Acerca de un discurso presidencial insolente
Retomando de manera tosca las teorías neoconservadoras de Bush, Álvaro Uribe, en dilatado discurso a modo de informe de su tarea presidencial presentado a César Gaviria, se reclamó como demócrata con cinco aclamado, por encima de derechas e izquierdas, en un asalto retórico al desprevenido auditorio que se reunió en Pereira con otra razón: conmemorar los treinta años de existencia del periódico La Tarde.
La naturaleza del mandatario se plasmó en ese discurso que, si bien puede ser uno más en pos de la reelección, reproduce la mezcla de megalomanía y manipulación, de la que se ha valido durante tres años para incubar las políticas que llevan al país a la condición de colonia de Estados Unidos. Precisamente Uribe omitió referirse a muchas de ellas, tales como el tratado de adhesión en que se ha convertido el TLC o a reformas como la laboral, la pensional, la forestal y del agua, al estatuto del inversionista o a la nueva ley de contratación y a las privatizaciones, orquestadas en los acuerdos suscritos con el FMI, todas dedicadas a aclimatar el tratado de marras. El truco es santificar al personaje para dogmatizar cuanto emane de él. Es un ardid usado por autocracias, revestidas con halos de popularidad ante la sociedad desesperada, la cual, a su vez, llevada por emociones adecuadamente estimuladas, concede al gobernante patente para hacer y deshacer. Es la razón de tal estilo.
Uribe siempre destaca a la vida misma como el primero de los dones que le debemos. Cómo, merced a su mano firme, se reducen secuestros y homicidios. No repara en que la ONU y las cortes denuncian los dictados oficiales como violatorios de derechos fundamentales, ni en que cotidianamente los medios difunden casos de violencia urbana tanto o más graves que los del conflicto armado, y cuya medición real obligó la salida del Director del DANE, ni en que no aparezca la justicia en crímenes en los que están involucrados agentes oficiales, ni en que en la Seguridad Democrática se gasten ya más de 30 billones de pesos de los contribuyentes y que, pese a ello, las estructuras básicas de los grupos irregulares estén intactas. Por el contrario, negando lo que la teoría y entendidos como Stiglitz han esclarecido aun para casos como el de Colombia, Uribe lleva su cruzada contra el terrorismo a la categoría de suficiente para sacar a Colombia del atraso en el que se ubica en el contexto mundial.
En alarde altanero contra los conceptos más completos sobre el desarrollo, destacó en su intervención, como muestras de cohesión social, los almuerzos para los ancianos, las ayudas para los “niñitos”, el número de los matriculados en el SENA, el incremento de afiliados al SISBEN o la pavimentación de carreteras de vereda, en el mismo momento cuando se avisan despidos colectivos en las maquilas confeccionistas del Eje Cafetero por la revaluación y la desigual competencia con China y Centroamérica. Hace gala del “populismo del bueno” como arma para cazar incautos.
Cuando peroró sobre la separación de poderes justificó a Teodolindos y a Yidis, tanto los ordinarios como los distinguidos, al argumentar los nombramientos diplomáticos entre la parentela de los congresistas por su coincidencia con las políticas oficiales y al advertir que podrían venir más como “excepciones justificadas”. Con respecto a la rama judicial, olvida sus embates contra ella y contra los fallos que le han sido adversos, liderados por escuderos de la monta de Mario Uribe o Fernando Londoño, y también las declaraciones ligeras al respecto del intonso vicepresidente.
Habría sido bueno que la mención de la salvación de la industria cafetera que, según él, se fraguó en este gobierno y que se consolidará con la “especialización en especiales”,se hubiera acompañado de la explicación por qué su ex consejero, José Roberto Arango, pasó de tal cargo al de miembro de la junta directiva de la empresa privada que usufructuó por dos años sin contrato la marca Juan Valdés de propiedad del Fondo Nacional del Café, la firma que ha tenido en Uribe a un connotado promotor. Es un caso de “transparencia” que nada le envidia a otros célebres como el de Corfioccidente y demás disparates que se han dado en las instituciones cafeteras.
Faltando un año para el desenlace, se escuchan voces pidiendo a la Providencia “preservar a la nación de Uribe”. Tal plegaria debe elevase no sólo para conjurar la ladina forma de gobierno sino principalmente el contenido de las políticas, al servicio de las cuales está precisamente el repudiado método. De desaparecer éste pero de proseguir aquellas, la desgracia sería igual o peor. La alternativa no puede ser neoliberalismo o neoconservatismo. Ni más faltaba.