Arenas movedizas
Pasados diez meses se insiste en la discusión acerca de si las elecciones de febrero anterior constituyeron o no una autorización ciudadana a favor del TLC. Es el caso de don Vladimir de la Cruz y su amplísimo artículo que La Nación, generosa y solícita, le difunde por todo lo grande ¿Cómo evitar pensar en el ya conocido fenómeno migratorio de las viejas izquierdas hacia la acera del frente, y su plañido de arrepentimiento sobre el regazo maternal del periódico oligárquico? Qué se yo. No tiene importancia. Eso sí, llama la atención la violencia argumental a la que se recurre. Excesiva, aún si de complacer a tan inusitados mecenas se trataba.
El “análisis” del señor de la Cruz es tejido raído, mal hilvanado a partir de supuestos supremamente arbitrarios, de imposible solidez. El de partida se resume en lo siguiente: el pueblo de Costa Rica votó conociendo la posición de los diversos partidos en relación con el TLC, según se desprende del hecho de que el Tribunal de Elecciones publicitó en su página web las propuestas de aquellos partidos que estuvieron dispuestos a colocar tal información en el medio citado. Innecesario darle mayores vueltas a la cosa. Este es un supuesto impecable desde el punto de vista de la lógica del mundo imaginario que de la Cruz construye para su personal solaz (y el de sus nuevos amigos), pero, clarísimo, es un supuesto por completo irreal.
Tan elegante que venía, sin embargo don Vladimir pierde de repente la compostura. La hipótesis segunda es simplemente un exabrupto: los que no votaron, por el hecho de no haberlo hecho, no tienen derecho a opinar ni pronunciarse sobre los asuntos nacionales. Es decir, abstenerse de votar comporta –a juicio de nuestro comentarista– una pérdida de la condición de ciudadanía ¿Reinstauración acaso del esclavismo de la antigüedad helénica? Se parece mucho a cierta propaganda difundida –si no me equivoco– por el propio Tribunal de Elecciones. La pregunta ¿Quién asesoró a quién a propósito de tan brillante conclusión? Y, en fin, como decía mi madrecita, ¿En qué cabeza cabe…?
El tercer supuesto nos espeta: los partidos que proponían renegociar el TLC con ello se pronunciaban a favor de este, “…por cuanto solo se puede renegociar el TLC si se aprueba, por lo que se estaba de acuerdo con él”. Esto lo dice don Vladimir repitiendo, casi textual, lo que decían Trejos y otros propagandistas oficiales del TLC, cuando se referían a las muy convenientes “condiciones” que, a su juicio, “deberían” cumplirse para renegociar Pero eso jamás lo dijo la gente del PAC. He aquí una aseveración irrespetuosa además de arbitraria. Y por si las dudas, tomemos nota, además, de quienes están siendo aquí citados.
Desde esa base, se nos ofrecen algunas joyas que deberían ser aprovechadas en cursos universitarios de investigación en ciencias sociales, como un ejemplo de categorizaciones que nadie que se precie de serio, debería utilizar. Por ejemplo: “Lo apoyaron con disimulo”; “lo combatieron con disimulo” (se refiere al TLC, obviamente). En fin, que el señor se tiró a las arenas movedizas y, ejecutado el acto suicida, se dedicó a patalear para hundirse más rápido.
Convendría recordar, en todo caso, que el candidato ganador se negó reiterada y explícitamente a debatir en relación con el tema del TLC. Tengamos presente, además, que su propaganda fue omisa en relación con tal asunto . Apenas si fue mencionado de forma tangencial y, en todo caso, esa publicidad –de suyo tan corronga– evitó sistemáticamente ninguna toma de posición argumentada. Otro tanto cabría señalar de cada uno de los aliados actuales del señor Arias en la Asamblea Legislativa, en particular los dos principales, es decir, los Libertarios y la Unidad. Tan solo insinuar que quien votó por estos partidos lo hacían por el TLC, comporta una alta dosis de arbitrariedad.
En el caso del PAC, en cambio, sí hubo un pronunciamiento claro en relación con el TLC, además de una invitación reiterada a Oscar Arias –reiteradamente ignorada por este– para debatir sobre este tema. Se insistió en un mensaje con dos componentes principales: rechazar (no aprobar) “este” TLC y, sentado lo anterior, proceder a renegociarlo.
Cualquier otra cosa que se diga más allá de esto, es pura invención del señor de la Cruz. En términos generales, puede decirse que ese 25% del electorado que votó por Ottón Solís, lo hizo a sabiendas de su posición sobre el TLC, cosa que, sin embargo, no autoriza a afirmar que esa fuera la razón principal para votar por él. El caso, sin embargo, es que ni tan siquiera esta débil conclusión podría aplicarse al 26% del electorado que apoyó a Arias. Bien sabemos que este fue mercadeado como un producto con propuestas programáticas e ideológicas y posiciones tan claras como las que podría asumir una pasta de dientes. Quienes le dieron su voto no poseían mejor información que aquella acerca del “delicioso sabor a menta” del dentífrico en cuestión.
Y acerca del 35% del electorado que no votó. Excluyamos a quienes, queriendo hacerlo, se vieron de alguna forma imposibilitados. De los restantes –posiblemente la mayoría– lo más que podría decirse es que muy probablemente recurrieron a la abstención como un vehículo de protesta. Y de ser ese el caso, sería protesta contra quienes nos han gobernado en los últimos decenios. O sea, Liberación y la Unidad. O sea, Oscar Arias, candidato expresidente de la República. O sea, los grupos de poder impulsores del TLC. Al no votar se expresaron con pleno derecho, como ciudadanos y ciudadanas en actitud de protesta. Y su condición de tales –señor de la Cruz– no disminuye un ápice por no haber votado. Igual hoy deberían ser escuchados por quienes gobiernan, si estos tuvieran –que no la tienen– voluntad de escuchar. Igual conservan intacto el derecho de tirarse a la calle si otra vía no les queda para hacerse oír.