El estamento sacerdotal

2007-11-13 00:00:00

La barra del público, contigua al salón donde se reúne el pleno de los diputados, viene siendo uno de los últimos puntos de contacto entre las oligarquías y el pueblo, y, en especial, uno de los últimos sitios de encuentro entre esas oligarquías y el movimiento ciudadano que creció alrededor de la lucha contra el TLC, el cual constituye la avanzada política de ese pueblo costarricense. La presencia cotidiana en esos graderíos legislativos de gente que representa a ese movimiento ciudadano, ha puesto a los diputados y diputadas –piezas políticas de las oligarquías- en un predicamento que no les agrada y que les resulta extraño: el contacto con gente del pueblo que piensa, se informa y toma posición por sí misma, y exige que la democracia sea algo más que un formalismo ritual ejercido por el estamento sacerdotal que las oligarquías designan con ese fin.

A la barra del público en la Asamblea Legislativa, llegan personas que reclaman ser escuchada cuando externan sus opiniones e ideas. Gente que considera que los diputados deberían ser representantes populares que tienen el deber de dialogar con la gente; de escuchar y respetar sus opiniones; de rendir cuentas por cada uno de sus actos. Para esta ciudadanía políticamente madura, ninguna diputada o diputado ha recibido con su designación un cheque en blanco que lo faculte para hacer lo que le da la gana. Menos aún hacer de su voto un instrumento al servicio de unos cuantos oligarcas. No puede ir en contra del interés del pueblo, y si lo hace entonces deslegitima su posición como representante popular y vacía la democracia de todo contenido sustantivo.

Pero estas diputadas y diputados no entienden mucho de tales refinamientos. Están hechos conforme lo demanda el molde oligárquico. Recordemos que, en general, están ahí porque ahí lo puso la oligarquía. De ahí que conceptúen la democracia como un simple ejercicio ritual que maquilla y embellece la dominación ejercida por esa oligarquía. Se saben sacerdotes y sacerdotisas y no esperan de sí mismos otra cosa como no sea lucir sus galas en ceremonias tan lujosas como falsas. Es lo mismo que, en otro escenario teatral, vemos hacer a los poderosos hermanos de Casa Presidencial.

Sentirse ungido por algún poder superior es asunto muy jodido. Entre otras cosas porque hace que se pierda el contacto con la realidad. Así parece estar ocurriendo con este estamento sacerdotal que maneja los hilos de la institucionalidad pública en la Costa Rica actual. Se saben designados por la oligarquía y, a decir verdad, se saben parte de ésta. Y en plena borrachera ideológica neoliberal confunden dinero con divinidad. Así, cuando el dinero oligárquico los elije, sienten sobre sí una bendición divina. Se aprestan, entonces, a ejercer la pantomima: sacerdotes y sacerdotisas que, en medio de sahumerios y campanitas tintineantes, interpretan el ritual formal de la democracia. No importa el mundo real ni la gente de a pie. Tan solo interesan los fastos oligárquicos del ceremonial.

Entender esto permite entender mejor porque les molesta que la gente llegue a las barras del público a expresar no solo lo que piensa, sino también sus sentimientos de cólera y decepción frente a tanta arbitrariedad. Este estamento político-sacerdotal de las oligarquías criollas preferiría no saber nada de gente manifestándose. Comprensible, pues, que el lamentable directorio legislativo intente aislar las barras del público en la Asamblea, para poner en cuarentena, y aislado, el mundo de celofán de los sacerdotes y sacerdotisas que aparentan ser representantes populares.

Este síndrome esquizoide se manifiesta en otros templos de esta democracia-ritual. Por ejemplo, cuando el presidente y su hermano interpretan la partitura acerca de la bonanza económica, la abundancia de empleos y la reducción de la pobreza. Que de ser gobernantes responsables, se dejarían de tanto teatro y, en cambio, se afanarían para que Costa Rica esté preparada frente al próximo huracán que nos traerán los gravísimos disturbios que sacuden la economía mundial.

Evidentemente el problema no está confinado a este estamento político-sacerdotal. Lo padecen las oligarquías criollas en general. Vea usted –si tiene la paciencia de hacerlo- los medios de comunicación oligárquicos. Ninguno se entera de que existe un movimiento ciudadano que hoy día exige que la democracia en Costa Rica deje de ser un ritual sin contenido. A lo sumo, y cuando medio perciben que algo pasa, se muestran perfectamente ineptos para entender qué es eso que está pasando.

La consecuencia de todo esto ya va resultando clara: el nuestro es un país cada vez más dividido. De un lado, una oligarquía solipsista. Cree que el dinero es dios y que el mundo son ellos. De otro lado un pueblo que madura políticamente y que, al expresarse crítico e inconforme, exige que la democracia sea sustancia y no teatralidad. Admitámoslo: ese solipsismo oligárquico siembra vientos de tempestad.