Neoliberalismo, migrantes y TLC
Decía el filósofo que "si la naturaleza es la madre de toda
riqueza, el trabajo es el padre", cita que cae como anillo
al dedo para comentar dos dramas que son uno solo: las
altas tasas de desempleo y empleo informal de Colombia y
los millones que han tenido que desplazarse al exterior en
búsqueda de poder ganarse la vida honradamente, más que por
la violencia como reza la propaganda oficial.
Además de las obvias razones de tipo social por las que
debe buscarse el pleno y buen empleo, argumentos a los que
son refractarios los encallecidos partidarios de la
globalización neoliberal, darle trabajo productivo a los
habitantes de un país resulta fundamental porque de él
depende la cantidad de riqueza que se cree y esta es,
inevitablemente, el fundamento de su distribución. Aunque
sea cierto que tener bastante para repartir no implica que
se reparta bien, tampoco puede ponerse en duda que nadie
puede distribuir más que lo que exista. Si algo explica las
diferencias entre los niveles de vida de los gringos y los
colombianos es que Estados Unidos produce cerca de veinte
veces más que Colombia por habitante al año.
Por tanto, cada colombiano que emigra es una pérdida para
la economía nacional y una ganancia para el país a dónde
llega, y más si ni siquiera puede alegarse que Colombia
padece por un problema de superpoblación. A estas razones
debe agregárseles que quienes se desplazan al exterior se
llevan sus ahorros y que con ellos también se va todo lo
que el país invirtió en formarlos, formación que les dio
las bases que les permiten integrarse productivamente a las
naciones más desarrolladas a las que les toca adaptarse.
Haciendo caso omiso del signo en lo fundamental negativo de
la migración que se comenta, los neoliberales –empezando
por Miguel Urrutia, el primero que habló en el país de los
supuestos beneficios de la especulación financiera– han
salido a hablar maravillas del escandaloso aumento del
desplazamiento al exterior que ha sufrido Colombia en los
últimos años. ¿Su argumento principal? Las remesas que los
xxxxx millones de colombianos envían, las cuales ya suman
xxxxxx millones de dólares, pues esas platas les alivian la
pobreza a las familias que dejaron atrás. Pero que el
gobierno silencie que tras los giros honrados de los
migrantes se ocultan platas de origen ilícito no debe
impedir que se analice también cómo el neoliberalismo es
capaz de convertir en negativo lo positivo que tienen las
remesas de los buenos colombianos que trabajan en el
exterior.
Es cierto que la solidaridad de nuestros compatriotas en el
extranjero para con sus familiares es digna de todo elogio,
tanto más cuanto quienes la realizan no les sobran los
recursos porque en casi todos los casos viven en un mundo
de trabajo bien duro, altos costos y magros ingresos. Pero,
de otro lado, esos recursos generan, no por culpa de
quienes los envían y reciben sino del modelo económico,
primero, revaluación del peso, que golpea la producción
nacional al abaratar las importaciones y encarecer las
exportaciones, lo que empobrece y aumenta el desempleo, y,
segundo, un problema que si se quiere es más grave y que
merece párrafo aparte.
Como en la economía que se padece, y será peor si firman el
TLC con Estados Unidos, una porción cada vez mayor del
gasto nacional no compra bienes generados en Colombia sino
en el exterior, una parte también cada vez más grande de
las remesas se convierte en importaciones, las cuales
golpean la producción nacional y generan el mismo
empobrecimiento y desempleo que desplazó a quienes hacen
los giros. Más aún: sin los millones de pequeñas partidas
que llegan del exterior y que ya empezó a intermediar el
capital financiero, hubiera colapsado el modelo de aumentar
lo importado que se le ha impuesto al país, porque Colombia
no está en capacidad de aumentar sus exportaciones en la
misma proporción. Triste condición la de estos compatriotas
que, sin que puedan evitarlo, están siendo utilizados para
ayudar a sostener las mismas políticas económicas que los
desarraigaron y mantienen en la pobreza a sus familias.
Para completar la visión de esta ignominia, el gobierno de
Colombia no hace nada por lograr el estatus de residentes
legales de los millones de compatriotas que trabajan como
ilegales en el exterior. Y, por supuesto, menos hace el de
Estados Unidos que sabe que esa ilegalidad presiona a la
baja los costos laborales de los monopolios y que de ella
depende que a los emigrantes les toque aceptar trabajos y
salarios que los estadounidenses desprecian.