Las bases militares extranjeras en el mundo: Los tentáculos del imperio

2007-03-02 00:00:00

Las bases militares extranjeras están concebidas para proyectar el poder militar de Estados Unidos en todo el mundo pero, al mismo tiempo, sus consecuencias más visibles y cotidianas se hacen sentir en el ámbito local o nacional.

Índice

Introducción
Pérdida de soberanía
Turquía
Déficit democrático e inmunidad
Las Filipinas
Sumidero económico
Hawai
Desplazamientos de población
Diego García
Mapa: expansión mundial del ejército estadounidense
Repercusiones medioambientales
Panamá
Peligros para la salud
Guam
Delincuencia e impunidad
Corea
Delitos sexuales y prostitución Okinawa
Para saber más
Colaboradores

Introducción

Hace unos años, se puso de moda, durante un tiempo, hablar de la “desterritorialización” del imperio, con lo que se quería decir que el control imperial se había visto sustituido por otras formas de control político más sutiles. Pero si echamos una ojeada a las redes de bases militares extranjeras en todo el mundo, esta teoría se desmonta, puesto que aún siguen en funcionamiento más de 1.000 bases e instalaciones de este tipo, la mayoría de las cuales gestionadas por el ejército estadounidense, que tiene presencia militar en más de 130 países. Éstas van desde extensas instalaciones, como en la bahía de Guantánamo, a centros de espionaje o campos de entrenamiento conjunto de menores dimensiones, depósitos para misiles nucleares, instalaciones de “descanso y recuperación” y estaciones de repostaje. Además, los Estados Unidos y algunos de sus aliados de la OTAN complementan esta amplia presencia militar con una red aún más elaborada de derechos: derechos de puertos de escala, de aterrizaje para aviones espía y militares, de repostaje y de sobrevuelo. Instalar bases militares en territorio ajeno es algo tan antiguo como el propio concepto de ejército organizado. Pero la historia de la actual red mundial de bases militares extranjeras empieza en la época colonial, durante la que el Reino Unido y otras potencias europeas establecieron infraestructuras militares con miras a reprimir el descontento de la población local, protegerse de otras potencias y dar apoyo a todo tipo de operaciones militares o civiles en torno a las posesiones coloniales. Gran Bretaña y Francia aún mantienen bases más allá de sus fronteras –restos del colonialismo–, pero la gran mayoría de bases militares extranjeras actuales pertenece a los Estados Unidos. De base a base

Aunque los Estados Unidos intentaron mantener el aura de una política exterior no colonialista durante todo el siglo XX, sus primeras bases en el extranjero se establecieron en 1898, después de ganar la última guerra hispano-estadounidense y hacerse con Puerto Rico, la bahía de Guantánamo, Filipinas, Guam y Hawai. Por aquel entonces, el Gobierno McKinley consideraba que Hawai era un territorio vital “para ayudarnos a conseguir la parte que nos corresponde de China”. Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos expandieron su imperio de bases rápidamente, forjando el mapa político bipolar con el envío de tropas y armamento a Europa y Asia Oriental, en un intento por “frenar” las aspiraciones de la URSS y poder librar guerras por delegación en Asia, América Latina y África.

Después de 1989, los Estados Unidos iniciaron un importante programa de “reestructuración de bases”. El programa perseguía reducir el número de soldados estadounidenses estacionados en Europa y Asia Oriental y, al mismo tiempo, ampliar el alcance militar mundial de Washington abriendo bases estratégicas, aunque fueran pequeñas, en zonas donde hasta entonces no había presencia del ejército estadounidense. En la última década, esta carrera por el “dominio integral” se ha concentrado en el establecimiento de una red mundial de centros de espionaje en la línea de los “puestos de escucha” de Echelon, como Menwith Hill en el Reino Unido; de las instalaciones necesarias para el proyecto de defensa antimisiles, y de pequeños centros operativos “de avanzada” que permiten a los Estados Unidos atacar con rapidez cualquier lugar y en cualquier momento. Este proyecto sigue en marcha, y el 20 de febrero de 2007 el Gobierno estadounidense anunció que existían acuerdos provisionales para establecer nuevas bases de radares para “defensa antimisiles” en Polonia y la República Checa.

Sin embargo, la incapacidad para mantener invasiones militares sobre el terreno –en Somalia durante los años noventa y, más recientemente, en Irak y Afganistán– ha despertado dudas entre las elites militares estadounidenses sobre el objetivo original de reducir la presencia de tropas terrestres en el extranjero. En consecuencia, parece haberse detenido la retirada de tropas de Alemania, Italia, Japón y Corea. Además, los Estados Unidos parecen estar proyectando una docena de bases “duraderas” con las que dar apoyo a miles de soldados en Irak y Afganistán, ampliar su infraestructura militar en el exterior y poner el debate sobre la “retirada” de los Estados Unidos bajo una nueva perspectiva. Pero las bases no son fortalezas militares aisladas. Sin su extensa red de bases militares en todo el mundo, los Estados Unidos no habrían podido efectuar más de 300 intervenciones militares en el extranjero durante el siglo XX. Sin ellas, habría sido mucho más difícil derrocar gobiernos latinoamericanos democráticos y simpatizantes del cambio socialista, e involucrarse tan intensamente en guerras y campañas en Asia Oriental. Y evidentemente, también habrían resultado mucho más complicadas las prolongadas campañas de bombardeo de Irak durante los años noventa, por no hablar de las invasiones de Afganistán e Irak, dirigidas por los estadounidenses, o de la invasión del Líbano por parte de Israel, respaldada también por Washington. Y si las bases de Turquía, Arabia Saudí y Diego García fueron fundamentales en estas campañas, la actual concentración de medios militares en Irak, Afganistán, Asia Central, Pakistán y los estados del Golfo permitiría a los Estados Unidos controlar o incluso invadir Irán en el futuro.

Bases extranjeras, impactos locales

Las bases militares extranjeras están concebidas para proyectar su poder militar en todo el mundo pero, al mismo tiempo, sus consecuencias más visibles y cotidianas se hacen sentir en el ámbito local o nacional. Este manual analiza algunas de dichas consecuencias en mayor detalle. Se acerca a casos concretos en que la proximidad de una base ha llevado a la población local a organizar protestas, en algunas ocasiones durante décadas. A lo largo de sus ocho capítulos, desgrana los “motivos por los que las bases son perjudiciales para la salud”. Cada uno de los capítulos repasa el contexto de fondo de un problema y, a continuación, presenta un caso concreto que ilustra dicho problema general y los notables esfuerzos que ha realizado la gente sobre el terreno en su infatigable lucha en contra de las injusticias que acompañan a las bases militares extranjeras. Así, se realiza un recorrido por los efectos catastróficos de las bases sobre las economías locales, el medio ambiente y la salud pública; por la pérdida de poder soberano de la “nación de acogida” y la consiguiente falta de responsabilidad democrática provocada por las bases extranjeras, así como por la cuestión moral de que el propio país se convierta en cómplice de la violación del derecho internacional humanitario y de guerra. Se pasa también por el aumento de las tasas de delincuencia, la imposibilidad para la mayoría de países de acogida de juzgar a soldados estadounidenses y, más concretamente, los altos índices de violaciones, prostitución y explotación de mujeres que envuelven a las bases. Y, finalmente, por la historia de aquellos que perdieron tierras y hogares, o incluso territorios ancestrales sagrados, para dar cabida a una base extranjera, como sucedió en Diego García, Thule (Groendlandia) y Vieques (Puerto Rico).

Contraatacando al imperio

La resistencia a la presencia militar extranjera es casi tan generalizada como las propias bases, sean baluartes coloniales, instalaciones de defensa de avanzada de la Guerra Fría o plataformas de “dominio integral” más actuales. La ciudad italiana de Vicenza, por ejemplo, ha sido testigo recientemente de un gran movimiento en contra del proyecto de construcción de una nueva base en Dal Molin, el antiguo aeropuerto de la localidad. El 18 de febrero de 2007, unas 120.000 personas de toda Italia tomaron las calles de esta ciudad de 110.000 habitantes. “Estamos en contra de la base. Defendemos nuestra tierra y no queremos estar en la vanguardia de la guerra global contra el terrorismo”, declaró Francesco Pavin, de “No al Dal Molin”, una plataforma de ciudadanos, activistas contra la guerra y grupos religiosos y ecologistas. Cinzia Bottene, organizadora de uno de los diversos comités ciudadanos contra la base, señaló que los vecinos están preocupados por que “una nueva base ejercerá presión sobre nuestras infraestructuras, nuestros servicios, nuestros recursos. Destruirá nuestra comunidad”.

Pero esto es algo más que una simple lucha local. Tal como manifestó Toni Pigatto, de la asociación local de boy scouts, a Inter Press Service, “no sólo protestamos porque construirán otra base militar en Vicenza. Decimos no aquí y no en ningún otro lugar. Rechazamos la idea de que la democracia se pueda difundir a través de armas”.

Éste es el espíritu que comparte la red mundial de ciudadanos, activistas e investigadores que ha surgido durante los últimos tres años con el objetivo de hacer frente al fenómeno de las bases militares extranjeras. Este grupo de organizaciones y personas, sirviéndose de una lista de correo electrónico, un sitio web conjunto (no-bases.net) y reuniones en los foros sociales y otras conferencias para intercambiar información, discutir estrategias y organizar investigaciones y campañas a escala internacional, ha ido creciendo hasta convertirse en un movimiento verdaderamente mundial, integrado en los movimientos por la justicia social y contra la guerra. Este manual se presenta en ocasión de la primera conferencia mundial de esta red, celebrada en Ecuador entre el 5 y el 9 de marzo de 2007, desde la que se reivindica la abolición de las bases militares extranjeras, y su objetivo es proporcionar una breve guía de fácil lectura con los principales argumentos contra las bases militares extranjeras. La meta subyacente de esta red parte del reconocimiento de que, aunque sigue siendo importante fortalecer cada una de las campañas locales contra bases militares, ya va siendo hora de desafiar toda la estructura de las bases a escala mundial. Esto entraña poner en tela de juicio las justificaciones morales, económicas y políticas en las que se asienta la idea de que algunos países pueden exportar su militarismo a todo el planeta. Para aquellos que luchan por liberarse del yugo de los Estados Unidos y otras fuerzas militares extranjeras, la Declaración de Independencia de los Estados Unidos puede constituir un buen punto de partida, pues en ella se expresa que los Estados Unidos deseaban verse libres del dominio británico “por acuartelar grandes cuerpos de tropas armadas entre nuestra población” y “por protegerlos mediante falsos juicios del castigo por asesinatos cometidos sobre los habitantes de estos estados”. Las comunidades ya se están organizando, en todo el mundo, para declarar su propia independencia de los Estados Unidos y sus bases. Wilbert van der Zeijden Amsterdam, Países Bajos 21 de febrero de 2007

Pérdida de soberanía

Cuando un Estado acepta la presencia de bases estadounidenses en su territorio, acepta de hecho el actuar como punto de partida de acciones militares, ya sean invasiones, ataques aéreos u operaciones encubiertas. Irak, por ejemplo, fue bombardeado durante más de una década desde lugares tan distantes entre sí como Okinawa, Diego García, Turquía, Italia y Alemania. Los cultivos de los cocaleros colombianos son fumigados con aviones que despegan desde Ecuador. Somalia fue bombardeada recientemente desde Djibouti y, muy probablemente, desde Diego García.

Alemania se opuso oficialmente a la guerra de Irak en 2003, pero eso no evitó que el país se utilizara como base para el traslado de un gran número de soldados estadounidenses, material y equipos militares. En 1986, en Gran Bretaña hubo protestas contra el bombardeo de Libia desde bases británicas; no sólo por la acción bélica en sí, sino porque ésta no se notificó de antemano a los políticos británicos. Y los Estados Unidos, que mantienen un arsenal nuclear secreto en seis bases europeas, siguen gozando del derecho a lanzar estas armas sin consultarlo previamente con los gobiernos de acogida.

Los detractores de las bases estadounidenses sostienen que el uso del territorio de otro país como plataforma de lanzamiento de operaciones militares los hace vulnerables a ataques en respuesta a actos de los que no son directamente responsables, ni sobre los que los ciudadanos pueden opinar. Al Qaeda inició su andadura como campaña contra del estacionamiento de tropas estadounidenses en las bases de Arabia Saudí. Y los activistas contra las bases de Okinawa afirman que, a pesar de la oposición de gran parte de la población a las políticas estadounidenses en materia de armas nucleares y “guerra contra el terrorismo”, la presencia de esas enormes bases en la zona convierte a la isla en posible objetivo de ataques nucleares o atentados terroristas.

En colonias estadounidenses como Vieques y Guam, la decisión de utilizar sus territorios con fines militares ha generado conflictos entre los defensores de la soberanía local y los partidarios de la soberanía nacional. Las autoridades locales y los ciudadanos son contrarios a las bases porque éstas traen consigo la destrucción de los recursos y las culturas locales, pero el Gobierno federal y el ejército de los Estados Unidos se imponen sobre ellos. En lugares como Okinawa, el Gobierno central japonés ha recurrido a presiones políticas y amenazas económicas para evitar que los representantes electos locales mantengan su resistencia a la presencia militar estadounidense.

Turquía

Turquía acoge una de las bases militares estadounidenses más “activas”. La base de Incirlik fue fundamental para mantener las zonas de exclusión aérea en Irak durante los años noventa, bombardear Afganistán y, ocasionalmente, para efectuar operaciones militares encubiertas en Asia Central y el Cáucaso. Incirlik actúa también como base nuclear y centro de espionaje. Según explica Nilufer Ugur-Dalay, una activista turca en contra de las operaciones militares estadounidenses en su país: La OTAN se estableció en 1949, tras la Segunda Guerra Mundial, pero la incorporación de Turquía en la organización puso de manifiesto que los intereses estadounidenses iban más allá del Atlántico Norte. No es un país del Atlántico Norte; pero compartía frontera con la Unión Soviética. Turquía también tuvo una importancia capital en el control de la OTAN sobre el Mediterráneo, el Egeo y el mar Negro. La entrada de Turquía en la OTAN brindó a ésta última la oportunidad de establecerse en su territorio. Tras ella, llegaron acuerdos, bases militares y depósitos de armamento que convirtieron al país en avanzadilla militar del imperialismo y en plataforma de lanzamiento de ataques. Como preludio del establecimiento de las bases, los dos países firmaron una serie de tratados militares. Un acuerdo de 1980 declaraba abiertamente que las bases turcas se utilizarían para ataques. El día en que el tratado entró en vigor, el Consejo Ministerial de la OTAN aprobó una resolución por la que, en caso de que los órganos competentes de la OTAN consideraran sospechoso cualquier movimiento en la Península Arábiga, Irán o el golfo de Basora, Turquía debía acatar su decisión. Ésta era la obligación más dura del texto. Durante la Primera Guerra del Golfo, este acuerdo permitió que los cazas estadounidenses bombardearan Irak partiendo de la base de Incirlik. En este sentido, las bases son un medio para que los Estados Unidos puedan amenazar a los vecinos de Turquía.

La Coalición para la Paz y la Justicia Mundial (BAK), la campaña nacional contra la guerra, adquirió gran prominencia cuando, el 1 de marzo de 2003, consiguió obligar al Parlamento turco a votar en contra del intento del Gobierno de autorizar a las fuerzas estadounidenses a utilizar territorio turco para atacar Irak. Esta victoria fue fruto de una intensa campaña de seis meses a escala nacional que movilizó a cientos de miles de personas y que se compuso de un sinnúmero de reuniones, conferencias de prensa, anuncios televisivos, delegaciones al Parlamento, manifestaciones locales y, finalmente, culminó con una multitudinaria manifestación en Ankara el día del voto histórico en el Parlamento. Pero el Gobierno sí permitió que los estadounidenses utilizaran el espacio aéreo turco para desplazar a sus soldados al norte de Irak y, en 2005, aprobó un decreto secreto del gabinete por el que se permitía que la base militar de Incirlik fuera utilizada por “naciones amigas y aliadas” con “fines logísticos”, incluido el “transporte de material y personal militar”. La BAK presentó querellas contra este uso y esta autorización por quebrantamiento del ar