El Grito de los Excluidos y las Excluidas

2000-08-31 00:00:00

Estamos reunidos para escuchar el grito lancinante de los excluidos y las
excluidas del país, del continente y del mundo; para compartir su grito,
proclamando nuestra identificación militante, intelectual, afectiva y
práctica, con ellos y ellas.

Para escuchar este grito y para captar su mensaje, es oportuno, me parece,
ubicarse en un lugar de la historia en el cual él ha resonado con una
fuerza particular: el momento de las contracelebraciones del V Centenario
de la invasión de América, que han marcado la década de los '90 y han
culminado este año 2000 en Brasil, movilizadas por la consigna "otros 500
años".

El contexto geopolítico

La importancia histórica de este viraje se percibe ubicándolo en su
contexto geopolítico. Dos acontecimientos de transcendental importancia
marcan el final del segundo milenio. El primero, que ha profundamente
sacudido la opinión pública mundial e impuesto un replanteamiento de todas
las estrategias económicas y políticas, es el derrumbe del comunismo
europeo con sus consecuencias inmediatas, el fin de la guerra fría y la
instauración del "nuevo orden mundial" unipolar.

El segundo acontecimiento no menos significativo, pero totalmente
descuidado por la opinión pública mundial, es la movilización indígena,
negra y popular del '92, que representa una revolución cultural más
importante, a mi juicio, que la del 68-69 en Europa o del '89 a nivel
mundial. Una revolución cultural que constituye un viraje en la historia
de los pueblos indígenas y negros, pero también, potencialmente en la
historia del continente indoafrolatinoamericano y del mundo: porque puede
ser el germen y el anuncio de una revolución política y económica

La movilización indígena, negra y popular, rechazando las celebraciones del
"descubrimiento de América" y de la "evangelización fundante" que las
potencias del Norte y la jerarquía católica pretendían imponer, rechazaba
el "punto de vista" a partir del cual esas celebraciones se habían
planeado, el de los conquistadores de ayer y de hoy. Y lo rechazaba en el
nombre de un "punto de vista" antagónico, que emergía en este clima, el de
la resistencia indígena negra y popular; es decir de los pueblos oprimidos
que se levantan a la conciencia y la dignidad de sujetos históricos. El
mismo enfrentamiento del '92 se está realizando en Brasil en el año 2000,
quinto centenario de la invasión del país.

Estos dos puntos de vista se contraponían y se contraponen no sólo en la
evaluación de la conquista y de la llamada "evangelización fundante" sino
en la interpretación de toda la historia, la cultura, la civilización. Se
contraponían y se contraponen además en sus proyectos de futuro. Las
potencias del Norte, al celebrar la conquista, pretendían reafirmar la
vigencia de la civilización occidental cristiana y por lo tanto de las
relaciones de dominación que la caracterizan; en cambio, la resistencia
indígena, negra y popular, al rechazar las celebraciones, reivindicaba la
urgencia y la posibilidad de una civilización alternativa, fundada en el
derecho de todos los pueblos a la vida y la autodeterminación.

Estos dos acontecimientos expresan además dos puntos de vista antitéticos
sobre el problema que nos ocupa, el de la exclusión. El orden unipolar, es
decir el dominio mundial del mercado, es la organización del mundo que
engendra y legitima la exclusión de las grandes mayorías. En cambio, la
movilización indígena, negra y popular es el grito de los excluidos y de
las excluidas que se rebelan al desorden mundial y proclaman la urgencia de
una civilización sin exclusión. Entonces, los excluidos y las excluidas
del desorden vigente se levantan como protagonistas potenciales de la nueva
historia.

Pero ¿cuál es, más exactamente, el contenido de este grito? ¿Qué significa
para nosotros escucharlo y relanzarlo?

Un grito de dolor

Lanzar el grito de los excluidos y las excluidas significa para nosotros
identificarnos conscientemente con la trágica realidad del sufrimiento y
con el sentimiento de impotencia, hasta de desesperación, que acompaña la
exclusión. Pero ¿en qué consiste más precisamente la exclusión? ¿De qué
son excluidas las grandes mayorías? Son excluidas esencialmente de la
economía, de la cultura y del poder.

Excluidas en primer lugar de la vida económica. En la perspectiva del gran
capital y del mercado mundial, las mayorías populares ya no son ni
productoras ni consumidoras .No sirven ni siquiera para ser explotadas: son
masas superfluas, no tienen porqué existir. Su muerte, la muerte prematura
de los niños pobres, no es un problema para el mercado; es más bien un
aporte a la solución. Por eso, el fenómeno de la exclusión está ocupando
en nuestros análisis de la situación el lugar que en otras épocas ocupaba
la explotación. El cambio de perspectiva se nos impone cuando constatamos
que hoy día ser explotado se ha convertido en un privilegio, porque
significa tener un trabajo, por humilde y agotador que sea.

Las mayorías populares se encuentran además excluidas de la cultura y de la
educación. Se encuentran por tanto privadas de la capacidad de analizar la
situación de la cual son víctimas, de tomar conciencia de sus derechos
pisoteados, de rebelarse y movilizarse. Por consiguiente la exclusión es
un fenómeno trágicamente objetivo, pero cuya injusticia no se impone a la
conciencia de las mayorías y no provoca su rebelión. Ellas viven su
exclusión como una fatalidad, a la cual es preciso resignarse. Se explica
así que una ideología tan antipopular como el neoliberalismo logre
imponerse con el consenso de las mismas mayorías populares; que logre
imponerse a nivel mundial como "pensamiento único". En este sentido, la
exclusión cultural es, desde el punto de vista subjetivo, el aspecto más
radical de la exclusión, porqué condiciona las otras exclusiones.

Las grandes mayorías se encuentran sobre todo excluidas del poder. En el
nuevo orden mundial, la autodeterminación de los mercados está suplantando,
en la práctica y en la misma teoría, la autodeterminación de los pueblos.
Las soberanías nacionales desaparecen bajo el impacto de los organismos y
de las empresas transnacionales. El dominio de los mercados, que se afirma
en el nombre de la democracia, está realmente destruyendo la democracia a
nivel nacional y a nivel mundial, porque priva los pueblos de la
posibilidad de orientar su economía, su política, su cultura y su
educación; los priva, en una palabra, de la posibilidad de ser sujetos de
la historia.

La exclusión del poder es el aspecto más universal de la exclusión, y desde
el punto de vista objetivo, el más radical. Ella no golpea sólo a los
sectores populares, sino también a las clases medias, que no son totalmente
excluidas de la economía y de la cultura y que por esta razón no se sienten
excluidas. El nivel de bienestar que ellas logran mantener
provisionalmente las lleva frecuentemente a aceptar pasivamente su
exclusión del poder de decisión y a desentenderse de la pobreza de las
mayorías populares. Sin embargo, la exclusión del poder las priva también
de la posibilidad de defender su propio nivel de vida, y el de sus hijos,
frente al proceso de empobrecimiento y marginación provocado por la
globalización neoliberal y los "ajustes" que ella impone. La exclusión del
poder anuncia, para sectores más amplios de la sociedad, la exclusión de la
riqueza y de la cultura.

La exclusión del poder es el aspecto objetivamente más radical de la
exclusión sobre todo porque priva a las grandes mayorías de la posibilidad
de reaccionar con eficacia a la exclusión de la economía y de la cultura de
la cual son víctimas. Las priva, en otras palabras, de la posibilidad de
asumir un papel protagónico en la sociedad y de revertir la situación. Las
priva también de la posibilidad de defender el futuro de la tierra y de la
humanidad de la exclusión que las amenaza. Surge así el sentimiento de
impotencia y de fatalismo que paraliza a los movimientos populares: se
impone la convicción de que el sistema de muerte no tiene alternativas y
que representa realmente el fin de la historia.

La palabra "exclusión" se ha impuesto en nuestro lenguaje para designar la
herida infligida por esta fase de la globalización capitalista a las
grandes mayorías, decretando su inutilidad. En realidad, la exclusión de
nuestros pueblos fue el crimen perpetrado no sólo por la fase neoliberal
del capitalismo, sino por toda su historia, a partir de las conquistas.
Los pueblos originarios fueron excluidos de la tierra que poseían,
cultivaban y amaban; excluidos con sus organizaciones políticas y
económicas, con sus culturas y religiones. Excluidos por la codicia y la
prepotencia de los conquistadores. Pero excluidos además, así se les hizo
creer, por el verdadero Dios, el Dios de los conquistadores, que
supuestamente les imponía, como condición de salvación, el repudio de toda
su historia, de sus culturas y de sus religiones. Por eso, el grito de los
excluidos y de las excluidas es ante todo un grito de dolor y de
humillación que atraviesa estos 500 años de historia.

El grito de las excluidas

Quiero ahora aclarar porqué insisto en hablar explícitamente no sólo de los
excluidos sino también de las excluidas. Es cierto que con el término
"excluidos" se pretende designar a los hombres y a las mujeres. Sin
embargo este término masculino conlleva, consciente o inconscientemente, el
encubrimiento de la exclusión femenina en su trágica especificidad y
también en sus enormes potencialidades de alternativas.

Por un lado pues es necesario reconocer y denunciar la exclusión propia de
las mujeres, pero particularmente de las mujeres pobres, de las
trabajadoras, de las indígenas, de las negras, etc.; que atraviesa toda la
historia. Es preciso reconocer que ellas son las principales víctimas del
proceso de globalización neoliberal. Es preciso reconocer con muchos
analistas sociales que se está verificando hoy día, a nivel mundial, una
feminización de la pobreza y de la miseria; una feminización de la
exclusión.

Por el otro lado, las mujeres y los movimientos de mujeres están
fortaleciendo su papel determinante en la lucha por la sobrevivencia de las
familias y en la búsqueda de alternativas económicas y sociales. Las
mujeres, que tienen un papel preponderante en la educación de las nuevas
generaciones, tienen por eso mismo una tarea decisiva en su
conscientización y movilización y en la valorización de sus culturas. Es
evidente sin embargo que sólo mujeres liberadas podrán cumplir una misión
auténticamente liberadoras. Podrán brindar una educación liberadora sólo
las mujeres que perciben en la práctica el vínculo estrecho entre la
liberación del pueblo y su propia liberación.

Las mujeres y los movimientos de mujeres están poniendo al servicio de la
sociedad en gestación los recursos de sensibilidad, amor, solidaridad,
ternura, creatividad que ellas poseen en medida superior a los varones.
Por tanto, en los análisis de la sociedad y en la elaboración de proyectos
alternativos, el punto de vista de las feministas nos está abriendo a todos
nuevos horizontes.

Efectivamente, la violencia que caracteriza la civilización occidental se
debe en gran medida al papel preponderante que en su construcción asumieron
y asumen los varones y a la exclusión sistemática de la cual fueron y
siguen siendo víctimas las mujeres. Si este análisis es cierto, la primera
consecuencia es que la rebelión y la movilización de las mujeres es hoy día
uno de los grandes recursos de la humanidad, quizás el principal, en la
construcción de una civilización no violenta, fundada en la fuerza del
derecho, de la verdad y del amor.

Un estallido de indignación y de rebelión

El grito de los excluidos y las excluidas que queremos relanzar es también
un estallido de indignación y de rebelión. Porqué la exclusión que hemos
denunciado es totalmente injusta. Ella conlleva el pisoteo de los derechos
fundamentales de las personas y los pueblos: del derecho a la
autodeterminación, a la vida, a la cultura, al amor.

Ahora, esta exclusión no es fatal, sino que es el fruto de un sistema
construido y defendido por el egoísmo y la codicia de poder de una minoría
de la humanidad.

Esta exclusión es el desemboque de una civilización instaurada sobre la
base de un crimen de lesa humanidad, el genocidio físico cultural y
religioso de los pueblos originarios; un crimen que se ha convertido en
criterio de la normalidad y fundamento de la legalidad.

Es una exclusión que concluye un proceso de expropiación secular de los
pueblos del Sur de parte de minorías poderosas del Norte.

Es una exclusión que, después de siglos de explotación y de saqueo,
considera a los pueblos excluidos como deudores y se arroga por tanto el
derecho de seguir explotándolos y saqueándolos.

Por todas estas razones, el grito de los excluidos y las excluidas, nuestro
grito, es también un estallido de indignación y de rebelión. No se limita
a tomar conciencia de una situación trágica, sino que toma partido en su
evaluación al lado de las víctimas: esta toma de partido es la condena del
sistema generador de exclusión y de muerte, es el rechazo de su ideología y
de sus valores, es un llamado de los excluidos a la movilización y a la
construcción de una nueva historia.

Esta toma de partido encuentra su expresión real y simbólica en el
levantamiento de los indígenas zapatistas, el 1? de enero de 1994, día de
la entrada en vigor del tratado de libre comercio entre México, Canadá y
Estados Unidos. Levantándose contra este tratado, los zapatistas tomaban
partido contra el modelo económico neoliberal, que él pretende imponerle al
pueblo mexicano. Dirigiéndose a los ricos y poderosos del país, los
rebeldes proclamaron: lo que para ustedes representa un gran progreso, el
acceso del país al primer mundo y al club de los ricos, es para nosotros,
los indígenas y los pobres del país, una sentencia de muerte. Por lo
demás, existe una profunda continuidad entre la insurrección de los
indígenas de Chiapas y la de los indígenas de Ecuador contra la
dolarización, la privatización de la economía nacional, la venta del país a
las transnacionales, la capitulación del Estado y de su soberanía ante la
agresión del imperialismo.

Un llamado a la movilización y la construcción de la nueva historia

La tentación más grave de los excluidos es la resignación, el fatalismo, la
falta de confianza en sí mismos, el sometimiento a la ley del más fuerte.
El Mahatma Gandhi denunciaba esta actitud, afirmando: "En la India, 300.000
ingleses dominan 300 millones de indios. Pero esto no sería posible sin el
consenso y la complicidad de los 300 millones de indios" Partiendo de este
análisis, Gandhi consideró que el problema central para la liberación de la
India era cómo devolverles a los 300 millones de indios la conciencia de
sus derechos pisoteados y la confianza en sí mismos, en su fuerza
histórica: fuerza de la cual él identificó la fuente en el Satiagraha., la
fuerza de la verdad, del derecho, de la justicia, del amor, de la
solidaridad. En su perspectiva, estos valores se convierten en fuerzas
históricas cuando penetran y movilizan la conciencia de los pueblos.

Ahora, me parece que es posible traducir al análisis de Gandhi al contexto
de la globalización neoliberal, entendida como proceso de colonización del
mundo. En este contexto, unas trescientas empresas transnacionales dominan
5000 millones de personas en el mundo. No pretendo citar números
estadísticamente exactos sino simbólicamente significativos de la relación
entre una minoría de dueños y una grande mayoría de esclavos. Relación que
se verifica no sólo entre el Norte y el Sur del mundo sino también en el
interior de cada país: porque gracias a la globalización, hay mucho Norte
en el Sur y mucho Sur en el Norte.

Sin embargo, el aspecto más preocupante de la situación, es que, como en la
India, la minoría logra dominar a las grandes mayorías con el consenso de
estas; que un sistema tan antipopular como el neoliberalismo se mantiene
con el consenso del proprio pueblo. ¿Porqué se verifica una situación tan
paradójica? ¿Porqué las grandes mayorías no se rebelan a la dictadura del
mercado, de las transnacionales, de Estados Unidos? ¿Porqué las grandes
mayorías han internalizado la cultura del fatalismo y de la desesperanza?

Me parece una pregunta central en el análisis de la situación actual y en
la elaboración de una estrategia de movilización popular para la
refundación de la esperanza. Yo propondría una primera pista de respuesta.
Las mayorías no se rebelan a esta dictadura, porque su violencia
sangrienta es oculta, queda en gran medida desapercibida. Los estragos
perpetrados por el neoliberalismo logran disfrazarse como desastres
naturales inevitables.

Pero la razón fundamental de esta falta de rebelión es, a mi juicio, un
hecho más profundo: las grandes mayorías de las personas no piensan con su
propia cabeza, no tienen capacidad crítica. Todos somos víctimas de la más
grave expropiación, cuyo objeto es justamente la autonomía intelectual,
moral y religiosa; por tanto la capacidad de definir autónomamente nuestra
identidad y el sentido de nuestra vida. La exclusión cultural emerge así,
una vez más, como la raíz de todas las exclusiones y como la condición de
su persistencia.

Esta expropiación es el fruto de todo un sistema educativo orientado a
formar a la dependencia intelectual, moral y religiosa. Agentes del
sistema son las familias, las escuelas, las universidades, los partidos
políticos conservadores y revolucionarios, los sindicatos, la propaganda
económica y política, los medios de comunicación masiva, especialmente la
televisión, etc. Aquí tenemos que subrayar particularmente, en esta
formación a la dependencia, el papel de las religiones, de las iglesias, de
la escuelas confesionales, de los seminarios, de la instituciones
religiosas, etc. Todos los componentes del sistema están orientados a
realizar lo que es la más grave expropiación de las personas, las
comunidades y los pueblos; lo que es, en último término, un secuestro
masivo de personas.

Si esto es cierto, el problema central para todos los que contra viento y
marea seguimos apostando a una alternativa de civilización, sería cómo
provocar una rebelión de masas al pensamiento único neoliberal. Más
profundamente, como despertar en el pueblo la exigencia y la capacidad de
pensar con su propia cabeza, de definir autónomamente el sentido de su vida
y de su fe. Cómo suscitar en el pueblo el protagonismo intelectual, moral
y religioso que es la condición y la fuente del protagonismo político y
económico; que es la condición y la fuente de la esperanza histórica.

Cómo transformar el grito de dolor y de indignación en un llamado a la
movilización

Llegamos así a la pregunta central de nuestra reflexión:¿ cómo nuestro
grito de dolor y de indignación puede transformarse en un llamado de los
excluidos y las excluidas a la movilización y a la construcción de una
nueva historia? ¿a la instauración de un milenio sin exclusión?

1.- Todos los que hoy día creemos en la necesidad de elaborar una
estrategia no violenta, tenemos que asumir como punto de partida la
denuncia de la violencia intelectual, moral y religiosa y la búsqueda de
alternativas liberadoras a este nivel.

Reconocer la importancia central de esta tarea significa afirmar el papel
decisivo en la época actual de la educación