América Latina: integración regional y luchas de emancipación
América Latina entró en un nuevo período político con grandes potencialidades emancipadoras, cuyos contornos y desarrollo aún están en construcción y disputa. Las dificultades son inmensas pero se trata de una oportunidad histórica única para conquistar nuestra segunda y verdadera independencia. En ese contexto, la cuestión de la integración regional es clave para definir el rumbo político que tomará la región.
El objetivo de este artículo es sistematizar algunos elementos de ese nuevo período político, analizar las dificultades y potencialidades de la actual coyuntura regional, y plantear algunos desafíos que las izquierdas deben enfrentar – en particular en materia de integración regional - para hacer avanzar las luchas emancipatorias en América Latina.
Cuatro procesos
Corriendo los riesgos de toda comparación histórica, pero con la intención de subrayar la importancia del actual período político, podemos apuntar – como otros autores ya lo hicieron – que ésta es la cuarta vez en que se vive una oleada emancipadora en nuestra región en los últimos doscientos años.
Es obvio que no fueron procesos homogéneos. Pero su denominador común fue su carácter de alcance regional y su potencial de ruptura con el orden colonial e imperialista. El primero se registró cuando la gran oleada de las luchas por la independencia que tuvo su epicentro entre los años 1810 y 1830. Conquistamos la independencia formal de España y Portugal, pero no rompimos las cadenas de la dependencia económica que nos ataban a las otras metrópolis que en breve se convertirían en el imperialismo hegemónico. La segunda andanada se expresó en el ascenso del nacionalismo en los años 1930-40. Intentó crear las bases materiales para la independencia económica pero faltó una voluntad política que la llevara hasta el final. Así pasada su primera fase se transformó en un fracasado proyecto que, sin rechazar la dependencia, pretendía impulsar un desarrollo asociado al imperialismo. El tercero se abrió con la revolución cubana de 1959. Tuvo un tremendo impacto político-ideológico sobre la región y generó nuevas condiciones para realizar la tarea propuesta por Mariátegui (desde Perú, en 1928) de pensar un socialismo indo-americano como creación heroica y no como calco y copia de doctrinas importadas de las metrópolis. No consiguió sortear, sin embargo, el feroz cerco de dictaduras militares que el imperialismo norteamericano y las oligarquías locales a él aliadas impusieron a la región en las dos décadas que se siguieron (1).
Cada uno de esos procesos tuvo sus conquistas, sus limitaciones y sus derrotas. Lo nuevo que el actual proceso presenta es que puede reunir, a una sola vez, condiciones económicas, políticas e ideológicas para generar un proyecto de emancipación de escala regional. Para discutir cómo conseguirlo, vamos primeramente detenernos en el análisis de los antecedentes del actual período que nos dará una visión sobre las condiciones bajo los cuales tenemos que operar.
Neoliberalismo, un proyecto contestado
A mediados de la década pasada, el discurso dominante era del "fin de la historia" y de que "no hay alternativas". Entonces, nuestro continente estaba cubierto de gobiernos neoliberales obedientes al de Washington; y Cuba, solitaria, atravesaba el desierto del "período especial".
El neoliberalismo había tenido entre sus pioneras a dos dictaduras militares sangrientas, la chilena (1973-1989) y la argentina (1976-1983) pero se transformó en proyecto dominante cuando en los ‘80 fue asumido por el imperialismo norteamericano (con el gobierno Reagan) como programa a ser implementando mundialmente.
Las crisis del programa socialdemócrata europeo desde finales de los años 1970 y del socialismo burocratizado en la década de 1980 y el fin de la Unión Soviética en 1991 abrieron espacio para que el proyecto neoliberal se tornara ideológicamente hegemónico en ese período. Al mismo tiempo, el "fin de la guerra fría" alimentó en algunos círculos la ilusión de un mundo sin conflictos que no se verificó: surgió un orden mundial más injusto, más inestable y más violento que el anterior, regido por la unipolaridad del imperialismo norteamericano.
Entiendo que aún estamos bajo ese doble signo a nivel mundial, de imposición del programa neoliberal y de la unilateralidad del accionar del imperialismo norteamericano. Sin embargo, se trata de un orden que presenta resquebrajaduras (aunque hay que considerar que son resquebrajaduras regionales con características y potencialidades políticas muy heterogéneas). De todas ellas, la que más elementos emancipatorios incorpora es la que vivenciamos en América Latina.
En nuestra región la coyuntura dio un giro. Hay un despertar de los pueblos y el neoliberalismo es por aquí un proyecto puesto en jaque. La línea del tiempo de la coyuntura actual la podríamos comenzar en diversos puntos. Y ciertamente, dependiendo de la ubicación geográfica de quien observa, habría percepciones diferentes de acuerdo con las experiencias nacionales. El antecedente más distante podría ser el Caracazo de 1989 en Venezuela, primera revuelta masiva contra un ajuste neoliberal, sangrientamente reprimida por el gobierno del entonces presidente Carlos Andrés Pérez. Entre los antecedentes estaría seguramente el levante indígena zapatista mexicano contra el TLC (Tratado de Libre Comercio) con EEUU y Canadá en enero de 1994. Pero, será la rebelión popular en Cochabamba, Bolivia, en 2000 contra la privatización del agua, la que ponga en evidencia de forma más clara de que ya se había alcanzado una nueva coyuntura, donde la presión popular era capaz de bloquear la aplicación del programa neoliberal. A esa cronología habría que poner igualmente los momentos, desde finales de la década pasada, en que movilizaciones populares echaron a presidentes neoliberales en Ecuador, Paraguay, Argentina y Bolivia. Y cuando los pueblos, a través de su voto, buscaron alternativas, comenzando con las elecciones venezolanas de 1998, cuando Hugo Chávez fue electo presidente de Venezuela, en una serie que creció expresivamente en los últimos años con Brasil, Argentina y Uruguay y tuvo su momento alto con la reciente elección de Evo Morales en Bolivia (2).
Ahora bien, que haya cuestionamiento y oposición al neoliberalismo no quiere decir aún que otro proyecto ya esté claramente en marcha. Lo que significa es que ese programa se agotó porque no ofrece más perspectivas de gobernabilidad (al menos en un marco democrático), que está abierta la temporada de formulación, construcción y aplicación de alternativas. Por otro lado, no hay un programa alternativo ya listo y válido para todos los casos. Por último, el desenlace de la coyuntura dependerá de la constitución de voluntades políticas capaces de impulsar a cada país y a la región hacia un proyecto de superación del neoliberalismo; y serán "capaces" si construyen mayorías políticas (por ello, el tema clave es el de la "hegemonía" en los procesos nacionales).
Sin embargo, no quiere decir también que en el proceso de ese parto no estén presentes ya indicaciones del sentido general de las mudanzas. Por ejemplo, no es un detalle menor que en la Cumbre de Presidentes de Mar del Plata, en noviembre de 2005, el presidente Bush mismo con la ayuda de sus testaferros regionales (con el mexicano Vicente Fox a la cabeza) no haya conseguido forzar la retomada de las negociaciones del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas), bloqueada por la oposición de los gobiernos de Venezuela y del Mercosur. Téngase en cuenta que el ALCA era desde el tiempo del auge neoliberal la principal estrategia imperialista para completar su dominación sobre la región. Por las cuentas de Clinton, primero, y Bush, después, el año 2005 sería con el ALCA para todo el continente (excluyendo a Cuba) el equivalente al 1994 con el NAFTA en América del Norte. No fue y no hay perspectiva de que se pueda retomar a corto plazo.
Lo que le restó al gobierno norteamericano es presionar a los gobiernos nacionales más susceptibles a su coerción – Chile, Colombia, Peru, países de América Central y República Dominicana – para imponer TLCs bilaterales. Esto que es un avance del imperialismo norteamericano por las partes de menor resistencia (gracias a la presencia de gobiernos entreguistas) es también su confesión de derrota en relación al todo.
Imperio empantanado
Hay muchos indicios de que el auge del imperialismo norteamericano ya pasó. Su principal argumento – su capacidad de despliegue militar convencional – se empantanó en Irak. Sus políticas para el mundo árabe y el musulmán fracasaron al no estabilizar un arco de aliados estratégicos; al contrario, han introducido nuevos elementos de inestabilidad para sus antiguos aliados. Habiendo entrado militarmente de forma maciza no tiene como salir tan temprano de allá y – todo indica – no cuenta con fuerzas suficientes para dos frentes de conflictos agudos al mismo tiempo.
El unilateralismo de su política internacional despertó al "nacionalismo" en otras potencias capitalistas que sin capacidad de enfrentarle militarmente, sin embargo, se ven tentadas a buscar un nuevo mapa geopolítico – osadía facilitada por la ausencia del "peligro comunista".
Su economía (tomada individualmente) continúa siendo la principal del planeta, pero en declinio y con problemas crecientes, cada vez más dependiente del financiamiento del resto del mundo, en particular de China.
Al mismo tiempo vemos que vuelven a crecer movimientos populares de contestación dentro de los Estados Unidos. El caso más evidente es el de las gigantescas manifestaciones promovidas por inmigrantes (sobretodo latinos) en defensa de sus derechos el pasado 1 de mayo de 2006. Pero también tienen su impacto las coaliciones contra la guerra y las que llevan campañas contra las políticas de las corporaciones multinacionales norteamericanas.
Es debido a ese cuadro coyuntural que América Latina no es hoy la primera prioridad estratégica del imperialismo norteamericano. También en otras coyunturas cuando se aflojaron las cuerdas con que el imperialismo ata a la periferia es que hubo mayores espacios políticos para proyectos emancipatorios. Pero eso no significa que en términos geopolíticos nuestra región haya perdido su carácter de área natural de ejercicio de la hegemonía norteamericana (por lo que no hay que esperar auxilio de otras potencias).
Izquierda, crisis y reorganización
Es importante señalar que las izquierdas (sociales y partidarias) arriban a esa nueva coyuntura después de atravesar una fuerte crisis política e ideológica en la región (y a nivel mundial). Compárese el escenario de mediados de los´80 con la primera parte de la década siguiente y se verán dramáticas transformaciones en el mapa de las izquierdas latinoamericanas con deserciones importantes, con la disolución de organizaciones políticas que tuvieron peso, con la pérdida de referencias programáticas etc. al mismo tiempo que las fuerzas conservadoras enseñoreaban su hegemonía ideológica y política neoliberal en la mayoría de los países.
Sin embargo, la crisis de las izquierdas quince años atrás tuvo un inesperado resultado positivo: deshizo las fronteras internas (muchas veces sectarias) entre tradiciones, partidos y facciones establecidas por las experiencias del siglo XX. Éste fue el nuevo terreno fértil para las amplias convergencias populares ocurridas en el período siguiente, de retomada de las movilizaciones populares y contestación de legitimidad del proyecto neoliberal.
Una de sus características, que tanto la diferencia de otros momentos históricos como le da potencialidades (aunque también dificultades) que aún no podemos medir, es que el actual proceso acontece sin que haya previamente alguna hegemonía política-ideológica instalada o pudiendo instalarse en el escenario político popular de nuestro continente. Eso se debe, probablemente, a que aún estamos en un período de reconstrucción de las izquierdas sociales y partidarias después de la caída del "socialismo real" que junto con el vendaval neoliberal, unos quince años atrás, tuvo tremendo impacto sobre la configuración de las fuerzas progresistas. Pero, todo indica que haremos de este rasgo actual un principio para que finalmente la liberación de los pueblos la construyamos buscando la unidad pero rechazando los hegemonismos.
Una intensa actividad desde los movimientos sociales (o de la "sociedad civil" según se quiera) abonó esta nueva fase. Entre los antecedentes más importantes habría que nombrar a la campaña continental contra los "500 años de colonialismo" en 1992. Allí, la convergencia entre movimientos indígenas, campesinos, barriales, de mujeres, de cultura y comunicadores populares etc. apuntaba para la conformación de nuevos actores políticos.
Articulaciones continentales o mundiales surgieron o se fortalecieron en ese proceso y en la nueva coyuntura que se delineaba en nuestra región: la Vía Campesina y la Coordinación Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC); los encuentros de pueblos indígenas que han resultado en coordinaciones (amazónica, andina, entre otras); Jubileo Sur Américas y "50 años (de FMI / Banco Mundial) bastan"; la Marcha Mundial de Mujeres y la Red Mujeres Transformando la Economía (REMTE); el Frente Continental de Organizaciones Comunitarias (FCOC); la Alianza Social Continental (ASC), la Campaña Continental contra el ALCA y los Encuentros Hemisféricos de Lucha contra el ALCA; la Convergencia de Movimientos Populares (COMPA); la Asamblea de los Pueblos del Caribe (APC); el Foro Social Mundial y el Foro Social Américas, el Foro Sindical de las Américas (primera experiencia de espacio sindical ampliamente unitario desde la Segunda Guerra Mundial), entre varias otras.
A diferencia de otros continentes y diferentemente de otros momentos en nuestra región, hoy tenemos en las Américas muy amplios espacios de convergencia, articulación y construcción de luchas comunes. Son herramientas fundamentales para que, más allá de las diferencias nacionales o sectoriales que hay, vayamos trabajando en perspectivas cada vez más unitarias de superación de nuestra herencia colonial, de nuestra dependencia en relación al imperialismo y de las desigualdades sociales, étnicas y regionales que marcan a América Latina.
Necesidad y posibilidad de la integración
Que este proceso de rearticulación de las izquierdas ha tenido un balance globalmente positivo – aunque con grandes heterogeneidades – es innegable. La resistencia dio sus frutos como muestra el hecho de que la negociación del ALCA esté paralizada o de que hayan surgido en diversos países fuerzas políticas críticas del neoliberalismo y del imperialismo norteamericano con capacidad hegemónica (y que son gobierno en diversos casos).
Pero, un proceso de emancipación no depende solamente de la construcción de fuerzas sociales y políticas con capacidad hegemónica, depende también de que haya una base material que lo permita.
Hasta 1991, las revoluciones que hubo en el siglo XX posteriormente a la soviética, contaban – independientemente del mayor o menor entusiasmo que tuvieran por la misma – con la retaguardia estratégica de la URSS, es decir, tenían disponible, fuera del circuito económico dominado por el imperialismo, un mercado para sus exportaciones, una fuente de aprovisionamiento de productos que les faltara, una plataforma de tecnologías de punta a la cual poder acceder, etc. Y como el mundo estaba dividido por la confrontación URSS-EEUU había interés por parte del gobierno soviético de ampliar sus áreas de influencia. Pero, frente al hecho de que la URSS había alcanzado esa condición venida de la tragedia de la opción estalinista en la décadas de 1920-30, había que equilibrarse entre utilizar esa retaguardia estratégica y no perder el carácter del proceso revolucionario, dura prueba por la que pasaría la experiencia cubana.
La cuestión es: desaparecida la URSS, ¿cuál sería la actual retaguardia estratégica? Si el proceso emancipatorio se da en un país periférico, ¿habría condiciones de mantener y profundizar su rumbo revolucionario inserto en un mercado mundial dominado por el imperialismo? Ni el pensamiento revolucionario (desde Marx y Engels en mediados del siglo XIX) ni el pensamiento y el accionar estratégico del imperialismo (desde 1917) han admitido tal hipótesis.
En el caso de nuestra región, sin embargo, hay una brecha que podría ser utilizada. Producto de la combinación de la existencia de amplias reservas de recursos naturales de todo tipo y del esfuerzo de industrialización en las fases anteriores al neoliberalismo, América Latina tiene un potencial regional de constituir capacidades autónomas frente a la presión del capital imperialista. Pero no hay ningún país que aisladamente lo pueda hacer, debiendo ser un proyecto común a varios.
La integración regional es pues una necesidad para los proyectos emancipatorios, pero también es una posibilidad concreta, gracias al surgimiento,