Historia de codicia y felonía
Se ha escrito y dicho tanto, sobre lo negativo del Tratado de Libre Comercio que, para los que creemos tener claro la catástrofe social que se avecina y los efectos perniciosos que este tendría para nuestra soberanía en caso de ser aprobado, nos resulta un tanto difícil seguir opinando sin caer en odiosas repeticiones.
Sin embargo de todo lo leído, actuado y aprendido surgen nuevas conclusiones. Se arriba a síntesis de argumentos que ayudan a discernir sobre lo que es mejor para Costa Rica: aprobar un mal llamado Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, en que la contraparte de la gran potencia extranjera lo condiciona a la realización de profundos cambios estructurales en nuestro orden jurídico institucional, o rechazarlo.
Independientemente de las diferentes valoraciones e interpretaciones que se le dan a los contenidos de los voluminosos y enciclopédicos tomos que lo conforman, llama poderosamente la atención la conducta asumida por sus negociadores y defensores a ultranza, la cual se limita al uso de millonarios recursos – ¿salidos de donde? – para explicar su conveniencia. Por medio de campañas mediáticas y alienantes, plagadas de superficialidades y gruesas mentiras se insiste en la urgencia de su aprobación.
Quienes a rajatabla defienden el Tratado han venido eludiendo la confrontación de ideas y el diálogo democrático. Se impide, al igual que en las dictaduras, la discusión, serena y reposada, a la manera costarricense, sobre algo que alterará, de manera significativa nuestro Estado Social de Derecho. Da la impresión que no se dispone de argumentos para demostrarle a un pueblo educado que las imposiciones desde afuera, son buenas y necesarias.
Los apóstoles del TLC, inclinados más a vencer con la aritmética circunstancial usando patrañas y manipulaciones, que a convencer, omiten referirse a ese gran salto, que tendrá que dar el país en el corto tiempo para eliminar las asimetrías y poder competir con las abismales diferencias económicas, tecnológicas y los proteccionismos de un poder imperial que exige reformas políticas e institucionales profundas sin ofrecer nada similar a cambio.
El aceptar que elevar nuestras capacidades es una condición sine qua non para enfrentar con éxito las duras reglas de un mercado, cada vez más globalizado y competitivo, ¿significa también que tengamos que desnaturalizar a las instituciones públicas, que brindan servicios estratégicos, y que son pilares de un sistema social, solidario y democrático, construido con sangre y sacrificios por varias generaciones de costarricenses? ¿Qué tengamos que abrirle las puertas de par en par a modernos Ulises con sus caballos de Troya, las transnacionales?
¿Acaso nuestras instituciones, que son parte de un proyecto político y social para beneficio de las grandes mayorías, fueron concebidas para competir con la empresa privada? Hoy algunos de los defensores del TLC se rasgan las vestiduras hablando sobre la necesidad de crear una banca de desarrollo. ¡Que ironía! Son los mismos que ayer aplaudieron la apertura para que la banca nacional de desarrollo se desnaturalizara al ponerla a competir con la banca lucrativa privada. Ahora resulta que nos hace falta una banca de desarrollo. ¡Hipócritas!
No nos imaginamos a un Instituto Costarricense de Electricidad compitiendo exitosamente con las transnacionales manteniendo a la vez los subsidios de solidaridad para que todos los habitantes tengan acceso a los servicios que la institución brinda. Ni a un Instituto Nacional de Seguros sosteniendo su amplia cobertura, el mejor cuerpo de bomberos de América Latina, uno, si no el único, de los más modernos centros de rehabilitación que existe en el mundo y otros servicios sociales que hoy tratan de eliminar para allanarle el paso a la privatización. O la pervivencia de unos servicios de salud y educación, sin parangón en toda la América Latina salvo en Cuba, si pasara este TLC.
Los débiles argumentos pro TLC rayan en el ridículo, ofenden la inteligencia y hieren la sensibilidad de un pueblo que ha sabido construir, un modelo de sociedad emblemática, ejemplo para otras naciones de una América Latina sufrida que hoy decide transitar caminos abiertos por sabios conductores costarricenses que interpretando los signos de los tiempos supieron responder a los anhelos de su pueblo; que reacciona siempre a tiempo y sale airoso, cuando sus conquistas se han visto amenazadas en encrucijadas históricas similares a la actual. Si se cometiera el error de aprobar este TLC Costa Rica se convertirá en algo diferente, para mal, y no para bien.
Nos alienta saber que el grito que surge desde alma adentro de la Patria herida se oye, cada vez con mayor fuerza, desde el sur del Río Bravo hasta la Patagonia. Un grito costarricense que dejará atrás la efímera historia de codicia y felonía de unos pocos. Mientras tanto, entre tanta preocupación e incertidumbre hay buenas noticias. Los medios informativos acaban de anunciar que el señor Ministro de la Presidencia, después de una intervención quirúrgica, desayunó bien. ¡Albricias!