Costa Rica: Enfoque
Supongamos que, en pocos años, este país se arregla. Como el maná del cielo, experimentamos tasas de crecimiento económico sostenidas del 8% por año al estilo de China; la inflación se reduce al mínimo, la pobreza cae a una cuarta parte de lo que es hoy; se erradica la pobreza extrema, los salarios reales crecen y la gente vive mejor; la sociedad costarricense se torna mucho más equitativa –digamos que alcanzamos el nivel de los países escandinavos–; todos los jóvenes terminan secundaria y las familias tienen casa propia. Soñemos todo eso: total, nada cuesta y la Navidad está cerca.
¿De dónde sacaremos la energía para sostener esa felicidad? Una economía cuyo tamaño se duplica en menos de diez años y personas con alta capacidad de consumo demandan recursos energéticos de manera cada vez más acelerada. Vean lo que pasa en China. La cuestión no es si tendremos o no la plata para hacer inversiones en infraestructura: digamos que nos sobre el dinero. El punto es otro: ¿alcanzarán los ríos para producir la energía eléctrica que necesitamos? ¿Instalaremos plantas a base de carbón para suplir el faltante? ¿De dónde sacaremos la energía para mover el transporte?
Esas son preguntas elementales, pero estratégicas. Son, desafortunadamente, preguntas relegadas en el debate nacional. Es que en nuestro país siempre hablamos del desarrollo como si fuera cuestión de aplicar una correcta mezcla de políticas económicas y sociales. Se nos olvida que sin energía no hay progreso. En un país con una creciente dependencia de recursos energéticos importados, es indispensable pensar sobre este tema.
Algunas fuentes son muy contaminantes, por ejemplo, el petróleo y el carbón. Si nuestro desarrollo futuro se basa, en ellas será el canto del cisne del país ecológico que presumimos ser. Con un territorio tan pequeñito, nadie escapará a sus efectos. Además, crean un problema geopolítico mayúsculo: ¿en brazos de quién terminaremos para saciar nuestras necesidades? Otras fuentes son bastante más limpias –el aire, la geotermia y el agua–, pero no sé si alcanzarán. ¿Impulsaremos fuentes alternativas? Si así es: ¿dónde está la investigación?, ¿son económicamente viables?, ¿cuánto de la demanda cubrirán?
Volvamos al país real, ese que camina a brincos y saltos. Las preguntas sobre las fuentes de energía siguen siendo válidas, con el agravante de que no tenemos plata para costosas inversiones. Nuestra estrategia no puede ser la de rezar para que los precios del petróleo bajen (prefiero el vudú, es más llamativo), abrirnos de piernas a las petroleras o pedirle cacao a Venezuela y México.
Publicado en Tribuna Democrática - La Nación