intención. Pero si no se explica el cómo, es decir, los instrumentos, las acciones políticas y sociales junto a las profundas transformaciones que implica, sin definir los medios para realizar semejante propósito, la frase se convierte en una expresión demagógica y sin sentido.

Lo que ocurre es que cuando hablamos de crecimiento social, estamos enfrentados a dos visiones radicalmente distintas de apreciar el progreso de los pueblos. La primera, puesta en práctica por el dueño de esta casa, supone cederle a las fuerzas de capital internacional y a sus aliados locales, la prerrogativa de convertirse en la fuerza motriz y fundamental del crecimiento nacional. La segunda consiste en saber si nosotros mismos, sin despreciar la sana colaboración externa, podemos ser los amos y señores de la Patria y su futuro, si podemos, como hemos dicho antes, caminar con nuestros propios pies y pensar con nuestra propia cabeza.

La expresión más clara del primer método, consiste en el reiterado impulso que Oscar Arias le da al Tratado de Libre Comercio, por medio del cual se le entrega a las corporaciones trasnacionales, convertidas en medios e instrumentos de sus proyectos productivos o simplemente especulativos, las riquezas humanas y naturales de nuestra nación. Desde luego que se procura un interés local, por medio de una alianza entre las corporaciones y sus socios nacionales, esos mismos que hemos denominado como la nueva oligarquía y de la que Oscar Arias es uno de los más claros representantes.

Este proyecto, que coloca en un papel de franca subordinación al empresariado local, se pone también de manifiesto en la llamada ley de concesión de obra pública, que no sólo subordina sino que pone del lado a las iniciativas empresariales propias, para favorecer a corporaciones e intereses foráneos.

Se menosprecia de tal manera el aporte de la inteligencia y la iniciativa nacionales, que un asunto tan simple como la administración de un aeropuerto, queda en manos de grupos cuya procedencia y derechos contractuales resulta cada vez más oscura e indefinible. Otra tarea tan elemental como la revisión técnica de vehículos automotores, se le entrega una corporación extranjera, cuyos beneficios se reparten sin que nadie sepa como, mientras se dejan de lado a más de cien capacitados empresarios costarricenses, dueños de talleres.

Entretanto, las universidades gradúan decenas de técnicos, ingenieros, administradores y otros especialistas, dispuestos a tomar en sus manos, con sobrada capacidad y destreza, la dirección y el funcionamiento de los servicios más complejos por medio de empresas propias o de asociaciones cooperativas. Pero esos jóvenes están destinados a ser, dentro de la concepción arista, a lo sumo mano de obra bien remunerada, pero jamás empresarios o dueños.

Hoy mismo nos enteramos por la prensa de cómo el gobierno está a punto de liquidar, para dejar en manos de una trasnacional europea, la empresa de aviación Lufhansa, una de las empresas nacionales más exitosas y competitivas, de capital 100% costarricense, con una trayectoria admirable y con un sólido reconocimiento internacional, como es la cooperativa de servicios técnicos y mecánicos de aviación que todos conocemos bajo el nombre de COOPESA.

Esas son las dos concepciones del mundo y de Costa Rica en particular, que se encuentran enfrentadas. La discusión sobre el TLC y sus consecuencias no ha concluido, como algunos intentan hacernos creer. Estamos en medio de ella y no tenemos más remedio que colocarnos de uno u otro lado. No se trata de una posición maniquea, es decir, de blanco o negro, sino de la opción ante la que los hombres y las mujeres de nuestra generación estamos dramáticamente enfrentados: conservamos a Costa Rica en nuestras manos y decidimos su destino sin interferencias externas o permitimos que el dueño de esta casa y sus aliados, dispongan de ella y la conviertan en una factoría dónde habrán desaparecido los valores forjados en nuestra corta historia, junto a los atributos fundamentales de nuestra nacionalidad.

- Leído ante la casa de Arias el lunes 7 de enero del 2008 a las ocho de la noche