La segunda muerte del sueño de Bolívar
El día en que esa pobre cosa que ejerce la presidencia del cuarto país en población y el séptimo en tamaño del continente americano, anunció, con sus ojos de vaca cagona, en cadena de radio y TV, la firma de un tratado de “libre comercio” con Estados Unidos, que condena a Colombia, oficialmente, a tener el triste papel de república neobananera y a renunciar a los sueños de su pueblo de vivir en soberanía y desarrollo, fue el primero en que comenzaba a materializarse la estrategia de matar, por segunda vez, el sueño de Bolívar.
Para entender como se llegó a ese punto, debemos remontarnos en el tiempo para ver como han sido las relaciones Estados Unidos-América Latina desde la guerra de independencia.
La doctrina Monroe sigue vigente
En el país del norte, y gracias a la aparición de los partidos políticos, una emergente generación de políticos ambiciosos asaltó el poder en Norteamérica a principios del siglo XIX, alteró los hermosos principios de la revolución independentista, e impuso una política imperial de expansión territorial y del sometimiento de las naciones vecinas.
Es por ello que, cuando Bolívar expone su plan de una Confederación de naciones latinoamericanas y propone en 1822 la celebración de un Congreso en Panamá que, según sus palabras, sería “La asociación de los cinco grandes Estados de América es tan sublime en sí misma, que no dudo vendrá a ser motivo de asombro para la Europa. La imaginación no puede concebir sin pasmo la magnitud de un coloso, que semejante al Júpiter de Homero, hará temblar la tierra de una ojeada. ¿Quién resistirá a la América reunida de corazón, sumisa a una ley y guiada por la antorcha de la libertad?”
Ante esa propuesta, la burocracia política emergente de USA responde en 1823 con la llamada Doctrina Monroe, estrategia destinada a impedir el nacimiento y desarrollo de naciones soberanas al sur del continente y que pudiesen servir de contrapeso en la región a los deseos imperiales de esa burocracia política que estaba naciendo en el norte, cuyo trabajo de zapa y división se facilitó en aquella época, gracias a que las nuevas naciones tenían escaso tiempo de constituidas, y no poseían un poder interno consolidado.
Y ese continuó siendo, por más de 180 años, el objetivo norteamericano en nuestro sub-continente: impedir nuestro desarrollo: Ora mediante intervenciones directas, como en Dominicana, Cuba, Puerto Rico, etc.; Ora mediante el mantenimiento de dictaduras como las de Gómez o Pinochet; Ora mediante la compra de políticos miserables, como los que gobernaron la llamada cuarta república en Venezuela. Eso explica también el porque, mientras hacían enormes inversiones de capital en Europa y el este asiático, impulsando el desarrollo de esos países, en América Latina sus inversiones fueron pírricas.
Ahora bien, las condiciones que permitieron ese dominio imperial están cambiando. El fin de la guerra fría y el crecimiento cuantitativo y cualitativo de la población de los países latinoamericanos les abre la posibilidad de una lucha exitosa por alcanzar su prosperidad. Así lo han entendido sus pueblos, y es por eso que vemos que en casi todas las elecciones recientes en los países del área han triunfado las fórmulas nacionalistas.
Ante esa nueva situación en la cual, además de ver peligrar sus sueños imperiales, la burocracia gobernante de Estados Unidos se ha dado cuenta que cualquier desarrollo en el área es una competencia en el acceso a los valiosos recursos minerales no renovables, algunos en vía de agotarse, y, paralela a la política de castrar nuestro desarrollo económico con propuestas como la del ALCA y la firma de TLC con algunos países, ha iniciado una estrategia divisionista similar a la del pasado, agrediendo a los gobiernos de Venezuela, Bolivia y Cuba, acusándolos de ser el “eje del mal”, y procurando diferenciarlos del grupo que ellos catalogan como “racionales”, integrado por Argentina, Uruguay, Brasil, etc., y del grupo de sus incondicionales, en donde estarían Colombia y Perú, entre otros, buscando así lubricar una intervención.
La enfermadad infantil del izquierdismo
Esta estrategia de sembrar cizaña ha comenzado a tener éxito, ya que, de una lucha que se planteaba por la integración latinoamericana y que contaba con una aceptación general en todo el continente, ahora, en un giro de 180°, han logrado, mediante la provocación directa y de sus agentes internos, que en algunos sectores se plantee ahora la lucha como “anti-imperialista” y “anti-capitalista”, lucha que, además de colocar en peligro el alcanzar las metas comunes de soberanía, integración y desarrollo, la mayoría de la población no entiende ni comparte, tal como quedó demostrado en la reciente encuesta publicada en el diario Ultimas Noticias, en la cual, sobre la polémica actual Venezuela-EEUU, el 50,4% opina que debe terminar, y el 32,8% que debe suavizarse. El ¡83,2%! de la población venezolana no relaciona la acción de Estados Unidos como un peligro a nuestro desarrollo.
Este divorcio conceptual entre algunos sectores dirigentes y la mayoría de la población, me recuerda lo que escribió Lenin sobre la enfermedad infantil del izquierdismo, cuando expresaba lo siguiente sobre uno de los factores fundamentales en el triunfo de la revolución soviética, “por lo acertado de la dirección política que ejerce esta vanguardia, por lo acertado de su estrategia y de su táctica políticas, a condición de que las masas más extensas se convenzan de ello por experiencia propia”
Los latinoamericanos sólo internalizarán lo que significa la amenaza norteamericana actual cuando la entienda, no por imposiciones verticales, sino por “experiencia propia”, cuando el imperio, en su desesperación, torpedee descaradamente cualquier intento de integración.
Es por eso que hubiese preferido, un millón de veces, que en vez del Foro Social Mundial, y sus cantos de La Internacional, se celebrara uno Latinoamericano por la Integración, en el que se entonase un himno, igual de hermoso, a nuestra gran patria latinoamericana. Y no es que esté en contra de los planteamientos de aquél evento, sino que, opino que cualquier movimiento mundial por la democracia y la justicia sólo tendrá éxito en la medida que América Latina tenga éxito en alcanzar su soberanía y desarrollo. Es desde nuestras “venas abiertas” que las grandes transnacionales obtienen los invalorables recursos mineros que sustentan su inmenso poder. Tenemos la llave para alcanzar la paz y la hermandad.
En realidad, todos queremos un mundo de relaciones armoniosas entre todos los países. Sólo que algunos sabemos que alcanzarlas con Estados Unidos, sólo será posible cuando su dirigencia se convenza que ya es imposible seguir con la aplicación de su Doctrina Monroe.
- Carlos Enrique Dallmeier