Costa Rica: TLC mito y realidad
Las campañas a favor del TLC presentan selectivamente y míticamente un panorama maravilloso para el futuro del país.
El TLC (Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica, República Dominicana y Estados Unidos) es en esencia un compendio de mito y realidad. La redacción -made in USA- es un algoritmo mágico y publicado en una letra -seis o siete puntos Didot- como para que nadie lo lea y estructurado con tecnicismos tales que si se aprueba perjudica al país y si no se aprueba también daña a Costa Rica. Ahora bien, si no se aprueba, le queda al país la opción de nuevas negociaciones, pero si se aprueba nos amarra a perpetuidad a una obligación internacional donde las minorías de poder económico están a favor y las mayorías populares están en contra.
Este tratado es una demostración de hasta dónde influye el poder económico, al extremo de no atender la voz del pueblo, aquél que era lo más sagrado para los gobernantes de antaño. Don Alberto Cañas nos recuerda las jornadas cívicas del 7 de noviembre de 1889 (Día de la Democracia), junio de 1919 (Incendio de La Información y subsiguiente caída de Tinoco), 15 de mayo de 1943 (Estudiantes defienden el sufragio y gobierno retira proyecto), las mujeres del 2 de agosto piden al Gobierno de Teodoro Picado garantías electorales y logran su objetivo. “Abril de 2000. Tres desfiles de protesta obligan a la Asamblea Legislativa a detener la aprobación del llamado ‘combo del ICE’, intento de entregar las funciones de esa institución a alguna transnacional”.
Con el TLC se aplica aquella sentencia del político, ex presidente de la República y periodista francés, Georges Clemanceu (1841-1929) que dice: “No hay razón que valga sino la voluntad del más fuerte” (En: Demóstenes).
Las campañas a favor del TLC presentan selectivamente y míticamente un panorama maravilloso para el futuro del país. Cuando la realidad es que los países que han firmado convenios similares no han logrado en términos económicos, menos en desarrollo humano, el paraíso prometido. México, con su desaceleración económica, “exporta” cada día más mexicanos a Estados Unidos. El ex presidente Vicente Vox anduvo y anduvo pidiéndole clemencia al presidente George Bush para que no levantara el muro fronterizo y así llegar ilegales a Estados Unidos para que alivien la economía mexicana por medio de las remesas a sus familiares en México. Al final, Fox quedó burlado. Estados Unidos sí defiende su país.
Chile no ha resuelto sus problemas sociales, según lo ha dicho el senador Carlos Ominami, quien visitó nuestro país recientemente. Chile no negoció el cobre. Tampoco aspectos muy sensibles del patrimonio nacional, según discurso del ex presidente Ricardo Lagos antes de salir del poder.
Lo peor en Costa Rica es haber incluido las telecomunicaciones. Como dijo el senador chileno Ominami, esto lo debieron hacer negociado por separado, según declaró a un medio local. Aquí más bien nuestros “patriotas” negociadores le incluyeron de ñapa los seguros que no estaban en el texto original. Los representantes comerciales de Estados Unidos, Regina Vargo primero y luego Robert Zoelicz, no dieron opciones. Desde un comienzo dijeron “vamos por las telecomunicaciones”. Al ex presidente Pacheco, que tenía ciertos resquemores iniciales, no le quedó más que doblar la espalda ante el banderazo de los enviados de Washington.
Parapeteados en la razón del más fuerte -el poder económico de las elites, no el pueblo- los promotores del TLC han montado una estrategia tipo Joseph Goebbels (1897-1945) de aniquilar al opositor por todos los medios posibles. En nuestro caso, aniquilar con todas las armas toda voz contraria, toda opinión que aspire a defender las instituciones patrias contra el TLC. A la vez se amparan en la Doctrina Bush: “Quien no está a favor de Estados Unidos es terrorista”.
Los estrategas del TLC han creado dos embustes. 1. Quien está contra el TLC está contra el comercio internacional. 2. El que no apoya el TLC es sindicalista. El primer embuste se cae de su peso porque Costa Rica ha sido un país abierto al comercio internacional por tradición. Un ejemplo maravilloso. Incluso en “Patio de Agua, manifiesto democrático para una revolución social”, que lo calificaron un documento “socialista” en aquella época, 6 de enero de 1968, en el capítulo XVIII, sobre el comercio internacional y el desarrollo dice:
“El progreso económico y social de los pueblos depende, en gran medida, de la continua expansión del comercio internacional, de tal manera que la aceleración del desarrollo económico de Costa Rica dependerá en forma sustantiva de que sea creciente su participación en ese comercio.” Pero agrega: “En consecuencia, debe tratarse de que se realice en términos equitativos que sean mutuamente ventajosos, tan ventajosos para el país como sea posible”.
El segundo embuste (El que no apoya el TLC es sindicalista) tiene como estrategia denigrar los sindicatos. Para los promotores del TLC ser sindicalista es un como un delito. Conste que nunca he pertenecido a un sindicato. Pero me pongo a pensar: ¿Quién defiende a los trabajadores? Los ministros nunca. Los diputados tampoco, con las 15 excepciones de la legislatura pasada. También están al lado del pueblo en esta legislatura los 17 del PAC, uno de Frente Amplio (Merino), uno del PASE (López) y uno que otro que quizá poco a poco tome conciencia cívica. Ahora, no solo los sindicatos están contra el TLC. También los agricultores, los estudiantes, los rectores de las universidades públicas, la iglesia, los ecologistas, los intelectuales, los aborígenes, los educadores, los marginados y los pobres que andan a pie y en bus, que la mayoría de diputados no conocen.
Con base en todos estos y en las grandes asimetrías que contiene este tratado, que perjudica nuestra agua, nuestra seguridad social, nuestra agricultura, nuestras telecomunicaciones y otras entidades patrias, como simple ciudadano me pronuncio contra el TLC. Quiero un nuevo tratado, justo y equitativo, como lo exigía Raúl Brebish en la Unctad, de 1964 a 1969.