La bendición del TLC

2007-05-24 00:00:00

El TLC ha sido una bendición justo porque es un problema. Baste recordar el hecho de que es una constitución de contrabando, que subvierte y corrompe la existente. Ello ha quedado en evidencia, con tremenda contundencia, en el análisis formulado por el calificadísimo equipo de juristas de la Universidad de Costa Rica. Aprobarlo con el cúmulo y calibre de las inconstitucionalidades que contiene equivale, en la práctica, a imponer una constitución paralela, en directa colisión con la verdadera Constitución y cuyo mayor poder corruptor deviene justamente de su naturaleza subrepticia, en cuanto aparece disfrazada de tratado. Y en el intento por imponerse como una constitución de contrabando se desnuda su naturaleza fundamental, como expresión cumbre de la avaricia más desenfrenada. Justo eso subyace al intento de remodelación en profundidad de una sociedad entera, desde sus más básicos fundamentos institucionales, en función de los intereses del capital transnacional y sus socios locales. Tal es el que cierta vez se me ocurrió llamar \"efecto plasticina\".

Efecto plasticina, sí. Y con ello aceptar que nuestras vidas literalmente dependen de la inversión extranjera, de las alianzas de ésta con el gran empresariado nacional y de las abultadas ganancias que unos y otros obtendrían de tan provechosa simbiosis. Y admitir, pues, que no merecemos tener un país a la medida de nuestras propias vidas ni diseñado según nuestras necesidades y aspiraciones. Humildes y sumisos, reconoceremos entonces que no respiramos ni pensamos ni sentimos ni soñamos ni trabajamos ni somos capaces de vivir nuestras vidas, si no es gracias al capital transnacional y sus capataces criollos.

Pero justo en su poderío desproporcionado yace su debilidad. El TLC es frágil porque desde un criterio muy estrecho –los intereses transnacionales y los de las oligarquías criollas– ha pretendido abarcar demasiado, subordinar demasiado, forzar demasiado. El efecto plasticina es a tal punto arrasador que, por ello mismo, resulta indigerible. Quizá un pueblo analfabeto e insensible podría haber sido presa entregada dócilmente a este totalitarismo de la inversión extranjera. No es nuestro caso y no, en especial, el de esa ciudadanía organizada que constituye la avanzada política del pueblo costarricense. Por ahí empieza a emerger la bendición del TLC.

Con el TLC nos dimos cuenta que tenemos una historia patria que estudiar y valorar y un legado que recuperar, limpiar, superar. Y, más importante aún, todo un futuro por construir. Con el TLC vimos que quienes andábamos a la búsqueda de alternativas éramos muchísima gente, y hemos constatado que, en nuestra rica heterogeneidad, somos capaces de construir la unidad desde la inclusión respetuosa de lo diverso. Y constatamos que la inteligencia y la convicción y el amor y el respeto pueden ser instrumentos de paz que derroten la violencia del dinero y el marketing.

Y en el proceso, mucha gente ha ido madurando, por sí y en interacción con los demás, entendiendo que pueden organizarse por su cuenta, movilizarse y expresarse por su cuenta. Y también por su cuenta trabajar para construir una sociedad y un mundo distintos. Y en este riquísimo proceso de maduración, y en contra de lo que dicen oligarcas y políticos despistados u oportunistas, la gente ha demostrado que sí es capaz de entender el TLC. Porque incluso los tecnicismos mejor blindados ceden ante el ácido corrosivo de la sensibilidad de esta ciudadanía madura. La gente se lo ha ido apropiando. Y entonces el agua dejó de ser el líquido que sale por el tubo. Devino vida y derecho y riqueza colectiva. Y el ICE es símbolo de nuestra capacidad para modelar el desarrollo que queremos darnos. Y propiedad intelectual, más que ritual inerte de formalismos legales, es desafío a nuestro derecho a la salud, a las semillas para producir nuestros alimentos, al conocimiento y la cultura y la ciencia. Y se entendió que nada hay en la inversión extranjera que garantice automáticamente ni empleo ni riqueza ni, menos aún, igualdad o justicia. Que los intereses de las transnacionales y de sus socios locales no son los intereses del pueblo de Costa Rica y que los privilegios con que se les quiere obsequiar secuestran la democracia y niegan el derecho a una vida digna.

Les incomoda horriblemente y, sobre todo, los asusta. Una ciudadanía políticamente madura es amenaza gravísima a los intereses oligárquicos. La entrevista a Carrillo, Presidente de la Unión de Cámaras, ( Diario Extra, jueves 17 de mayo), lo transmite con patética claridad. Más tranquilizantes resultaban los mitos aquellos acerca del pueblo analfabeto, sin capacidad de abstracción y demás bagatelas con que el establishment intentaba infantilizarlo y declararlo incapaz. Les salió respondón. Y, lo que es peor, deseoso de hacer y decir y pensar autónomamente. E incluso dispuesto a tomar el país en sus manos y expulsar a ladrones y mercachifles y cobardes y filibusteros.

El TLC, de tan violento, resultó finalmente una bendición. Ha despertado potencialidades de renovación, de cambio y saneamiento. El latido de otra Costa Rica es marea en crecimiento. El reto inmediato es lograr que todo nuestro pueblo se haga parte de esta correntada. El paso siguiente es convertirla en proyecto político viable, radicalmente democrático e inclusivo.