(A propósito del TLC)
Entre la espada y la pared
“Es
improbable que un acuerdo comercial justo resulte de un proceso
injusto, desequilibrado y desbalanceado”
Stiglitz
El
gobierno colombiano renunció a demandar de los EEUU la
permanencia de los beneficios arancelarios del ATPDEA, como sí
lo ha hecho el del Ecuador hasta última hora y sólo a
las últimas de cambio se quiso hacer valer ante los EEUU la
condición de socio estratégico en la región por
parte de Colombia. Pero, ya era tarde, la suerte estaba echada
cuando el Presidente de la República viajó a
Washington. El Presidente de la República se desplazó
a Washington en procura de enderezar las cargas en la negociación
del TLC con los EEUU; pero sus esfuerzos además de tardíos
resultaron infructuosos, teniendo que regresarse con las manos
vacías. El tiempo de su permanencia sólo le
alcanzó para avanzar en los acuerdos a la chita callando y
entre bastidores con los voceros de los gremios empresariales
colombianos destacados allá, cuyos intereses estaban en juego
en la negociación. Producto por producto, gremio por
gremio, en medio del más intenso lobby de que se tenga
memoria, uno a uno se fue transando, sobre la base de compromisos
adquiridos por el gobierno de que aquellos que resulten afectados
serán compensados generosamente. Su estadía en
Washington no sólo no contribuyó al ablandamiento de la
posición de los negociadores norteamericanos, sino que estos
aprovecharon la oportunidad para torcerle el brazo en procura de
sacarle aún mayores ventajas a la parte colombiana en la
negociación, retrotrayéndose a posiciones que ya se
creían superadas, especialmente en materia de normas
sanitarias y fitosanitarias. En su tenida con el Presidente
Bush, sólo pudo arrancarle tres balbucientes palabras, las que
expresó en su escaso español, las mismas que ya le
había prodigado al final de su romería a su rancho en
Crawford, al mejor estilo de su conservadurismo compasivo: “vamos
a ver”!
La
agenda oculta
Al
final, se esfumaron las esperanzas de quienes, pensando con el deseo,
creían que los EEUU van a ser más comprensivo con
Colombia que lo que lo fueron con Centroamérica y República
Dominicana en la negociación del Cafta-RD; por el contrario su
ambición desmesurada iba más allá y aspiraban y
lo lograron un Cafta-RD plus. No se transaban por menos y para
ello adujeron las enormes dificultades que tuvo Bush para pasar por
un Congreso que le es cada vez más adverso algo que esté
por debajo de lo negociado en ese que fue el último de los
tratados que recibió la ratificación, por estrecho
margen, de unos congresistas cada vez más reacios a
aprobarlos[1],
máxime ahora cuando están en pleno apogeo del proceso
electoral de cara a la renovación del Congreso
norteamericano.
En
la madrugada del día 27 de febrero se dio por cerrado el
proceso de negociación del Tratado bilateral de libre comercio
entre Colombia y los Estados Unidos, después de 15 rondas a lo
largo de 22 meses que transcurrieron desde que el 18 de mayo del 2004
se le dio inicio a las mismas en la Ciudad Heroica. Los medios
registran tal acontecimiento como la crónica de una adhesión
anunciada, pues nada distinto podía esperarse después
del precipitado anuncio del Presidente de la República, en el
sentido de que “Seguramente van a llover rayos y
centellas…que se venga el mundo encima… lo vamos a
firmar y lo vamos a aplicar rapidito”[2].
Y no estamos exagerando cuando hablamos de adhesión; es que
este Tratado se parece tanto al que firmaron Chile y los países
centroamericanos, como una gota de agua a otra gota de agua. Y
no es para menos, cuando es el propio Ministro de Comercio quien
reconoce que “los acuerdos de libre comercio se han venido
uniformando o estandarizando hasta cierto punto, de tal manera que es
posible negociar en 5 o 6 meses lo que antes tomaba más
tiempo”[3]
Un
error garrafal que cometieron nuestros negociadores es haber dejado
para lo último el cierre de las mesas negociación en lo
atinente a los temas más espinosos, entre ellos propiedad
intelectual y sector agropecuario. Ello, pese a que, como lo
afirma Hernando José Gómez, Jefe del equipo negociador
de Colombia, “Nosotros señalamos al principio que
teníamos cuatro sectores muy sensibles: los cuartos traseros
de pollo, el arroz, el maíz, el trigo…”[4].
Esta es parte de la estrategia negociadora de los EEUU, además
del cambio de sus negociadores en dichas mesas y la delegación
de Colombia le ha hecho el juego; de esta manera, lograron aislar al
sector agropecuario respecto al resto de sectores, al punto que el
Consejo intergremial que preside Luis Carlos Villegas, Presidente de
la ANDI, que habían expresado su solidaridad con el sector
agropecuario y había afirmado que no se cerrarían las
negociaciones de los otros sectores hasta tanto se tuviera la
seguridad de que se había cerrado una buena negociación
por parte del sector agropecuario, ahora le han dado la espalda y lo
han abandonado a su propia suerte. De alguna manera le
prestaron oídos a la exhortación que les hiciera Rudolf
Hommes en una de sus acostumbradas invectivas en contra de los
“dinosaurios”: sálvese quien pueda!
Ceder,
ceder y ceder
Definitivamente
el campo llevó la peor parte en esta negociación,
habida cuenta de la posición inamovible que mantuvo a todo
trance los EEUU respecto a las ayudas y los subsidios a sus productos
agropecuarios, mientras nuestros negociadores no hicieron otra cosa
que ceder y ceder. De nada sirvieron las “líneas
rojas” que a manera de líneas Maginot, se definieron
tempranamente en la negociación, para demarcar el piso de
nuestras ambiciones en esa materia, pues a las primeras de cambio las
abandonaron, las traspasaron y, en cambio, se fueron plegando sin
oponer mayor resistencia a las pretensiones de los norteamericanos.
Las palabras del Ministro de Agricultura, Andrés Felipe Arias,
fueron premonitorias: “Es posible que se muevan algunas
líneas rojas y eso no lo puedo negar”[5].
Dicho y hecho! Entre los productos que resultaron malogrados se
destacan el arroz, el maíz, los pollos, considerados por el
propio gobierno como hipersensibles, dado que hacen parte de cadenas
productivas intensivas en mano de obra, amén de la gran
vulnerabilidad del campo colombiano, en el cual se escenifica uno de
los más cruentos conflictos armados de distinto signo e
intensidad. Con sobrada razón sostuvo el Presidente
Uribe en la instalación de las sesiones del Congreso de la
República el 20 de julio de 2004 “Una agricultura
débil equivale a un terrorismo fuerte”[6].
Y lo reiteró en su discurso de instalación de las
negociaciones en Cartagena: “En nuestro medio, la fortaleza del
sector agropecuario es la garantía de la destrucción
definitiva de las drogas ilícitas. En consecuencia, la
equidad con el sector agropecuario es un instrumento para derrotar el
terrorismo financiado por la droga”[7].
Al decir del ex ministro de agricultura y actual codirector del Banco
de la República, Carlos Gustavo Cano, “Alimentos podemos
traer, lo que no se puede importar es la tranquilidad pública,
esta se hace en casa y no es transable...El tema de la agricultura
no es cuestión de alimentos baratos para las ciudades, es de
ocupación pacífica y productiva del territorio, es un
tema geopolítico y de supervivencia colectiva”[8].
Como
lo afirmó Hernando José Gómez, Jefe coordinador
del equipo negociador de Colombia, “Nosotros señalamos
al principio que teníamos cuatro sectores muy sensibles: los
cuartos traseros de pollo, el arroz, el maíz, el trigo…”[9].
Y no es cierto, como lo afirma la Revista Dinero, en cuanto a los
productos llamados ´perdedores´, que “lo importante
para Colombia es entender que no pierden por cuenta del Tratado,
sino de su falta de competitividad internacional. En otras
palabras, ya habían perdido la batalla de la
globalización”[10].
Acaso se podrá afirmar, a guisa de ejemplo, que los Estados
Unidos es más competitivo que Colombia en la producción
de arroz? Los EEUU acapara el 13% de las exportaciones del grano a
nivel mundial, con 3.5 millones de toneladas métricas de las 9
millones de toneladas que produce anualmente, apenas superados por
Tailandia y Vietnam. Colombia, por su parte, produce 2 millones
de toneladas anuales, esparcidas por todo el país, desde los
llanos orientales pasando por el Tolima y Huila hasta el Caribe
colombiano. Pero el arma secreta que esgrime para capturar más
y más mercados en el mundo para sus excedentes agrícolas
en general, a expensas de la producción doméstica de
países como el nuestro, son los subsidios y las ayudas
internas. Producir una tonelada de arroz en los EEUU cuesta
entre 15 y 28 dólares más que en Colombia, sin incluir
los fletes y los seguros; es decir, que la productividad en Colombia
es muy superior. En muchas regiones de Colombia, a diferencia
de los EEUU se obtienen tres cosechas al año de arroz.
Pero estas ventajas, tanto comparativas como competitivas, se anulan
por efecto de los subsidios y las ayudas internas; producir una
tonelada de arroz en Estados Unidos costaba US $186 en el 2002 y en
Colombia, en el 2003, entre 158 y 171 dólares. En el
año 2004, los productores de arroz en los EEUU recibieron $3
billones en subsidios, equivalente al valor de dos veces la
producción anual de arroz en Colombia. Así
quién compite y algo similar ocurre con los productos lácteos,
los cárnicos, las oleaginosas y el azúcar, entre otros.
Subsidios
a granel
El
contraste es muy marcado, en el año 2005 los subsidios
agrícolas en los EEUU sobrepasaron los US $50.000 millones;
entre tanto en Colombia no superaron la barrera de los US $400
millones; mientras en Colombia el 77% de la protección al
sector agropecuario corresponde a aranceles y el 23% a ayudas
internas, en los EEUU operan al revés, 23% corresponde a
aranceles y 77% a ayudas internas[11].
Los EEUU destinan 0.8% de su PIB a subvencionar su agricultura (20%
en ayudas directas a la producción); del total de ingresos
brutos que recibieron los agricultores de los EEUU en 2002, se estima
que el 48.8% corresponde a subsidios. En otras palabras, por
cada dólar de ingreso US $0.50 son ayudas, subsidios y
transferencias sin las cuales no habrían podido ellos competir
en los mercados internacionales. Por cada dólar
aportado por la agricultura al PIB, la Unión Europea (UE) y
Estados Unidos otorgaron a sus agricultores subsidios por US $0.95 y
US $0.61, respectivamente. Y lo más grave es que la
tendencia es a canalizar recursos cada vez mayores para cubrir tales
erogaciones; para el período 2003 – 2009, EEUU tiene un
presupuesto con esa destinación de US $180.000 millones[12],
superior en un 80% con respecto a la asignación del período
anterior (1996 – 2002). Paradójicamente, “los
aranceles medios aplicados a los productos agrícolas, que son
el principal mecanismo de protección en los países en
desarrollo, disminuyeron del 30% al 18% durante el decenio de
1990”[13].
Estas cifras son tan contundentes como reveladoras. Y esto a
pesar de su compromiso en la Cumbre de Doha de la OMC de desmontar
gradualmente tales subsidios y ayudas, dada la gran distorsión
que provoca en los mercados internacionales.
De
allí que no resulte aventurado afirmar que no es creíble
la promesa del gobierno de Bush en la Cumbre de la OMC en Hong Kong,
en noviembre pasado, en el sentido de que en el 2013 los
subsidios empezarán a desaparecer. En tales
circunstancias, de poco o nada le sirve al país,
particularmente a su sector agropecuario acordar como en efecto se
pactó plazos de desgravación arancelaria (en este caso
por 19 años), por más amplios que estos sean, si pari
pasu los países desarrollados no se comprometen a suprimir las
ayudas y subsidios en unos plazos razonables. A pesar del
arancel del 80%, a partir del cual empieza su desmonte gradual, el
grano seguirá entrando al país un 25% o 30% más
barato que el producido en el país. De hecho, al entrar
en vigencia el Tratado podrán entrar al país 79.000
toneladas sin pagar arancel y subsidiados, que vienen a competir
ventajosamente con la producción doméstica que hace del
nuestro un país autosuficiente en arroz. En Colombia,
según proyecciones del Ministerio de Agricultura para el 2006,
tendremos una producción de arroz de 2.1 millones de
toneladas, a ras con bola con el consumo interno. Con ello,
simplemente estamos prolongándole la agonía de este
sector que es vital para nuestro país, pues sólo las
salvaguardas y/o la franja de precios que nos obligamos a desmontar
podrían contrarrestarlos eficazmente.
El
desguarnecimiento del campo
Como
lo sostiene el experto en el tema, Tomás Uribe Mosquera, la
renuncia sigilosa al SAFP sin contraprestación alguna –
distinta a empezar a negociar – configura a la vez un triunfo
de la opacidad y el principal error estratégico de la
negociación. Es tanto más controvertible, cuanto
que los Estados Unidos aceptaron mantener las bandas de precio
chilenas en el respectivo TLC, hasta por 12 años”[14].
De este modo, Colombia renunció a la protección social
del campo, lo cual es sumamente grave. Es más, como lo
advierte el ex presidente López “La idea de compensar
con subsidio los cultivos afectados, mientras los europeos y los
norteamericanos perseveren en sus políticas de ayuda monetaria
es prácticamente inaplicable. Equivale a embarcarnos
en una rivalidad de pobres contra millonarios, que, con buena suerte,
podría sostenerse por poquísimos años.
Pero, no es únicamente el subsidio extranjero la verdadera
amenaza contra los productos de nuestro suelo. El más
grave problema es el de la financiación y la comercialización
de nuestros productos agrícolas y pecuarios, que sólo
alcanzan a menos de un 6% de los préstamos del sistema
financiero público y privado. La producción anual
se aproxima a $10.8 billones y sólo un 20% de crédito
viene a activarla y sostenerla”[15].
Bien lo dijo el gerente de fedearroz, Rafael Hernández, “El
gobierno esta invitando a un buen morir del agro”[16],
pues los pasos que se han dado son letales para este sector y estamos
hablando de más de 200 municipios del país que viven
del cultivo del cereal.
Otro
producto que fue catalogado por el gobierno colomb